Director: John Irvin. Intérpretes: Mia Farrow, Natasha Richardson, Joan Plowright.
La película toma el nombre de un lugar de Irlanda que en los años 20 estaba habitado sólo por viudas. Las casas las alquila la rica Doyle-Counihan (Joan Plowright), que vive con un hijo soltero. En ese curioso círculo, existe una excepción a la regla: Miss O’Hare (Mia Farrow), una solterona y excéntrica cultivadora de rosas. Ésta se enemista con Edwina (Natasha Richardson), una viuda recién llegada a la que rodea un aura de misterio. También algún extraño secreto parece guardar O’Hare.
El guión se debe a un irlandés, Hugh Leonard, y tiene algunos giros relativamente ingeniosos. A pesar de todo, el desenlace resulta algo inverosímil. Dice el director John Irvin que su modelo es El hombre tranquilo de John Ford. Está bien ponerse metas altas, pero hay diferencias no sólo en los logros -Ford es Ford, e Irvin se encuentra bastante lejos de alcanzar su lirismo- sino de enfoques. La ironía fordiana es amable; aquí hay un tono satírico más amargo, y personajes antipáticos. Así, la cotilla del pueblo, que podía haberse retratado con gracia, repele. Y flota la idea de que la religión católica, o al menos los que se jactan de practicarla, son a veces bastante hipócritas.
El Pico de las Viudas tiene ese lánguido encanto de algunas películas de corte británico: cuidado diseño de producción y hermosos paisajes; tono elegante, sin lugar para los exabruptos; y un magnífico reparto encabezado por tres grandes actrices -Farrow, Plowright, Richardson- y bien apoyado por los secundarios masculinos. Irvin (La colina de la hamburguesa, Los perros de la guerra) pisa un terreno bastante distinto al de acción al que está acostumbrado, y logra un film de realización correcta, pero de escaso poso.
José María Aresté