Detrás de esta película argentina, que se ha convertido en una sólida apuesta para ganar el Oscar a la mejor producción extranjera, se encuentra una pareja de directores –Mariano Cohn y Gastón Duprat– que ya habían demostrado en la lúcida e inteligente El hombre de al lado su capacidad para diseccionar –con importantes dosis de ironía– la psicología humana.

Daniel Mantovani es un escritor argentino que, cinco años después de ganar el premio Nobel de Literatura, viaja a Salas, el pequeño pueblo donde nació. El contacto con sus raíces, sus vecinos y su pasado supondrá una enriquecedora experiencia para él.

La referencia a la anterior película de Cohn y Duprat no es gratuita. Cualquiera que haya visto El hombre de al lado adivinará que no estamos ante una cinta amable con un escritor famoso reconciliado con la vida sencilla de sus paisanos. El ciudadano ilustre es una comedia negra, muy negra, con una violencia –soterrada pero violencia– similar a la de Relatos salvajes y con una visión del hombre y de la comunidad absolutamente desoladora.

Pero a pesar de todo esto, estamos ante una película interesante. Una reflexión crítica pero sumamente acertada de un “ciudadano ilustre”, alguien que se adorna con la rica capa de la cultura, que va dando lecciones desde su atalaya, que recibe premios y que mira el mundo desde arriba y que, sin embargo, carece de los más elementales valores humanos. Un hombre que, aunque dedica su vida a la letra y a las historias, es incapaz de demostrar con sus actos coherencia, compasión o, ni siquiera, cercanía. Eso sí, superioridad obliga, se cuida mucho de maquillar esa incapacidad con su discurso, sus ideas… o las culpas del vecino.

Porque luego está el vecino. En esta acerada crítica, Cohn y Duprat hacen sangre tanto con el ciudadano como con sus paisanos. Los fallos y errores de uno son muy similares a los de los otros, pero el espectador –mientras contempla esa galería de personajes mezquinos que pueblan el universo de Salas– no deja de preguntarse si al ciudadano ilustre, al hombre de letras, al intelectual no se le puede pedir un plus. Si esa muletilla del escritor de desvincular el arte de la ética, la moral o la religión no es, en el fondo, más que una excusa para endiosarse él mismo, no atarse a nada ni a nadie y terminar maltratando al dichoso vecino.

La película está magníficamente interpretada por Óscar Martínez, que construye un tipo humano tan sugestivo sobre el papel como absolutamente carente de empatía. Hay muchos momentos hilarantes y algún que otro pasaje incómodo, porque contemplar la bajeza moral siempre resulta embarazoso.

Ana Sánchez de la Nieta
@AnaSanchezNieta

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