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Los equívocos de un escándalo

publicado
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La prensa de Estados Unidos no ha inventado el escándalo de los sacerdotes acusados de abusos sexuales. Pero, en su mayor parte, tampoco ha presentado un cuadro certero del problema. Ha invocado (con razón) la transparencia en esta delicada cuestión, pero al mismo tiempo ha omitido o censurado datos. Es la diferencia entre quienes desean que la crisis sirva para mejorar y quienes solo ven en ella una oportunidad para humillar a la Iglesia. Entre quienes piensan que el escándalo solo se supera siendo más católicos y quienes lo usan para justificar un catolicismo vacío de contenidos.
Desde 1985 suelen aparecer periódicamente a la luz pública en Estados Unidos algunos casos de abusos cometidos por sacerdotes. La diferencia es que ahora el vendaval parece imparable. Diarios como el New Yok Times, Boston Herald y Boston Globe (propiedad del New York Times), por citar sólo tres, llevan más de dos meses dedicando al tema una media de cuatro o cinco artículos diarios. Lo mismo cabe decir de las cadenas televisivas, empezando por la CNN. Y ya se anuncian varios libros dedicados al escándalo.

Desde finales de enero, la imagen pública de la Iglesia católica en Estados Unidos se ha identificado con la de una institución que encubre a criminales. A duras penas han encontrado espacio otras noticias de la Iglesia. Es una reacción muy distinta a la que caracterizó el 11 de septiembre, cuando los comentaristas no se cansaban de insistir -oportunamente- en lo injusto que sería identificar a todos los musulmanes con los terroristas. Ahora, casi nadie ha recordado que los crímenes y errores de unos pocos no se pueden extender a los 46.000 sacerdotes de Estados Unidos. Más bien al contrario: no han faltado quienes sostienen que la causa es el mismo clero y sus reglas, por lo que abogan por reformas como la supresión del celibato, la ordenación de mujeres, el sacerdocio de casados,…

La otra institución infalible

Es indudable que la prensa en Estados Unidos vive una especie de Watergate clerical, que se vería coronado en caso de provocar alguna dimisión (como la del cardenal Law, de Boston). Y es que los medios de comunicación se están presentando a sí mismos, durante estas semanas, como un baluarte moral en defensa de la sociedad, capaz de sacar a la luz injusticias que se intentaban ocultar. Y lo hacen nada menos que contra la Iglesia católica, probablemente la única institución que levanta su voz ante el pensamiento relativista dominante, del que los medios suelen hacer con gusto de altavoz. El tono de muchos artículos manifiesta la complacencia que produce poder juzgar a la Iglesia en su propio campo.

Se suele decir que el interés del New York Times por las cosas de la Iglesia católica se debe a que el prestigioso diario se considera la otra institución infalible del planeta. En realidad, la broma podría aplicarse a todos los periódicos, y de hecho -a la vista de algunos comentarios publicados- cabría decir que buena parte de ellos tal vez se consideran ya incluso la única institución infalible. «La reunión del Papa con los cardenales: muy poco y muy tarde», sentenciaban varios titulares incluso antes de celebrarse la reunión. Pero es posible que esa indignación moral, de la que han hecho gala durante estos días, no sea tan coherente como parece.

El todo por la parte

Los meses transcurridos desde el inicio de esta campaña ofrecen una perspectiva suficiente para sacar algunas conclusiones sobre cómo se está abordando la cuestión. Y un primer dato es que en la presentación de las informaciones y de los comentarios se ha producido una especie de «metonimia global», un tomar el todo por la parte, que ha viciado en su origen la comprensión del problema.

Hasta ahora, solo algunos comentarios marginales han puesto de relieve que la crisis no es de «sacerdotes pederastas» (pedophile priests), como se ha escrito hasta la saciedad, sino de «sacerdotes homosexuales». De las decenas de casos ventilados hasta la fecha, parece que son cuatro los que habrían tenido como víctimas a niños varones en edad pre-pubertad (que es lo que define al pe derasta). La gran mayoría de los abusos se refieren a adolescentes que rondan los 16-17 años (que son un target de los homosexuales), mientras que los restantes son abusos cometidos contra mujeres.

Naturalmente, es obvio que no se trata de justificar a nadie, y menos la actuación indigna de un sacerdote. Pero, al mismo tiempo, no se puede ignorar que lo que se busca al calificar a todos de «pederastas» es acentuar el impacto emotivo contra el clero. Y sobre todo no asociar la homosexualidad a delitos contra menores.

Menor incidencia que en el conjunto de la sociedad

En el fondo, es comprensible que no se haya identificado como «problema homosexual», pues de lo contrario un buen número de los comentaristas que se han rasgado las vestiduras no hubieran podido escribir nada. La razón es que ellos mismos, o sus periódicos, apoyaron en su día propuestas, como la británica, para bajar a 16 años la edad de consentimiento para relaciones homosexuales. Y que muchos de ellos también manifestaron su desdén cuando el Tribunal Supremo de EE.UU. dio la razón a los Boy Scouts en su oposición para admitir gays en sus filas.

Que la cuestión central no es la pederastia lo confirma el único estudio científico sobre el problema, publicado en 1996 por el sociólogo protestante Philiph Jenkins, de la universidad de Pennsylvania (1). En esas páginas se recogen datos referidos a Chicago según los cuales solo uno de los 2.252 sacerdotes que trabajaron en la diócesis durante el periodo 1963-1991 resultó pederasta, mientras que el total de los que presumiblemente habían cometido abusos sexuales ascendía a cuarenta y uno (el 1,8 %). Esas cifras indican una incidencia menor que las de la sociedad en su conjunto. Desde luego, un solo caso ya es indignante, pero de lo que se trata ahora es de señalar que los abusos de niños no son precisamente un «problema católico», como machaconamente se está diciendo.

La memoria del cruzado

Si el núcleo del problema es la presencia de homosexuales entre el clero, para solucionarlo de raíz habría que cuidar, ante todo, la selección de los candidatos al sacerdocio y volver a reafirmar que los homosexuales no son idóneos para el ministerio. Al mismo tiempo, sería necesario refutar la «teorización de la homosexualidad» presente en algunos manuales de teología moral que se estudian en los seminarios. Si verdaderamente se quiere mejorar las cosas, parecen normas de sentido común. Sin embargo, buena parte de los diarios que ahora capitanean la cruzada moralizadora son los primeros que han apoyado y apoyan la presencia de los gays en el clero, y los que consideran una «intolerancia medieval» cualquier llamada de atención de la Santa Sede a determinados teólogos.

No hace falta ir a Estados Unidos: aunque el episodio fuera esperpéntico, basta ver los elogios con que buena parte de la prensa española saludó, en enero, al sacerdote andaluz que declaró con orgullo su homosexualidad activa: desde las columnas de muchos diarios se defendía que continuara ejerciendo el ministerio.

Síntomas de cambio

La conclusión es que el mensajero, cuando presenta el problema, no es del todo imparcial. Pero hay que reconocer que se le han ofrecido en bandeja muchas municiones para disparar. Aun admitiendo la influencia real en toda esta tormenta de los intereses económicos de los abogados y de las compañías de seguros, del afán de notoriedad de algunos fiscales e incluso del anticatolicismo latente en algunos sectores de la sociedad norteamericana, en muchos casos ha sido la actuación negligente de algunos obispos lo que más ha escandalizado.

Hay que añadir, de todas formas, que ha tenido gran eco en la prensa el dato de que la mayoría de los casos de abuso de los que se habla tuvieron lugar entre la mitad de los años sesenta y mitad de los ochenta. No consta ningún caso del año pasado, y solo uno del año 2000. Eso quiere decir que los años más tumultuosos coinciden con la época libertaria de confusión postconciliar, y que la gravedad del fenómeno está decreciendo, también gracias a las medidas adoptadas. Es un índice de que el clima ha mejorado, aunque un libro apenas publicado denuncia la persistencia de una subcultura gay en algunos seminarios de Estados Unidos (2). Una subcultura que impide entrar, o que simplemente repele, a candidatos que no comparten esas características, y contra la que los propios obispos con frecuencia parecían inermes.

Es de suponer que los diarios seguirán todavía durante bastante tiempo alimentando sus páginas con historias de nuevos casos, sin excluir detalles morbosos, y con relatos de cómo la crisis está poniendo a prueba la fe de los fieles y la generosidad de los benefactores. Sería interesante ver si la cobertura se extiende a otras instituciones o se mantiene centrada exclusivamente en la Iglesia católica. Se hablará de medidas y de reformas, pero al final, como escribe el biógrafo de Juan Pablo II, George Weigel, quedará siempre claro que se trata de «una crisis de fidelidad», que no se resolverá adoptando un catolicismo light, que ha sido precisamente la causa. «El camino para una genuina reforma es que la Iglesia se vuelva más católica, no menos» (Los Angeles Times, 26 de abril).

(1) Philiph Jenkins. Pedophiles and Priests. Anatomy of a Contemporary Crisis. Oxford University Press (1996).(2) Michael S. Rose. Goodbye! Good men. Regnery Publishing. Washington (2002).Algunas voces fuera del coro

La avalancha informativa en torno a los abusos de sacerdotes en Estados Unidos ha transmitido la impresión de que este es un problema peculiar de la Iglesia católica. Algunos han aprovechado la ocasión para extender una cultura de la sospecha contra los sacerdotes en general o pedir la supresión del celibato. Sin embargo, y sobre todo después de la reunión del Papa con los cardenales de EE.UU. (23-24 de abril), empiezan a oírse en la opinión pública voces más serenas que colocan la crisis en otro contexto.

En un editorial, The Wall Street Journal (26 de abril) señala la ironía de que una cultura permisiva reproche ahora su laxismo a la Iglesia: «La erotizada cultura mediática americana reprende ahora a la Iglesia católica por ser demasiado condescendiente con una conducta sexual licenciosa. Una cultura que ha aprendido a tolerar todo (faltar a los compromisos no importa si se trata del sexo) esgrime ahora que los obispos no han adoptado la ‘tolerancia cero’ frente al mal comportamiento de sacerdotes».

La sociedad permisiva pide rigor

The Wall Street Journal detecta en las reacciones a este escándalo una hostilidad contra la Iglesia católica por ser una de las pocas instituciones que en su doctrina mantiene que no todo vale en la moral sexual. «Cualquier institución que hable sin ironía de pecado y de santidad, como han hecho los obispos en Roma esta semana, será siempre un obstáculo para el concepto de libertad que defienden los libertinos. Por eso los que mantienen esta visión del mundo son implacablemente hostiles a cualquiera que intente hacer las más obvias distinciones en este escándalo. Empezando por el hecho de que en la mayor parte de los casos de lo que se trata aquí no es de pedofilia sino de conducta homosexual entre sacerdotes y jóvenes adolescentes. Pero esta es una cuestión que hoy es casi imposible plantear en público».

Ahora los obispos reconocen su responsabilidad por su falta de firmeza y de claridad y escriben en su comunicado que «los pastores necesitan promover claramente la correcta enseñanza moral de la Iglesia y reprender públicamente a los individuos que la contradicen y a los grupos que presentan enfoques ambiguos en la atención pastoral». A juicio del Wall Street Journal, esto muestra que los obispos «han comprendido que están recogiendo las consecuencias de haber pasado la responsabilidad pastoral a sus abogados, compañías de seguros y psiquiatras».

El diario norteamericano, que más de una vez ha criticado las tomas de postura de los obispos en temas políticos y económicos, advierte que «no creemos que las acciones de unos pocos deban invalidar el trabajo de la mayoría de los sacerdotes que enseñan a nuestros hijos, cuidan a nuestros enfermos y han enriquecido el tejido social americano con su ministerio». «La Iglesia católica es uno de los grandes activos de la sociedad americana», escribe el diario. «El escándalo actual habrá servido para algo si obliga a los obispos a tomar más en serio las acusaciones contra las malas conductas de sacerdotes. Pero no queremos unirnos a aquellos cuyo verdadero propósito es aplastar y humillar a la Iglesia».

La confianza en los tratamientos psiquiátricos

Las opiniones de algunos expertos en materia de desviaciones sexuales han contribuido a ver este problema al margen de difundidos estereotipos. El Dr. Fred Berlin, profesor de psiquiatría en la Universidad John Hopkins y uno de los especialistas americanos en estas cuestiones, declara a La Croix (22 de abril) a propósito de la pedofilia que «este problema se encuentra en todos los ambientes educativos». También considera que «el celibato no tiene que ver con esto aunque aquí sea un asunto muy discutido».

Berlin reconoce que los psicólogos tienen también parte de responsabilidad, ya que muchas veces por su consejo los obispos volvieron a confiar encargos pastorales a sacerdotes después de haber sido sometidos a un tratamiento. «Hubo una mala comprensión de lo que podía o no podía curarse. También hay que tener en cuenta que la pedofilia era uno de los sectores sobre los que había menos conocimientos».

Todavía hoy los conocimientos sobre esta desviación están lejos de ser concluyentes, como se ve por algunos estudios citados en un reportaje de Time (29 de abril) sobre el grado de efectividad de los tratamientos psiquiátricos en estos casos. Según un estudio publicado en 1991 en el American Journal of Forensic Psychiatric sobre 400 pacientes tratados por el Dr. Berlin, solo el 1,2% de los que siguieron la cura de dos años y medio volvieron a molestar a menores en los tres años siguientes. Otros estudios que se extienden durante periodos más largos -de cinco a diez años- encuentran un porcentaje más alto de reincidentes, con un máximo del 58% entre los que rehusaron el tratamiento. A pesar de estas grandes disparidades, incluso la tasa de reincidencia más alta desmiente la idea popular de que un pedófilo vuelve siempre a delinquir. No es tan raro, por tanto, que algunos obispos confiaran en el consejo de los expertos que les decían que un sacerdote con estas tendencias estaba ya curado tras el tratamiento. «Es muy fácil decir: ‘cierra y tira la llave’, dice Berlin, «pero en muchos casos están torturados por sus tentaciones, y les alivia que podamos hacer algo por ellos».

Capacidad de recuperación

Sin pretender excusar los errores en las decisiones de los obispos, Patricia Cohen recoge en The New York Times (29 de marzo) algunas declaraciones de teólogos que explican que los obispos confiaran en la capacidad de recuperación de los sacerdotes implicados tras el tratamiento terapéutico. «La creencia en el poder transformador de la gracia de Dios está en el centro de la doctrina cristiana. La idea de que alguien es irrecuperable es extraña a la Iglesia». Pero aun reafirmando la capacidad de arrepentimiento y de enmienda, el teólogo John Neuhaus matiza que «la creencia en el don de la gracia es perfectamente compatible con el reconocimiento de que el don no siempre es efectivamente recibido». Por eso es más difícil comprender que los obispos siguieran confiando en la recuperación de algunos sacerdotes que habían cometido repetidos abusos, también después del tratamiento psiquiátrico.

Según datos mencionados en el reportaje de Time, los casos de abusos sexuales contra menores en EE.UU. han descendido de 150.000 en 1992 a 104.000 en 1998, como consecuencia de un mayor rigor en las penas contra los responsables. Frente al tópico popular de que los culpables de abusos sexuales contra menores son siempre gente que trabaja con niños (sacerdotes, maestros, entrenadores), la realidad es que en la mitad de los casos son los propios padres de las víctimas y en el 18% otros parientes.

La idea de que la Iglesia ha tendido a ocultar el problema y mirar a otro lado también está siendo matizada. A juicio de Berlin, «la gran mayoría de los casos han dado lugar a juicios públicos, a indemnizaciones, a decisiones de tratamiento psicológico para los sacerdotes implicados. A veces se olvida que nadie, empezando por las familias, quería que se hicieran públicos los escándalos. Pienso que, más que voluntad de encubrir, ha habido una falta de comprensión del conjunto del fenómeno».

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