El pájaro de la felicidad

Directora: Pilar Miró. Intérpretes: Mercedes Sampietro, Aitana Sánchez-Gijón, José Sacristán.

DIRECCIÓN

GÉNEROS

En esta película habría que añadir, como intérpretes, la música barroca de Jordi Savall, el Ampurdán y Almería fotografiados por José Luis Alcaine, Murillo, Baroja, Ruiz de Alarcón y el vestuario de Armani. «He intentado impregnar de lirismo -dice Pilar Miró- la agresividad cotidiana».

El guión de Mario Camus cuenta la historia de una mujer madura, ya con un nieto, que tras sufrir una vejatoria agresión callejera, advierte… ¿Qué advierte? Parece que su propio fracaso: su separación matrimonial, el despego de su hijo al que nunca atendió, la ruptura con su amante, el distanciamiento de sus padres… Parece que va a examinar qué hubo de equivocado -«¡Algo habrás hecho mal!», le dice su madre- en los días vividos. Se refugia en su trabajo de restauradora y en una pretendida soledad, en una casa alquilada en el Sur. Aislamiento brevemente interrumpido por un profesor, el dueño de la casa, con el que de inmediato liga, y desliga, por egoísmo. Su nuera, abandonada, aparece luego con el bebé. Con ella podría también ligar, pero, de inmediato también, la nuera liga con un actor, y se van. (Uso el verbo que mejor significa la calidad de los hechos). La restauradora se queda con el niño, un perro y su trabajo, ponderando unos versos de Ángel González que dicen que los días vividos no son, por desgracia, todavía la muerte.

El inicio parece prometedor de un ahondamiento espiritual en la propia conciencia; pero todo va declinando a nada, lentamente. Parecía enriquecedora soledad en la que hablar al corazón, y va siendo un vacío estado depresivo, vestido de Armani, presentado por la fotografía de Alcaine, en la melancólica belleza del Ampurdán o en la áspera naturaleza de Almería: lo que la autora denomina «impregnar de lirismo la agresividad cotidiana». Pero el peso de los días es dejado atrás, no sólo se huye, sino que no se pregunta por el sentido del dolor, del pecado, del amor… Nada. Depresión decorativa.

La lentitud en el arte permite asimilar lo que tiene mayor hondura; pero cuando se arrastra durante dos horas ante la pantalla una depresión muda, cerrada, esa lentitud es tediosa. Ha faltado valentía para ahondar en ese autobiográfico yo. Y sencillez, pues una vida igual a tantas otras, vulgar, es recitada con grandilocuencia declamatoria; de ahí el rodearla de un tan importante cortejo de lirismo.

Pedro Antonio Urbina

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