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Luis Alberto de Cuenca: “Urge la revolución del sentido común y de la reconciliación definitiva”

publicado
DURACIÓN LECTURA: 6min.

Fotografía: Álvaro García Fuentes

 

Luis Alberto de Cuenca no es un nostálgico, ni es el trágico poeta extendido que llora lo bonito que fue el pasado. Es un humanista del tiempo: multifacético, clásico y snob.

Sabe de letras y de artes, conoce a los hombres, ansía el grado más alto de conocimiento sin histerias.

Con fuste y con marcha. A De Cuenca le sale natural hablar llano a los ojos, aunque muchos intelectuales miren por encima del hombro de la incultura ajena. Culto, futbolero, recogido y callejero.

Poesía, antología, ensayos, narrativa, traducciones y haikus desde 1970. Más de cien obras frescas. Tres premios nacionales –Crítica (1985), Traducción (1989) y Poesía (2015)– en el Pessoa unívoco que habita su lengua y su pluma. Un cuadrienio al frente de la Biblioteca Nacional (1996-2000) y un mandato de Secretario de Estado de Cultura (2000-2004).

En las carnes de estos setenta años de savia conviven los griegos de antes de Cristo con Hollywood, Marvel, Tintín, Loquillo y Quentin Tarantino. Las togas de superlistos y las capas de superhéroes. Un humanismo en presente continuo, auténtico, sin óxidos de caspa académica.

¿En diez palabras? Él mismo se define con diez nombres propios y ajenos: Homero, Calímaco de Cirene, Virgilio, Shakespeare, Sherlock Holmes, Rubén Darío, Juan Ramón Jiménez, Jorge Luis Borges, Guillermo Brown y El guerrero del antifaz.

Decía Eurípides: “Si tienes palabras más fuertes que el silencio, habla. Si no las tienes, entonces guarda silencio.” Y De Cuenca raja en plata por los codos.

— ¿La cultura contemporánea nos hace libres, o nos mete en guetos?

— La verdad nos hace libres. Lo malo es saber cuándo la verdad es de verdad. La cultura se limita a acercarnos a la verdad.

— ¿Cuál es su análisis y su diagnóstico sobre la cultura española en este tiempo?

— Somos un país de cultura. Es nuestro principal activo. En este tiempo en punto sigue siéndolo, a pesar de los pesares.

— ¿Tiene sentido abanderar la cultura desde proyectos sectarios, conformistas, ciegos o elitistas?

— Ningún sentido. La cultura no debe ir acompañada nunca de ninguno de esos apellidos.

“Algún humanista español queda por ahí, pero disfrazado de intelectual para no llamar la atención”

— ¿Influyen los intelectuales en la sociedad instantánea?

— Me imagino que para mal. Y es que no me gustan nada los intelectuales. Prefiero a los humanistas.

— ¿Quiénes son los humanistas que más han influido en su manera de ver el mundo?

— Heráclito, Sexto Empírico, Séneca y San Agustín.

— ¿Los humanistas españoles están en peligro de extinción?

— Alguno queda vivo por ahí, disfrazado de intelectual para no llamar la atención.

— ¿Por qué crece la demagogia en el discurso social?

— La demagogia no ha hecho más que crecer y crecer desde la Revolución Francesa.

— ¿La cultura actual es entendernos o reafirmarnos?

— Las dos cosas a la vez. “Conócete a ti mismo” era la máxima délfica por excelencia. La cultura ayuda a cumplir esa máxima. Y el conocimiento facilita la autoestima.

— ¿Cómo definiría la cultura en los albores de esta nueva década?

— Lo que yo entiendo por cultura sigue siendo sustancialmente lo mismo que lo que fue hace un siglo o hace un milenio. Me quedo con eso nada más.

— ¿Qué dogmas ciegan a las mujeres y los hombres de cultura estrecha?

— Los múltiples productos derivados de la ya mencionada political correctness.

— ¿Cómo se detecta a un cultureta con aspiraciones ideologizantes proselitistas?

— Por el olor a viejo y trasnochado que exhala.

“Veo difícil una catarsis que nos libere de algo mucho peor que la superficialidad: la political correctness”

— ¿Qué se hace con la cultura que mira por encima del hombro?

— No hacerle caso. La auténtica cultura no hace esas cosas tan groseras.

— ¿Hacia dónde se dirige una sociedad sin humanidades, sin latín, sin diálogo?

— Añadiría “y sin griego”… Hacia ninguna parte. Viajando con Céline al final de la noche, pero sin que esta termine de desaparecer nunca.

— ¿La poesía ha enganchado a los “millennials”?

— Mucho. Ahí están las listas de ventas, repletas de libros parapoéticos. (Porque una cosa es la poesía y otra muy distinta la parapoesía).

— ¿Cuáles son los retos de la poesía para no convertirse en un arte de otro tiempo?

— No hay que asumir retos al respecto. La poesía es un arte de todo tiempo.

— Perdemos capacidad de leer, de escuchar, de razonar, de contemplar. ¿Por qué? ¿Por qué hemos sido educados en otras prioridades?

— La tecnología tiene algo de diabólico y produce esos efectos. Desde el Libro Blanco de la Educación de Villar Palasí no hemos hecho más que alimentar al monstruo de la pedagogía moderna. Y eso trae consecuencias funestas.

— ¿La juventud actual está demasiado pendiente del futuro y demasiado preocupada de romper con el pasado? ¿Hemos identificado el pasado con algo negativo? ¿Huimos?

— Yo también fui joven alguna vez y adoraba el pasado. Quiero creer que todavía hay chicos y chicas que no identifican el pasado con algo negativo. Las revoluciones las hace siempre un grupo de gente muy reducido. Aún hay esperanza.

— ¿Qué catarsis puede sacarnos de ese letargo de superficialidad?

— Veo difícil que se produzca a corto o medio plazo una catarsis que nos libere no tanto de la superficialidad cuanto de algo mucho peor: la political correctness.

— ¿Estamos ante una sociedad líquida o gaseosa?

— Sólida como una roca en su idiocia congénita. No hay modo de debilitarla mediante el raciocinio o la reflexión.

“Una sociedad sin humanidades y sin diálogo no va hacia ninguna parte”

— Sus 10 libros básicos para que nada de lo humano nos sea ajeno.

— La Ilíada, la Odisea, la Eneida, Beowulf, Cantar de los Nibelungos, La divina comedia, el Quijote, Hamlet, Fausto y Ficciones, de Borges.

— ¿Qué papel desempeña la belleza en un mundo a contrarreloj?

— El único papel que merece la pena. Como diría Keats: la belleza, “esa alegría para siempre”.

— ¿Qué bellezas estamos soterrando en las catacumbas?

— Las bellezas que manan de la verdad, de la moral, de los viejos y nobles principios que han presidido tradicionalmente la vida de los hombres.

— ¿La provocación ha ganado la batalla al arte?

— Un tanto por ciento significativo del arte contemporáneo de después de la vanguardia histórica es pura provocación inane.

— ¿Qué tipo de cadáver es la filosofía en las sociedades techno exprés?

— Un cadáver exquisito, y evoco con ello el juego textual al que jugaban los surrealistas.

— ¿Qué revolución urge en la sociedad española?

— La revolución del sentido común y de la reconciliación definitiva.

 

Diez ítems para la década que viene

1. Una idea que moverá la sociedad: La histeria por el cambio climático.

2. Una idea que agitará la cultura: La utilización sectaria de la misma.

3. Un libro para entender lo que viene: Antiguo ya: 1984, de George Orwell.

4. Una banda sonora: Ignoro quiénes reinarán en esa parcela. Williams y Morricone, entre otros muchos, son difíciles de igualar.

5. Una persona de 2010-2020 que influirá especialmente en 2020-2030: Eso corresponde al negociado de Rappel, no al mío.

6. Un acontecimiento de 2010-2020 que será decisivo para 2020-2030: La pandemia del coronavirus.

7. El puente más seguro para unirnos como sociedad: El del olvido. A fuerza de olvido, no de memoria, es como las sociedades permanecen unidas.

8. La vacuna que nos ayudará a ser más humanos: Aquella que nos cure de la soledad en la antesala de la muerte.

9. El clásico de la literatura que no podemos aparcar nunca: La metamorfosis de Kafka. Nos recuerda lo que somos.

10. La mejor manera de salir adelante después de la pandemia: Poner una dosis de música y otra de poesía en la coctelera del corazón.

 

Álvaro Sánchez León
@asanleo

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