El Señor Ibrahim y las flores del Corán

TÍTULO ORIGINAL Monsieur Ibrahim et les fleurs du Coran

DIRECCIÓN

GÉNEROS

Director y guionista: François Dupeyron. Intérpretes: Omar Sharif, Pierre Boulanger, Gilbert Melki, Lola Naymark. 94 min. Adultos.

Después de El pabellón de los oficiales, François Dupeyron (n. 1950) adapta un relato del dramaturgo y filósofo Eric-Emmanuel Schmitt que obtuvo un gran éxito en las librerías francesas en 2001. Este relato, con otros dos, forma La Trilogía de lo invisible, escrita por Schmitt tras experimentar una apertura hacia lo religioso en la soledad de la noche en un desierto en 1989. Los tres relatos se ambientan en las religiones budista, judía e islámica, y cristiana.

París, un barrio popular, años sesenta. Moisés es un chico judío de 13 años que vive con su padre en la Rue Blue, cerca de la calle Paraíso, un hervidero de prostitutas. Un tendero (estupendo Omar Sharif), al que todos llaman «el árabe», pero que es en realidad un turco sufí, se ganará el afecto del chico tristón, abandonado por su madre y menospreciado por un padre que prefiere al hermanastro de Moisés, que también les abandonó. El joven Momo vive obsesionado con las prostitutas, unos seres angelicales, que acceden gentilmente a sus requerimientos, eso sí, previo pago.

El personaje del septuagenario Omar Sharif es muy querible y el actor egipcio lo borda, en una interpretación premiada en Venecia y en los César. Dupeyron ha hecho un buen trabajo, con un guión muy fiel al texto original, que no carga la mano en los encuentros prostibularios. La película cuenta con un reparto y una realización solventes, pero resulta ñoño y pastelero el cuentecito almibarado, atiborrado de guiños al multiculturalismo new age, que difunden con furor los libritos de Paulo Coelho y demás predicadores del equilibrio cósmico-karmático. El sentencioso señor Ibrahim apela repetidamente a «Mi Corán» en una visión del islamismo sufí que solo existe en la imaginación del autor de un cuento fantástico, que parece conocer la realidad islámica por los reportajes del National Geographic y por visitas turísticas con billete cerrado de vuelta a la dulce Francia. Cuesta entender -bueno, la verdad es que se entiende perfectamente- el melifluo entusiasmo de algunos comentaristas que ensalzan una humanidad conmovedora, un canto a la tolerancia, una visión noble y conciliadora del Islam, etc.

Alberto Fijo

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