Al poco de nacer, una princesa es raptada por la bruja Gothel, quien la cría como hija suya, pero la mantiene recluida en una alta torre, sin puertas, para aprovecharse de las propiedades mágicas de su cabello. Cuando va a cumplir dieciséis años, la chica pide a su “madre” permiso para ver el mundo. No se lo concede: afuera es peligroso. Pero casualmente llega a la torre Flynn, un apuesto ladrón, que huye de la justicia.

Como en sus mejores momentos, Disney adapta -muy libremente- un cuento clásico, y hace una pequeña maravilla, en la mejor tradición de Blancanieves, La bella durmiente o La Bella y la Bestia. La historia de Rapunzel, de los hermanos Grimm, ha sido enriquecida con conflictos nuevos y con personajes que tienen profundidad. Gothel tiene un motivo para su maldad: quiere mantenerse joven; Rapunzel cree que es hija de Gothel y no quiere desobedecerla, aunque sea curiosa e inquieta -tiene 17 años-; Flynn tiene mucho de Aladino, un bandido que debe convertirse en héroe y sacrificarse por un ideal; y hay un montón de divertidos secundarios, un par de animales con una extraordinaria personalidad y unas canciones -no muchas- del veterano Menken.

El guión está lleno de cuidados detalles, de aventuras, de guiños a los clásicos, de Disney -sobre todo a Aladdin y La bella durmiente– y de fuera, sobre todo Shakespeare: Romeo y Julieta -descubrimiento del amor-, La tempestad -descubrimiento del mundo-. El ritmo es extraordinario y la intensidad dramática va a más todo el tiempo.

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