¿A más modernidad, menos religiosidad? No lo cree así el filósofo canadiense Charles Taylor, aunque su idea de la religión en la era secular es la de una fe sin certeza.

Son pocos los sociólogos y pensadores que mantienen hoy sin crítica la famosa teoría de la secularización, según la cual a más modernidad, menos religiosidad. Pero el debate no ha terminado porque hay diversas formas de entender el término “secular”. En La era secular, que se ha traducido recientemente en dos volúmenes al castellano (1), el filósofo canadiense Charles Taylor ofrece su propia interpretación sobre el desarrollo histórico de las creencias religiosas en los últimos siglos. Una versión de este artículo se publicó en el servicio impreso 45/15 LA ERA SECULAR Autor: Charles TaylorMadrid (2014). Tomo I: 480 págs., 37 €. Tomo II: 768 págs., 55 €. Traducción: Ricardo García Pérez. Para Charles Taylor, la secularización no hace referencia solo ni al proceso de privatización de la fe ni a la distinción institucional entre lo sagrado y lo profano; tampoco supondría el descenso generalizado de la práctica religiosa. A su juicio, la secularización se refiere tanto a la posibilidad de creer –o no hacerlo– libremente, como a la transformación de la vivencia de lo sobrenatural. En épocas anteriores era casi inconcebible la increencia; la fe se daba por supuesta, porque estaban establecidos los cauces institucionales del ejercicio de la religión. Los cambios culturales de la modernidad, piensa Taylor, habrían convertido la creencia en fruto de una decisión libre y reflexiva. Una fe que, por tanto, es consciente de su falta de certeza y comprende la decisión de no creer. La modernidad como duda Taylor nunca se ha lamentado de la modernidad; al contrario, piensa en ella en positivo y, en este como en otros ensayos, acentúa sus influjos benéficos. Considera además que su marco cultural resulta insoslayable, también para el pensador; a menos que adolezca de un anacronismo irreflexivo y pueril, nadie puede situarse por encima de este imaginario colectivo que, para bien o para mal, define la relación del hombre con los demás y con el mundo. La filosofía moderna ha triunfado y tuvo éxito en su tarea de acendrar el saber; pero debilitó la capacidad cognoscitiva de la creencia. El creyente de hoy no puede esquivar estos logros y límites, y ha de creer de un modo personal, consciente de la inseguridad que comporta la fe. Para Taylor, la fe orienta la acción del hombre, ayuda a situarlo, pero no comporta que transmita una verdad Además de explicar la génesis de esta actitud moderna, en La era secular se perfilan los contornos que tiene hoy la vivencia religiosa. Heredero de una visión romántica, el pensador canadiense acentúa lo emocional y sensible, lo expresivo de la fe. Creer, de ese modo, es un medio de expresar el yo más íntimo y auténtico, un camino para buscar la plenitud que se le hurta al individuo de hoy. Pero, según Taylor, la fe no comporta una pretensión de verdad. Orienta la acción del hombre, ayuda a situarlo, pero no transmite un saber. Al destacar solo la dimensión práctica y edificante de la religión, Taylor rebaja su entidad teórica. Porque con esta comprensión de la fe, más veraz cuanto más dubitativa, el filósofo canadiense pretende compensar con lo emocional y poético el déficit moral del secularismo y hacer compatible la presencia de una fe –ciertamente débil– con el proceso de secularización emprendido en los albores de la modernidad. La fe, valiosa para la acción Desde su publicación en 2007 (cfr. Aceprensa, 19-12-2007), La era secular ha recibido el aplauso de muchos expertos, que han alabado la lectura positiva de la modernidad que ofrece, así como la recuperación del sentido vivencial de la fe. Otros, desde posturas más secularistas, creen que Taylor, al destacar la continuidad de la modernidad y el cristianismo. no ha sabido profundizar sobre la quiebra radical que aquella ha producido. En cambio, Mathew Rosse, director del Berkeley Institute, critica el análisis de Taylor en el artículo Tayloring Christianity (publicado en First Things, diciembre 2014), porque, en su opinión, peca de un excesivo secularismo. En concreto, obvia aspectos sustanciales de la fe religiosa, especialmente significativos en el diálogo entre la religión y el mundo contemporáneo. Para Rosse, Taylor acepta de un modo acrítico el prisma gnoseológico moderno e incluso el proceso de desnaturalización de la fe que comporta. Esto explica que para el canadiense una fe firme e indubitable resulte insostenible hoy. Es cierto que destaca en su argumentación cómo se vive la fe religiosa, pero lo hace a costa de eludir el contenido de la creencia. Y en esa primacía de la fe como acción y práctica se sortea el fondo dogmático de la creencia. La fe es valiosa para Taylor porque inspira la acción del hombre; le proporciona un sentido en un mundo ya “desencantado”. Taylor acentúa el sentido del ágape cristiano, la comunión espiritual y la relevancia de la caridad en el cristianismo, pero hasta el extremo, según Rosse, de sustituir “el dogma por el amor”. En la narración propuesta por Taylor, la secularización ha atenuado las dificultades de creer porque habría descargado la fe del lastre que comportaban la teología y la metafísica dogmática. Ha liberado al creyente. En esta visión histórica, la gran tradición de pensamiento, de la que se surte el cristianismo, habría quedado obsoleta. Más modernista que secular En todos sus ensayos, Taylor hace uso de una gran capacidad de amalgamar diversas corrientes de pensamiento e interpretarlas siempre con lucidez. Sorprende por eso mismo que no aluda al caudal filosófico cristiano ni haya captado las raíces metafísicas de la que emerge la cultura cristiana, pues desde ellas cobra un sentido más atinado la fe y se ensancha el horizonte del saber humano. Con su apuesta por la “la fe que duda”, se amplía la distancia entre fe y razón, entre dogma y práctica religiosa. A Rosse le parece natural que entre los teólogos que Taylor reivindica estén sobre todo los partidarios de la teología liberal. Y que, desde estos presupuestos, entienda que creencias como la idea de juicio, el infierno o las enseñanzas morales acerca de la sexualidad, que no son elementos accesorios de la fe, sean inadecuadas a nuestro tiempo. Al final del libro, Taylor no descarta las formas comunitarias o institucionalizadas de fe. En ellas, sin embargo, lo relevante sigue siendo la posibilidad de prácticas religiosas, en su caso colectivas. No se refiere a la autoridad dogmática de la Iglesia, pero ¿no puede suponerse que violentaría la vivencia personalísima en la que Taylor convierte la fe? ¿Cómo compaginar de un modo cabal la fe como expresión de la autenticidad individual y las formas institucionales? “Teólogo del statu quo” Rosse califica a Taylor de “teólogo del statu quo“, por su incapacidad para escapar al momento presente de la historia. Y en su benevolente interpretación de la modernidad cultural, la consagración del presente impide al canadiense detectar todo aquello que el proceso moderno ha arrasado. En resumidas cuentas, Taylor sintetiza la única forma que hoy puede admitir la fe, mostrando la imposibilidad de ser hoy otra cosa que “un creyente secular”. La fe moderna es, pues, una fe light y encierra al individuo en su propia expresividad. Es curioso que en el análisis de la creencia moderna se evite la trascendencia o se posponga el contenido de la Revelación frente a la eficacia de su mensaje moral. La religión deja de hacer referencia a Dios y se interioriza de un modo exagerado. Si es religión, es una religión a medida de las necesidades humanas; una religión humana que corta el nexo entre el hombre y lo sobrenatural. ______________________________ Notas (1) Charles Taylor. La era secular. Madrid (2014). Tomo I: 480 págs., 37 €. Tomo II: 768 págs., 55 €. Traducción: Ricardo García Pérez.

La fe en una era secular

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