Tras la muerte de su padre, el rey Jorge V, y la escandalosa abdicación de su hermano, Eduardo VII, Jorge VI asciende al trono británico. A las puertas de una nueva guerra mundial, el rey tendrá que gobernar mientras lucha con un angustioso tartamudeo que arrastra desde pequeño y que le impide hablar en público.

En su anterior película, la destacable The Damned United, el británico Tom Hooper demostró que sabe retratar las relaciones de amistad y que una simple anécdota le sirve para construir una buena película. Esta, ganadora en el festival de Toronto y una de las favoritas para los Oscar, cuenta algo, inicialmente, tan poco apasionante como la relación de un señor tartamudo con su logopeda. Que el tartamudo sea un rey y el logopeda un profesional muy dado a utilizar métodos poco ortodoxos añade algo de interés… pero no el suficiente. Sin embargo, Hooper consigue levantar una entrañable historia de amistad y una interesante reflexión sobre la responsabilidad moral de los gobernantes. Es difícil encasillar en un género a esta vigorosa película, que empieza siendo un melodrama casi intimista para convertirse después en una solvente cinta de cine histórico y político.

La escritura de guión es impecable y se nota un trabajo profundo de reconstrucción histórica e investigación -sociológica, filosófica, ética y religiosa- sobre una época. El reparto derrocha talento, y Colin Firth, algo más que talento. Hay que ser un actor enorme para afrontar con éxito la difícil tarea de convertir a un tartamudo en héroe. Era muy fácil caer o en el hieratismo -si al rey no le hubiera importado su enfermedad- o en el histrionismo y en la exageración -si realmente le angustiaba como refleja la película-.

Es difícil mantener el equilibrio y construir no solo un monarca convincente sino un sólido líder político en un tiempo de crisis. En definitiva, lo que hace Firth en esta película es extremadamente complicado, casi imposible… y sin embargo, le sale, y de forma sobresaliente.

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