Tras dirigir los interesantes cortometrajes Metro, Paraísos artificiales y Cazadores -este último galardonado con el Goya en 1998-, el actor Achero Mañas debuta en el largometraje con El Bola, un drama casi redondo que, desde una deliberada modestia, sigue de cerca los mejores pasos narrativos y formales de Barrio y Solas.

El Bola, un chaval madrileño de 12 años, inteligente y vitalista, sufre los irracionales arrebatos de ira de su padre, atormentado desde la muerte de su hijo mayor. Ni la madre ni la abuela se atreven a defender al chico. Tiene una oportunidad de salir de esa situación cuando se hace amigo de Alfredo, un chico silencioso y maduro, con una familia singular, pero divertida, inconformista y solidaria.

Achero Mañas no ha caído en el efectismo formal, la sordidez de fondo y la acumulación narrativa de muchos nuevos realizadores. Llena estos breves 88 minutos de buen cine, es decir, de narración precisa y eminentemente visual, con diálogos sustanciales y con un sugestivo despliegue invisible de recursos fílmicos con entidad dramática. Todo ello articulado con una frescura y un tono amable que se contagian a los actores y al espectador.

Esa sencillez no significa que Mañas trate superficialmente los peliagudos conflictos que retrata. Se le puede reprochar alguna ambigüedad moral, una alicorta apertura a la trascendencia y varias groserías aisladas. Sin embargo, su comprensiva mirada llega al alma de los personajes, hasta calar en el valor de la amistad, el cariño familiar y la educación en la libertad y en la responsabilidad, frente al cobarde escapismo del materialismo hedonista.

En fin, en una temporada mediocre, que ha cuestionado hasta en taquilla la supuesta bonanza del cine español, El Bola, a base de ternura y autenticidad, ha subido la media muchos puntos.

Jerónimo José Martín

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