Nueva York, 1987. Los Friedman, una acomodada familia judía, se desmorona cuando el padre (Arnold) y el hijo menor (Jesse) son condenados por diversos abusos sexuales a menores. Arnold se suicidó en la cárcel y Jesse pasó en ella 13 años. Otro hermano, David, cedió a Andrew Jarecki numerosos vídeos caseros, desde los años 60 hasta después de la condena. Con ese material y entrevistas a acusados, víctimas, policías, abogados y periodistas, Jarecki ofrece un testimonio muy inquietante.
Candidato al Oscar y ganador de varios premios, este primer documental de Jarecki cuenta con un guión y un montaje agilísimos y magníficamente impulsados por la música de Andrea Morricone, hija de Ennio. Capta así la atención y deja al espectador desmadejado y perplejo, tanto que uno acaba dudando de la imparcialidad del filme. Jarecki deja hablar a unos y a otros, y parece no tomar partido. Pero va derivando hacia una posición demasiado crítica con el sistema USA y moralmente poco nítida, sobre todo en el tratamiento de la homosexualidad secreta de Arnold Friedman y manifiesta de su hermano.
Todo lo dicho no rebaja la calidad formal de la película, pero hace dudar de su utilidad testimonial respecto a temas como la pedofilia, la pederastia, las familias disfuncionales o las actuaciones policiales y judiciales. Por otra parte, su certera crítica a la irresponsabilidad periodística en esos ámbitos se devalúa por el uso que hace Jarecki de la intimidad de los Friedman, desvelada sin ningún pudor.