La copa dorada

TÍTULO ORIGINAL The Golden Bowl

DIRECCIÓN

GÉNEROS

Director: James Ivory. Guión: Ruth Prawer Jhabvala. Intérpretes: Uma Thurman, Jeremy Northam, Kate Beckinsale, Nick Nolte, James Fox, Anjelica Huston. 127 min. Jóvenes-adultos.

Hay productores y directores que buscan incansables ideas nuevas. El tándem Ismael Merchant-James Ivory (Una habitación con vistas, Regreso a Howards End, Lo que queda del día) parece dedicado obsesivamente a la búsqueda de viejas ideas. Son conscientes de su valía en ese menester, y no necesitan más. ¿Qué ofrece La copa dorada? Superficialmente, se podría decir que «más de lo mismo». Sin embargo, en La copa dorada, quien se repite -siempre lo hace- es Henry James, y nadie debería reprochar que Ivory adapte a Henry James de una manera elegante y con una ambientación victoriana. Pero eso solo no basta para hacer una gran película, como han demostrado recientemente Jane Campion con su fallido Retrato de una dama, o la artificiosa adaptación de Las alas de la paloma a cargo de Iain Softley. ¿Qué marca la diferencia?

La copa dorada es una de las novelas más complejas de su autor, llena de alusiones, digresiones, metáforas y tramas secundarias. El guión de Ruth Prawer Jhabvala logra reconducir la historia por caminos visuales. El acertado reparto hace el resto: dos parejas, dos triángulos amorosos, dos mundos. El viudo multimillonario estadounidense Adam Verver (Nick Nolte) vive en Europa, con su hija Maggie (Kate Beckinsale), comprando obras de arte con el firme propósito de legar a su país un formidable museo. Amerigo (Jeremy Northam) es un príncipe italiano arruinado. Charlotte (Uma Thurman) es una brillante mujer que frecuenta los salones de la alta sociedad, pero que, desgraciadamente, tampoco tiene dinero. Por conveniencia, Amerigo se casará con Maggie a pesar de estar enamorado de Charlotte. Ésta, para vivir cerca de Amerigo, se casará con Adam Verver. El regalo de bodas iba a ser una copa bizantina de cristal tallado que, a pesar de su noble apariencia, tiene una oculta fisura y carece de valor: será un símbolo del falso amor.

Todos estos personajes son auténticos, sólidos. Y los problemas que plantean no han perdido un ápice de actualidad. La elegancia del tratamiento, sin duda recargado, no debe hacer olvidar que la historia avanza, se paladea, conmueve y sorprende al final; y que además los mejores momentos, entre ellos la antológica primera secuencia de la copa en la tienda de antigüedades, son de gran sobriedad. No cabe duda de que Ivory es preciosista, pero también sabe contar una historia.

Fernando Gil-Delgado

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