Probablemente sea la apuesta más original de las cintas que han entrado en el grupo de las escogidas de los Oscar, esos títulos dispuestos a alzarse con la estatuilla más codiciada: la de mejor película. Este es uno de los casos en que se impone no dar apenas pistas. Una breve sinopsis puede destrozar la experiencia del espectador (estamos ante una película que es casi más experiencia que narración). Solo diremos que es un drama materno-filial que transcurre en un desasosegante escenario físico y psicológico.

La cinta es de una dureza y de una intensidad desarmante que, sin embargo, se soporta bien gracias a un trabajado guion que sorprende en cada punto de giro. Reconozco que es muy difícil descolocar “narrativamente hablando” a alguien que ve más de un centenar de películas al año –es mi caso– y, sin embargo, en La habitación me vi absolutamente perdida en más de una ocasión. A esos puntos de giro se suman unos cambios de registro, e incluso género, sumamente arriesgados que, sin embargo, funcionan y ayudan a que la película respire de una forma también novedosa en un título de estas características.

Por otra parte, por mucha escritura de guion que tengamos, esta arriesgada propuesta –estamos hablando de una película en continuo cambio y que, por momentos, reduce su escenario a unos escasísimos metros– no se sostendría sin un casting adecuado. Lo tenemos también. El duelo interpretativo entre Brie Larson y el jovencísimo Jacob Tremblay es electrizante. Con estos ingredientes, se entiende que La habitación esté preparada para competir por lo más alto del pódium.

Ana Sánchez de la Nieta
@AnaSanchezNieta

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