La vida es bella

La vida es bella

TÍTULO ORIGINAL La vita è bella

PRODUCCIÓN Italia - 1998

DURACIÓN 123 min.

DIRECCIÓN

PÚBLICOJóvenes

ESTRENO26/02/1999

¿S e puede hacer comedia sobre un tema tan terrible como el Holocausto? Algunos defienden con vehemencia que no. Pero hace años, Ernst Lubitsch y Charles Chaplin demostraron lo contrario en las magistrales Ser o no ser y El gran dictador. El cómico italiano Roberto Benigni ha vuelto a asumir este desafío en La vida es bella, la gran sorpresa y una de las películas más discutidas de 1998. Por el momento, su apabullante carta de presentación incluye treinta galardones internacionales –entre ellos, el Gran Premio del Jurado en Cannes y los Premios del Cine Europeo a la mejor película y actor– y siete candidaturas importantes a los Oscars.

Desde luego, las discretas apariciones de Benigni en varias películas de Jim Jarmusch, Wim Wenders o Federico Fellini, así como sus bufonadas en Johnny Palillo, El pequeño diablo, El monstruo, El hijo de la Pantera Rosa, Tu mi turbi o Non ci resta che piangere –estas dos últimas dirigidas por él– no hacían prever este giro tan radical.

Sin duda, el secreto de esta entrañable fábula moral está en el arriesgado guion que han pergeñado Benigni y Vincenzo Cerami. La acción se inicia en Arezzo (Toscana), en 1939. Guido, un hombre bueno, vitalista y divertido, cumple sus dos sueños: poseer su propia librería y casarse con Dora, una inteligente maestra. El matrimonio vive feliz con su pequeño hijo de cuatro años, Josué. Pero los últimos coletazos del fascismo llevan a Guido y a su hijo a un campo de concentración nazi. Y, por amor, Dora también les sigue. Para preservar la inocencia del chaval del escándalo del odio, Guido le hará creer que todo el horror que viven forma parte de un sofisticado juego.

Es casi irrelevante que a ratos la puesta en escena no esté a la altura de la historia y que algunas interpretaciones –sobre todo la de Benigni– cedan un poco al histrionismo. Porque su imposible cóctel tragicómico logra esa mirada mágica de las grandes comedias, que hace posible el milagro de encontrar bondad, ternura, audacia, inconformismo, trascendencia, poesía, amor, carcajadas… hasta en el mismo infierno. Es una mirada que aúna en singular equilibrio la humanidad de Charles Chaplin, Buster Keaton y Jacques Tati; la veracidad y la carga crítica del neorrealismo; el inquebrantable optimismo de Frank Capra; la frescura de la comedia italiana de los años 50 y hasta las escapadas surrealistas de Fellini. Es una mirada, en fin, que convierte en magistrales los golpes de humor más sencillos, graba a fuego en el corazón y en la cabeza los poderosos contrapuntos trágicos y las sutiles andanadas antitotalitarias, y hace que una película, a pesar de sus defectos, pueda inscribirse sobre la marcha en las antologías del Séptimo Arte.

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