Salto al cine del popular cómico británico, después de triunfar en televisión. Esta vez Bean es enviado como especialista en arte a un museo de Los Ángeles, que acaba de adquirir una valiosa pintura. Sin querer, Bean causará muchos problemas a su anfitrión, el director del museo.
Rowan Atkinson, el motor del film, desarrolla una trama esquemática pero sólida, que sostiene bien los gags, francamente divertidos. Algún pasaje más grosero lo salva, en parte al menos, la candidez del protagonista. La elaboración de las situaciones coloca a Atkinson muy por encima de Jim Carrey, el cómico de moda. Como en la serie televisiva, el actor basa su humor en la expresión corporal y gestual de un personaje torpón, al estilo de Peter Sellers y de los modelos clásicos del cine cómico mudo. De todos modos, cierto temor al rechazo de un film sin diálogos lleva a introducir algunos.