Pequeña gran película finlandesa basada en hechos reales, premiada en la sección “Un certain regard” en Cannes, rodada en glorioso blanco y negro. Sigue en 1962 las evoluciones de Olli Mäki, sencillo hijo de panadero de pueblo y boxeador amateur, al que su preparador ha conseguido patrocinio para un combate, que podría cambiarle la vida, con el campeón del mundo de peso pluma, el estadounidense Davey Moore. Por supuesto, se entrena a fondo en Helsinki, pero Olli tiene más en la cabeza su tierno enamoramiento de la maestra Raija.
¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma? Este interrogante evangélico viene a la cabeza casi en cuanto arranca la historia, que invita a pensar en lo que verdaderamente importa, cuando Olli acude a una boda, y mientras se lee el himno de la caridad de San Pablo (“Ahora permanecen la fe, la esperanza, el amor: las tres virtudes. Pero de ellas la más grande es el amor”), las personas que tiene alrededor hablan de su próximo combate. En general, en toda la trama hay abundante subtexto, de modo que los hilos narrativos de amor y boxeo se entrelazan armónicamente, y sirven para hablar de lo valioso, frente a lo reductible a simple apariencia, como la foto para un anuncio de ropa que le hacen a Olli, al que deben poner sobre un taburete, pues la modelo que le acompaña es más alta que él.
La película, muy bien dirigida por Juho Kuosmahen, tiene tres grandes personajes, interpretados por tres grandes actores. En el triángulo que conforman, Jarkko Lahti y Eero Milonoff desarrollan bien la relación púgil-entrenador, donde asoman las diferencias. A veces, se deben a la modestia natural del primero frente a la tendencia del otro a pedir más ambición, ante los medios que cubren el combate. También hay en el entrenador una especie de celos por el encantador noviazgo que componen Lahti y Oona Airola, a la que bastan su sonrisa radiante o sus tímidas miradas de reproche para brillar con luz propia.
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