Qué significan los acuerdos de Abraham para la paz en Oriente Medio

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Los ministros de Asuntos Exteriores de Bahréin y de los Emiratos Árabes Unidos, con el primer ministro israelí y el presidente de EE.UU., tras la firma de los Acuerdos de Abraham, en Washington, 15-09-2020 (Foto: The White House)

 

Tras los acuerdos firmados por Israel con los Emiratos Árabes Unidos y Bahréin, ¿cabe esperar que llegará por fin la paz al Oriente Medio en un futuro no lejano? El avance es importante, pero no hay progreso en dos ámbitos cruciales: la cuestión palestina y el enfrentamiento con Irán.

El conflicto de Oriente Medio es acaso el más prolongado del mundo, con una duración de 72 años si nos remontamos a la fundación del Estado de Israel en 1948, o –más exactamente– un siglo si tomamos como punto de partida la Declaración Balfour de 1917, una toma de postura favorable del gobierno británico al establecimiento de la inmigración judía a Palestina. Cuatro guerras entre Israel y los Estados árabes vecinos marcaron el punto álgido del enfrentamiento entre 1948 y 1973, si bien en las décadas siguientes se firmaron acuerdos de paz bilaterales de Israel con Egipto (1978) y Jordania (1994). Y los acuerdos de Oslo (1993) abrieron la posibilidad de establecer un Estado palestino independiente, con el paso previo de una autonomía limitada en los territorios de Gaza y Cisjordania.

Pero a través de un cuarto de un siglo, los obstáculos para la paz se han ido sucediendo: asesinato del primer ministro israelí Isaac Rabin, favorable a la paz; ascensión al poder en Israel del partido derechista Likud, que cuenta con el apoyo de los partidos religiosos y de los colonos en los territorios ocupados; radicalización de los palestinos por medio de los islamistas de Hamás que controlan la franja de Gaza, desde donde se lanzan ataques a Israel, acompañados de las correspondientes represalias… Por si fuera poco, en el programa del gobierno conservador de Benjamín Netanyahu figura la anexión a Israel de un tercio del territorio de Cisjordania, algo que satisface a los colonos israelíes, y que de llevarse a cabo traería más tensiones y violencias.

Punto de partida para nuevos acuerdos

Ante unas perspectivas tan desoladoras, las noticias sobre nuevas iniciativas de paz en Oriente Medio, que pasan por el reconocimiento del Estado de Israel por parte de los Emiratos Árabes Unidos (13 de agosto) y el emirato de Bahréin (11 de septiembre), resultan sorprendentes. La iniciativa se oficializó el 15 de septiembre en la Casa Blanca en presencia de Donald Trump, el patrocinador del plan. Todo parece indicar que esto sería el punto de partida para que otros países del Golfo Pérsico hicieran lo mismo, en particular el sultanato de Omán y el reino de Arabia Saudí. Después llegaría el turno de Sudán y Marruecos, país este último que abrió una oficina de relaciones exteriores con Israel, cerrada tras una enésima crisis en la franja de Gaza en 2009. Los acuerdos de paz han sido bautizados con la pomposa denominación de Acuerdos de Abraham, una referencia bíblica al origen común de judíos y musulmanes, hijos del patriarca por ser descendientes de Isaac e Ismael.

Los acuerdos vienen a confirmar que la mayoría de los Estados árabes no quieren implicarse en el conflicto entre Palestina e Israel

El texto del documento suscrito en Washington apela al entendimiento mutuo y a la coexistencia, así como al respeto a la dignidad humana y a la libertad, incluyendo la libertad religiosa. Si hacemos caso a los términos empleados, los acuerdos buscarían promover el diálogo interreligioso e intercultural entre las religiones abrahámicas, aunque en realidad son una consecuencia de la evolución de la situación geopolítica de Oriente Medio, y particularmente de la región del Golfo. Además, hay una serie de ventajas materiales de las que se beneficiarían los firmantes, como futuros tratados comerciales, intercambios de bienes y servicios, viajes y turismo.

Un conflicto congelado

Hay quien opina que estos acuerdos favorecen a Trump ante la inminente cita electoral, pero por mucho que la firma tratara de ofrecer a la opinión pública una imagen conciliadora del presidente, no parece que los temas de política exterior ejerzan una gran influencia sobre los electores. Tampoco añaden demasiado, por cierto, a las posibilidades políticas de Netanyahu, cercado por tres elecciones consecutivas y acusaciones de corrupción. En ningún momento ha afirmado el primer ministro israelí que los acuerdos supongan una renuncia a las anexiones territoriales en Cisjordania. Si así hubiera sido, su precaria mayoría de gobierno se habría venido abajo. Perder el apoyo de los colonos y de los judíos más ortodoxos no compensaría el escaso respaldo que pudieran darle los partidarios de establecer un Estado para los palestinos.

Pese a todo, Donald Trump, hablando una vez más por su cuenta, señaló que las anexiones no son inminentes y que probablemente el tema no vuelva a plantearse hasta 2024. En cualquier caso, Netanyahu ha señalado que los acuerdos son un pequeño paso para que la paz en Oriente Medio se extienda progresivamente a otros Estados árabes, lo que conduciría a poner fin de una vez por todas al conflicto árabe-israelí.

Cabe comentar que el conflicto entre Israel y los países árabes está congelado, pese a las tomas de postura retóricas, hace cuatro décadas. Los conflictos de tipo general ya no se plantean desde que el presidente egipcio Sadat firmara unilateralmente los acuerdos de Camp David para recuperar la península del Sinaí. Pero lo que no se ha solucionado, ni lleva camino de solucionarse, es el conflicto palestino-israelí. Los acuerdos vienen a ser una confirmación más de que la mayoría de los Estados árabes, más allá de una solidaridad formal con los palestinos, no quieren implicarse en una cuestión que, durante décadas, solo les ha traído perjuicios, algunos de ellos territoriales, y quebraderos de cabeza.

Islamismo

Por otra parte, el auge del islamismo radical tampoco ha favorecido la causa palestina. Al Qaeda y el ISIS la tomaron como justificación para muchas de sus acciones. En el caso de la mayoría de las monarquías del Golfo, los islamistas son sus enemigos declarados, y la suerte de los radicales de Hamás, en posesión de la franja de Gaza, no es para esos regímenes una cuestión vital. No obstante, Bahréin, uno de los firmantes de los acuerdos de Abraham, justifica que establecer relaciones con Israel representa una posibilidad de “defender al pueblo palestino y realizar su esperanza de un Estado independiente en el marco de una región estable y próspera”. Es muy probable que otros países se expresen en similares términos.

Arabia Saudí ha fomentado el acercamiento de los países del Golfo a Israel, pues ve una amenaza mucho mayor en Irán

Sin embargo, las iniciativas bilaterales están en contradicción con lo acordado por la Liga Árabe en su Iniciativa de Paz (2002), promovida por Arabia Saudí y aprobada en una cumbre en Beirut. En ella se señala que los Estados miembros establecerían relaciones con Israel cuando existiera un Estado palestino independiente con capital en Jerusalén este. Los 57 países de la Organización de la Conferencia Islámica dieron también su respaldo a la iniciativa.

Arabia Saudí, impulsora de aquella iniciativa, no ha anunciado explícitamente que vaya a establecer relaciones con Israel en fecha próxima, aunque no es menos cierto que ha alabado la decisión de los Emiratos y de Bahréin. Se comenta que el rey Salmán bin Abdulaziz, de 85 años y de frágil salud, no dará el paso, aunque bien podría hacerlo, tarde o temprano, el príncipe heredero Mohamed bin Salmán, quien dirige de facto el reino. Según algunos, los saudíes, custodios de los lugares santos de Medina y la Meca, no verían con buenos ojos reconocer a un Estado no árabe que controla Jerusalén, la tercera ciudad santa del Islam.

Arabia Saudí teme más a Irán

Estos escrúpulos no los tendría el príncipe saudí, que ha fomentado el acercamiento de los países del Golfo a Israel, pues ve una amenaza mucho mayor en Irán, cuya zona de influencia se extiende por Líbano, Siria e Irak; apoya a los hutíes en la guerra civil de Yemen, y cuenta con el emirato de Qatar como aliado. A esto cabría añadir la realidad de unos EE.UU. en posición de salida de Oriente Medio, bien sea con Trump o con Biden. Las monarquías árabes necesitan un aliado poderoso, bien relacionado con Washington, y este solo puede ser Israel, que bien podría tener acceso a instalaciones militares en las costas del Golfo. Existe también otro elemento relacionado con el negocio de los armamentos: la venta de cazas F-35 norteamericanos a los Emiratos, ambicionados también por los saudíes, y que ahora solo posee Israel.

Si repasamos la historia, no deja de ser curioso que en la histórica entrevista entre el presidente Roosevelt y el rey saudí Mohamed bin Saud, en febrero de 1945, el monarca se opusiera enérgicamente al establecimiento de un Estado judío en Palestina. Sin embargo, esas discrepancias pronto se solventaron gracias a los mutuos intereses petrolíferos y de seguridad. Pero la realidad actual es que los palestinos han sido arrinconados por los saudíes. Esto explica que, desde hace algunos años, la causa palestina haya encontrado el apoyo de Irán. En apariencia, palestinos e iraníes pertenecen a ramas opuestas del islam, suníes y chiíes, pero la república islámica de Irán ha encontrado en los palestinos una justificación para su mensaje revolucionario universal de liberación de los oprimidos.

Los acuerdos de Abraham reposan sobre el pragmatismo, pero no esconden su fragilidad. En el momento en que el gobierno de Netanyahu consiga anexionarse un tercio de Cisjordania, esas relaciones diplomáticas sufrirán un grave contratiempo. Los gobernantes del Golfo son autoritarios, aunque no podrán dejar de tener en cuenta el impacto de la decisión sobre sus respectivas opiniones públicas, y lógicamente se sentirán incómodos, y sin capacidad para influir en las decisiones de Israel.

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