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El Rey Arturo

TÍTULO ORIGINAL King Arthur

DIRECCIÓN

GÉNEROS

Director: Antoine Fuqua. Guión: David Franzoni. Intérpretes: Clive Owen, Keira Knightley, Stephen Dillane, Ioan Gruffudd, Stellan Skarsgaard, Hugh Dancy, Joel Edgerton, Mads Mikkelsen, Tril Schweiger. 130 min. Adultos.

El director de Training Day y Lágrimas del sol pilota una líbérrima versión del mito artúrico, con un guión de David Franzoni (Gladiator, Amistad). Al productor, Jerry Bruckheimer (Piratas del Caribe, Black Hawk derribado) le atrajo la idea de contratar a un director capaz de aligerar de romanticismo la leyenda artúrica para conferir a la historia un sello de oscura y realista historicidad turbulenta, tipo Grupo salvaje, un recurso muy de moda en buena parte del cine bélico contemporáneo.

Los historiadores han sostenido que la historia del Rey Arturo era solo un mito, pero -dicen con una audacia bastante risible Fuqua, Franzoni y Bruckheimer- la leyenda se basaba en un héroe real, dividido entre sus ambiciones personales y su sentido del deber. Se trataría de Lucius Arturus Castus, un general romano nacido en Britania, perteneciente a la estirpe de los sármatas, unos increíbles jinetes rusos que fueron reclutados por Marco Aurelio, tras vencerles en una batalla en Viena en el 175 d.C.

En Britania el ejército de Castus mantenía a raya a los feroces sajones que acechaban la muralla de Adriano. Duros y crueles, los jinetes de Castus eran odiados y temidos por los nativos woads, comandados por un misterioso mago, Merlín, al que acompañaba una bella y aguerrida joven, Ginebra. En el siglo V d.C el esplendor de Roma comienza a desvanecerse, el Imperio se derrumba. Las hordas bárbaras atacan las lindes del vasto imperio. En Britania, los sajones se preparan para iniciar su ataque desde el norte y el este.

Fuqua arranca con vigor y vistosidad su historia, que tiene un aire muy similar al de Gladiator, con niebla, barro y discursos heroicos (ya saben, hermanos, libertad, fuerza y honor). A medida que la cinta avanza se va notando la escasa entidad de los personajes, que es sin duda el lastre más pesado de una película con momentos muy logrados. No deja de ser llamativo el sorprendente peso que se atribuye a la Iglesia católica en la dirección política del Imperio, una fantasía delirante que llega a aventurar el pelagianismo de Arturo y su evolución hacia el chamanismo al ser eliminado por el Papa el tal Pelagio, que defendía una libertad que la jerarquía católica consideraba peligrosa. La verdad es que uno empieza a pensar que estas movidas de los productores judíos -Bruckheimer lo es- dando caña con ocasión y sin ella a todo lo católico es una especie de plaga. Conviene aclarar que el principal asesor histórico del guión de Franzoni es un tal Edwards, un escritor inglés que viene a ser un J.J. Benítez de la vida, aficionado a la cábala, los marcianitos y las historias secretas sobre los hijos de Jesús y demás parafernalia…

En la parcela interpretativa, todos cumplen, con mérito especial de Keira Knightley, que tiene que apechugar con una Ginebra siempre crispada y a ratos vampira desmelenada.

Alberto Fijo

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