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El viento nos llevará

TÍTULO ORIGINAL Le vent nous emportera

DIRECCIÓN

GÉNEROS

Director y guionista: Abbas Kiarostami. Intérpretes: Behzad Dourani y los habitantes de Siah Dareh. 115 min. Jóvenes.

Nunca es sencillo analizar el cine de Abbas Kiarostami (A través de los olivos, El sabor de las cerezas). Pero esta vez las cosas se complican aún más, pues en El viento nos llevará -Gran Premio del Jurado y Premio de la Fipresci en el Festival de Venecia 1999-, el prestigioso director iraní lleva al extremo la desnudez formal y la indefinición narrativa características de su rosselliniana defensa de un «cine inacabado», lleno de tiempos muertos, «que consiga completarse gracias al espíritu creativo de los espectadores».

Desde esta radical consideración del cine como espejo de la realidad, lo único que aporta Kiarostami en esta ocasión es una leve trama de intriga, no resuelta, y un título sugestivo, tomado de unos versos de Forough Farrokhzad, poeta iraní que murió en 1967 a los 33 años. La intriga -por llamarla de algún modo- gira en torno a las diversas reacciones de los habitantes reales de un pequeño pueblo del Kurdistán iraní, Siah Dareh, ante la llegada desde Teherán de un director de cine con un par de ayudantes. En principio, parece que el realizador quiere rodar el funeral de una anciana moribunda; pero dice a los lugareños que, en realidad, busca un tesoro. La anciana no acaba de morir y el director ocupa el tiempo en contestar las dificultosas y misteriosas llamadas telefónicas de los supuestos productores. Un niño obsesionado con no faltar al colegio, un hombre que cava una tumba y la aguerrida dueña de un bar son los principales interlocutores del protagonista.

Una vez superada la languidez que deja en el cuerpo el lentísimo ritmo narrativo de la película, y calmada la irritación que provoca su poderoso pero críptico plano final, sus imágenes comienza a revolotear dentro de la cabeza como si tuvieran vida propia. Y, así, adquieren entidad poco a poco multitud de símbolos, gestos, encuadres, referencias fuera de campo, efectos de montaje… que, quizá, quieran decir algo profundo sobre la angustiosa levedad de la vida y de la muerte. O quizá no pretendan decir nada; tan sólo son poéticos esbozos al natural, dibujados con los sugerentes pinceles del cine, que permiten disfrutar con la exposición de un jirón de la verdad que aletea, como llevada por el viento, por las callejas de Siah Dareh.

No sé si Kiarostami ha logrado su objetivo de «dar al artista y a su público la oportunidad de tener una visión más precisa de la verdad oculta tras el dolor y la pasión que la gente de la calle experimenta cada día». Pero sí sé que su último film no es apto para los que ven el cine como una excusa para comer palomitas.

Jerónimo José Martín

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