El ingeniero Gustave Eiffel acaba de terminar y entregar a Estados Unidos la Estatua de la Libertad, y el gobierno francés cuenta con él para realzar la imagen de Francia en la próxima Exposición Universal, en 1889. Tendría que hacer algo espectacular. Aunque inicialmente no está interesado, la aparición de una hermosa mujer, que él conoció muchos años antes, le lleva a proponer una locura imposible, una torre de 300 metros, toda de metal, en el centro de París.

Nada que no sepamos sería una buena definición de esta película: una buena reconstrucción de época, incluido el espíritu innovador que conlleva la revolución técnica, los problemas de la construcción –financieros, políticos y estéticos–, el necesario sacrificio por realizar una obra duradera. El director Martin Bourboulon ha realizado una película académica, más compleja de lo que luce, nada pomposa, aunque tiene momentos espectaculares. El romance, hilo conductor de esta historia, es ficción adaptada a la historia real; no es pequeña gesta, pero también es poco original.

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