La paz es posible –Para entender el conflicto entre Israel y Palestina

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Israel Defense Forces - Standing Guard inNablus

Soldados israelíes en una operación en Nablus (Cisjordania), durante la intifada de Al Aqsa, 8-04-2002 (Foto: Fuerzas de Defensa de Israel)

 

Los acuerdos de Oslo (1993) suscitaron la esperanza de que por fin se llegara a una solución pacífica del conflicto entre Israel y Palestina. Gaza y Jericó, a los que se sumaron luego otras partes de Cisjordania, se convirtieron en el territorio de la Autoridad Nacional Palestina, germen del futuro Estado que los palestinos ansían tener. Pero las sucesivas negociaciones que habían de dirimir las cuestiones pendientes terminaron en fracaso, y la intifada de Al Aqsa, iniciada en septiembre de 2000, ha llevado a una explosión de violencia. ¿Cómo se ha podido llegar a esta situación y cómo se puede salir? Ofrecemos algunas respuestas, tomadas de distintas fuentes.¿Qué supusieron los acuerdos de Oslo?

Para muchos, Oslo es el punto de partida irrenunciable. Así lo cree el Círculo de Padres (CP), organización que agrupa a familias israelíes y palestinas que han perdido hijos en el conflicto. En un documento dirigido a la opinión pública de Israel (www.theparentscircle.com/a&q.html), el CP afirma: “Los acuerdos de Oslo han iniciado un proceso de paz que no se puede parar. Aunque esa sea su única aportación, es muy importante. Gracias a los acuerdos, los palestinos reconocieron finalmente la existencia de Israel, aceptaron las fronteras del 4 de junio de 1967, se admitió el principio de sendos Estados separados para los dos pueblos y se preparó la vía hacia el reconocimiento de la parte judía de Jerusalén como capital del Estado de Israel”.

¿Por qué se ha estancado el proceso iniciado en Oslo?

Yezid Sayigh, ex negociador palestino y actualmente profesor en la Universidad de Cambridge, señala: «Desde los acuerdos de Oslo ha faltado el compromiso con un objetivo final específico y bien definido. Esto hizo que las posteriores negociaciones carecieran de programa establecido, estimuló a ambas partes a emplear la coacción y recurrir a prácticas abusivas, como asentamientos y ocupación de tierras, y llevó de un arreglo provisional a otro, lo que erosionó el espíritu de paz y reconciliación, así como la confianza mutua, piedra angular de la cooperación en seguridad» (International Herald Tribune, 9-IV-2002).

De manera semejante, el CP opina que los acuerdos de Oslo «fueron saboteados no solo por los palestinos, sino también por nosotros». «En vez de pensar en el futuro del país, las perspectivas de paz, las futuras fronteras, las posibilidades de proteger a la población civil y otras cuestiones clave, todos los gobiernos israelíes se apresuraron a crear hechos consumados sobre el terreno».

En las conversaciones de Camp David (julio de 2000) y Taba (enero de 2001), el acuerdo pareció estar más cerca que nunca. ¿Por qué no se logró?

En esas dos reuniones, recuerda el CP, el entonces primer ministro israelí Ehud Barak hizo, desde el punto de vista de Israel, la mejor oferta que los palestinos habían recibido nunca: darles el 93% de Cisjordania y Gaza. Pero «Barak no pudo concluir lo que empezó porque la mayoría de los israelíes no estaban de acuerdo con su política». Y «el intercambio de territorio propuesto por Barak era una fórmula que tampoco los palestinos podían aceptar. Barak pretendía anexionar el 7% a Israel, pero a cambio solo ofreció a los palestinos el 2-3%». En resumen: «¿Qué dio en realidad Barak? ¡Absolutamente nada! Todo quedó en palabras, pero sobre el terreno nada cambió. Netanyahu dio Hebrón, pero Barak dio cero a los palestinos».

¿Por qué se desencadenó la actual intifada?

«Repasemos –dice el CP– qué obtuvieron realmente los palestinos de Barak durante dos años [de negociaciones]. Se impuso la clausura de los territorios como forma de castigo colectivo; se impidió la libertad de movimientos a los implicados en el proceso de paz; se humilló a personajes públicos en los controles; se disparó el desempleo; el agua era escasa, en especial comparada con el suministro ilimitado a disposición de los colonos; se destruyeron viviendas palestinas, mientras que los colonos construían más y más casas; no se liberó a los presos condenados por actos anteriores a los acuerdos de Oslo. Barak se vio obligado a navegar entre la coalición de gobierno y la oposición, y al final no dio a los palestinos lo que ellos esperaban recibir. En tales circunstancias, los palestinos -según decían- no tenían nada que perder».

Ahora bien –precisa el CP–, afirmar, como hacen los palestinos, que fue la visita de Sharon al Monte del Templo (el lugar que ocupó el antiguo templo judío de Jerusalén) lo que se desencadenó la intifada, «no es más que una hoja de parra con la que el terrorismo pretende cubrirse; pero a veces una hoja de parra es mejor que nada. Terrorismo hubo desde que se fundó Israel contra la voluntad de los árabes. Solo que cambiaba de forma para adaptarse a las cambiantes necesidades e intereses de los dirigentes de la región. (…) Fue el fracaso de las negociaciones entre Barak y Arafat la causa de que explotaran los dos millones de palestinos nativos, sometidos a continuas humillaciones. La visita de Sharon al Monte del Templo fue la chispa que encendió el fuego».

¿Cómo se puede romper la espiral de violencia para así reanudar las negociaciones?

Parece lógico pensar que lo primero es condición de lo segundo; pero ambas cosas están mutuamente intrincadas. Los periodistas Joel Brinkley y Todd S. Purdum explican así la parálisis del proceso de paz: «El Israel de Sharon tiene más interés inmediato en un alto el fuego que en un arreglo permanente con un enemigo del que desconfía, mientras que los palestinos tienen pocos motivos o ninguno para detener su campaña de violencia si no consiguen conversaciones concretas sobre la creación de un Estado para ellos» (New York Times, 31-III-2002).

Por eso, Sayigh sostiene que se necesita «establecer un marco político que lleve a israelíes y palestinos no solo a un alto el fuego, sino también -lo que es más decisivo- a un tratado definitivo de paz (…). Pensar que esas dos metas son mutuamente excluyentes o que se las puede separar es un error peligroso».

También el CP niega la tesis de Sharon, según la cual no hay lugar para negociaciones mientras continúe la violencia por parte palestina. Ya antes, dice, «negociamos con los egipcios aun cuando seguía habiendo hostilidades, y lo mismo hemos hecho con los palestinos». La situación no cambiará «hasta que finalmente comprendamos que solo se puede parar la violencia con una estrategia de paz».

Pero eso se aplica a ambas partes, señala el comentarista Nicholas D. Kristof. Con su campaña terrorista, «los palestinos han conseguido hacer respetable la tesis de los halcones -apoyada por el 46%, según una encuesta reciente- de que es preciso expulsar a los palestinos de Cisjordania: una especie de limpieza étnica en Tierra Santa. Ahora bien, el mismo efecto bumerán tiene también la política de Sharon. Cada vez que derriba más viviendas árabes, cada vez que mata palestinos y mata las esperanzas de ellos, crea nuevos terroristas» (New York Times, 2-IV-2002).

Entonces, ¿la estrategia militar de Sharon no logrará erradicar el terrorismo?

El diplomático español Carlos Alonso Zaldívar, que durante cuatro años estuvo destinado en Israel, recuerda que Sharon, en 1971, cuando era jefe del Mando Sur del ejército israelí, dirigió una operación de represalia en Gaza. Un centenar de activistas palestinos fueron eliminados, muchos más fueron detenidos o deportados, y se demolieron millares de viviendas. «Con estos y otros golpes menores consiguió que en diciembre de 1971, solo hubiera en Gaza una operación de sabotaje palestina, mientras que en junio de ese mismo año había habido 34. En la campaña electoral que le llevó a ser ministro, Sharon se refirió una y otra vez a esa experiencia como muestra de que es posible poner fin militarmente al terrorismo palestino. Se diría que muchos israelíes le creyeron y le votaron. Pero no cabe olvidar la otra cara de la experiencia: tras un tiempo de calma, fue en esa misma arena de Gaza donde surgió Hamás. Toda apunta a que, con la guerra que acaba de declarar, Sharon pretende hacer hoy en Cisjordania lo que en los setenta hizo en Gaza. Si es así, las consecuencias son previsibles» (El País, 4-IV-2002).

Y el periodista Robert Fisk escribe: «Después de haber tratado a los palestinos como si fueran animales durante tantos años, ¿por qué tendríamos que sorprendernos cuando una sociedad acaba por producir los mismos monstruos que siempre hemos afirmado que veíamos en ellos?» (The Independent, 8-IV-2002).

Para volver a las negociaciones, ¿no haría falta, en primer lugar, que la Autoridad Nacional Palestina (ANP) dejase de consentir la campaña terrorista?

Muchos analistas coinciden en que la ANP, con Yasser Arafat a la cabeza, no ha actuado con suficiente firmeza contra el terrorismo, y ha adoptado al menos una postura ambigua. Es un ejemplo, por parte palestina, de la táctica de presionar por la fuerza para sacar partido en la mesa de negociaciones. Al final, la intifada se le ha ido de las manos a la ANP, que ha perdido el dominio de la situación.

De todas formas, el CP señala que la ANP lo ha hecho mejor en otros momentos. «Cuando Arafat llegó a Gaza, en 1993, su gente no estaba familiarizada con la región, y les llevó tiempo hacerse con el control. Durante ese periodo hubo muchos ataques terroristas, pero -gracias a las armas que Arafat recibió de Israel-, poco a poco fue ganando dominio de la situación. Ni siquiera en los mejores momentos tuvo Arafat un control absoluto; sin embargo, con el apoyo del 75% de la población pudo evitar muchos ataques terroristas contra Israel. También la coordinación entre las fuerzas de seguridad israelíes y palestinas redujo la probabilidad de atentados». En cambio, ahora, «sin solución política a la vista y sin perspectivas de que se constituya un Estado palestino, Arafat tiene muy difícil recuperar el control». Por tanto, «solo cuando los palestinos tengan incentivos para combatir el terrorismo, ellos y nosotros juntos podremos vencerlo». En efecto, «Arafat era más fuerte cuando el pueblo palestino veía que el proceso de paz daba resultados políticos y económicos y parecía que pronto se fundaría el Estado palestino».

Sharon, en cambio, ha designado a Arafat como responsable directo de la violencia y con la campaña militar casi ha deshecho la estructura de la ANP. Pero pretender excluir a las actuales autoridades palestinas es contraproducente, dice Sayigh. «Conducirá al hundimiento de la ANP y a la fragmentación política palestina, posiblemente acompañada de sangrientas luchas intestinas. Dejará a Israel sin interlocutor responsable y creíble, y expuesto a más violencia incontrolable, no menos». También según el CP, sostener -como hace Sharon- que Arafat constituye un obstáculo para la paz es «extremadamente peligroso»: si se elimina a Arafat, «reinará el caos durante muchos años». Para obtener paz, hay que firmarla con los dirigentes palestinos, y «Arafat demostró que es un verdadero líder cuando reconoció la existencia de Israel pese a la manifiesta oposición de las otras organizaciones que combatían contra nosotros».

¿Podría hacer más la comunidad internacional?

El fracaso de las conversaciones de Camp David y Taba, así como el posterior desfile de mediadores que no han logrado más que algún alto el fuego precario y efímero, sugiere que la solución del conflicto no está en manos de extranjeros. Pero Yossi Sarid, presidente del partido israelí Meretz y jefe de la oposición parlamentaria, recuerda que la comunidad internacional ha impuesto la paz en otros casos: «Estados Unidos dice que, si ambas partes no quieren llegar a algún entendimiento, no puede forzarles a aceptar uno. Eso no es verdad. En Kosovo, Bosnia y Macedonia, las partes podrían no haber querido un acuerdo, pero la comunidad internacional, con apoyo norteamericano, habló y actuó» (International Herald Tribune, 29-III-2002).

Sarid, pues, propone lo siguiente: «Crear un ‘mandato internacional’ en los territorios ocupados, por tiempo limitado, con fines de seguridad y con un fuerte componente económico. Una fuerza internacional bajo la dirección de Estados Unidos no solo protegería a los israelíes de los palestinos (y viceversa): también aseguraría los intereses de Estados Unidos, el mundo libre y los países árabes moderados, y contribuiría a que la ANP se rehabilitase, y a que el pueblo palestino de Gaza y Cisjordania saliera por fin de su postración».

También el diputado laborista y ex ministro de Asuntos Exteriores israelí Shlomo Ben Ami se declara a favor de esa tesis en una entrevista: «La solución será internacional o no será. Un acuerdo bilateral entre palestinos e israelíes es imposible, simplemente no sucederá. Yo propongo un plan de dos fases en que la comunidad internacional debe cumplir un papel fundamental. En la primera etapa, Israel debería retirarse de la mayor parte de los territorios, pero de forma coordinada con la comunidad internacional; esto último es muy importante. Las fuerzas internacionales de paz deberían establecer en los territorios ocupados un contingente que garantice la seguridad y la estabilidad económica y política en los territorios. Pero esto es solo una primera etapa, porque no podemos esperar que la comunidad internacional respalde una retirada a fronteras no negociadas. En una segunda etapa, se debería llegar a un acuerdo de paz de la mano de una plataforma internacional liderada por EE.UU., la UE, Rusia y cuatro países árabes fundamentales: Marruecos, Egipto, Jordania y Arabia Saudí» (El País, 10-IV-2002).

Concluye Sarid: «Durante muchos años, Israel ha rechazado la idea de una fuerza internacional diciendo: ‘Perdón, ¿acaso estamos en Bosnia? ¿Es esto Kosovo?’. Mi respuesta es: Sí, nos hemos convertido en un Kosovo. Cuando las víctimas caen a diario y ambas partes están cegadas por el odio y la venganza, somos Kosovo. Y una realidad como la de Kosovo exige una solución a lo Kosovo».

Cuestiones pendientes

Los acuerdos de Oslo se basan en la fórmula «tierra a cambio de paz». Pero no se ha llegado a un acuerdo definitivo sobre el reparto del territorio entre Israel y Palestina. Tres escollos en particular han hecho naufragar hasta ahora las negociaciones: los refugiados palestinos que abandonaron sus posesiones en la guerra de 1948, los asentamientos judíos en zonas ocupadas y la soberanía sobre Jerusalén, ciudad que ambos pueblos consideran su capital. El Círculo de Padres (CP) dedica especial atención a estas cuestiones.

Refugiados palestinos. «No podemos aceptar que los palestinos tengan derecho a regresar, y ellos lo saben. Reconocen que para nosotros sería un suicidio político permitir que todos los refugiados palestinos se establecieran dentro del Estado de Israel. Sin embargo, la mayoría de los refugiados han muerto ya o son muy viejos, de modo que en realidad estamos hablando no de los refugiados mismos sino de sus herederos. Por tanto, la solución es compensar a esos herederos». Así, «Israel reconocerá los perjuicios y sufrimientos de los refugiados palestinos, sin asumir responsabilidad; aceptará absorber a 100.000 refugiados durante un periodo de diez años, y constituirá un fondo para compensar a los demás».

Asentamientos judíos. Israel ha ido colonizando territorios ocupados instalando asentamientos de población judía, hasta un total de 157, en los que viven unas 200.000 personas. Aceptar la retirada de los colonos al interior de las fronteras de 1967, se dice, no sería nunca aceptado por el pueblo israelí.

En primer lugar, el CP advierte que este es un problema creado por el propio Israel. «Esos asentamientos, situados en medio de poblaciones árabes, no solo no contribuyen en nada a la seguridad de Israel, sino que de hecho ponen en peligro a sus habitantes y a los soldados que han de protegerlos. (…) Proseguir la política de colonizar los territorios ocupados sería un escollo para la paz».

En segundo lugar, cabe un compromiso. Israel entregaría a los palestinos el territorio en que se encuentran 90 asentamientos, habitados por unos 35.000 colonos. Los demás, en los que viven más del 75% de los colonos, serían anexionados a Israel, y los palestinos recibirían a cambio una superficie equivalente al 5% de Cisjordania. A la minoría de colonos que tendría que abandonar sus asentamientos -unas 6.000 familias- se daría una compensación económica.

En esas condiciones, añade el CP, no es verdad que entregar asentamientos a los palestinos provocaría una guerra civil en Israel. «Ya a principios de los años 80, Begin, Sharon y Arens nos enseñaron que se puede evacuar a los colonos en virtud de un acuerdo de paz, como ocurrió en el Sinaí».

Soberanía sobre Jerusalén. «Bajo ninguna circunstancia pueden los palestinos aceptar la soberanía israelí sobre el Monte del Templo». Allí, donde antiguamente se erguía el templo judío, se encuentra ahora la mezquita de Al Aqsa, la tercera en importancia para el islam, que a su vez contiene la Cúpula de la Roca. Pero «el Muro de las Lamentaciones y el barrio judío no están incluidos dentro de ese recinto, y los palestinos aceptan que en todo caso ambos lugares seguirán estando en manos israelíes». El Monte del Templo es muy importante para los judíos, por motivos históricos y religiosos conocidos, «pero ciertamente no tan importante como para morir por él». Además, «hasta el día de hoy, la Halacha [tradición judía] prohíbe a los judíos entrar en el Monte del Templo»; y, desde la destrucción del templo, el lugar más santo para los judíos es el Muro de las Lamentaciones. En fin, los judíos no necesitan el lugar que hoy alberga las mezquitas de Jerusalén, puesto que en ningún caso van a erigir un nuevo templo: «Según la creencia judía, el Templo descenderá de los cielos; la soberanía palestina no puede impedir que eso ocurra», replica el CP a los judíos tradicionalistas que se oponen al compromiso.

Así pues, el arreglo posible es que el Estado palestino tenga soberanía sobre todos los barrios árabes de Jerusalén oriental y sobre el Monte del Templo; el Muro de las Lamentaciones, el barrio judío y parte del barrio armenio quedarían en manos de Israel.

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