La Ciudad de los Niños Perdidos

Intérpretes: Ron Perlman, Daniel Emilfork, Judith Vittet.

TÍTULO ORIGINAL La cité des enfants perdus

GÉNEROS

La nueva película de los franceses Jeunet y Caro (Delicatessen) es un cuento lleno de poesía y, por eso, de ternura y de crueldad. Narra la historia de un hombre perverso, que, a pesar de su gran poder, envejecía, y no podía soñar. Sirviéndose de diabólicos medios, logra que le lleven niños a su ciudad flotante, y allí les roba los sueños…

La película inicia su sobrecogedora aventura desde la tranquila seguridad burguesa: es Navidad, y un niño sueña en Papá Noël. A partir de ahí, la cámara mágica de Jeunet y Caro nos lleva a los oscuros barrios portuarios, donde, sin respiro, pero al ritmo cadencioso que un buen cuento requiere, se entrelazan mil peripecias, en sorprendentes interiores, con tipos novedosos y al mismo tiempo familiares.

Un acierto es la escenografía, que coopera con su palabra a subrayar los matices de las acciones y sus personajes. Éstos están bien interpretados por actores que fascinan con sus imaginativas caracterizaciones. Tiene especial encanto el torpe gigante One, que, guiado por la sabia niña Miette, va en busca de su hermanito a la espantosa ciudad flotante.

La incongruencia, la sorpresa, los maleficios… crean el requerido clima de misterio: ese fatídico suceder con que suceden las cosas en los cuentos, tenebrosos y felices.

Hay mucha asimilación de literatura y cinematografía clásicas, pero expresada con aliento creativo, en una totalidad caótica y unitaria al mismo tiempo, atractiva. No sé qué de expresionismo fílmico hay en el lenguaje de la película; las avanzadas técnicas y sus efectos especiales quedan integrados en el cuento con el absurdo y la estética usada. El romanticismo tierno se hace actual con un diálogo callejero y un mayor desgarro realista, y la risa y el humor.

Llena de símbolos y sugerencias, de muy diferentes tonos de luz–en la idea y visuales–, La Ciudad de los Niños Perdidos es casi un clamor de angustia por el hombre, por el niño… Pero caben muchas lecturas. Y también cabe quedarse en la aventura externa, el miedo, dejarse encadilar por el atractivo para los ojos de los lugares, portentosos objetos, rarísimos seres, o niños.

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