La cuarta entrega de la saga “Crepúsculo”, de Stephenie Meyer, y el estreno de la adaptación cinematográfica han puesto en ebullición al público, sobre todo adolescente, al que la saga ha encandilado.
La realizadora navarra Helena Taberna (Yoyes, Extranjeras) cuenta la historia de un tío suyo, párroco en un pueblo vasco, durante la guerra civil española.
En torno a una soltera de 30 años que se toma la vida como si fuera adolescente, Leigh arma una comedia con algunos momentos divertidos pero zafia y caótica, con llamativas caídas de ritmo.
Rosales, triunfador en los últimos premios Goya con La soledad, firma una compleja película sobre un asesino etarra, con una estética y un discurso que han dividido a la crítica.
La película, presentada en el Festival de San Sebastián, recorre los últimos días de una niña aquejada de una dolorosa enfermedad. Fesser se muestra incapaz de entender el sentido cristiano del dolor, y muy capaz de manipular a un personaje real para defender una visión cerrada a la trascendencia.
El veterano realizador Ermano Olmi cierra la etapa de ficción de su producción cinematográfica con una compleja parábola, a ratos magnética, a ratos pesada, sobre la religiosidad.
La amistad entre dos barrenderas sirve para presentar con acierto el desconcierto de unas personas con pocos referentes morales ante situaciones duras que no tienen respuesta fácil.
La historia es lo de menos: lo que importa son las canciones, muy bien interpretadas y coreografiadas. Mamma mia! no es una buena película, pero es un entretenidísimo musical.
La serie de televisión sobre cuatro solteras que rondaban los cuarenta y vivían obsesionadas con la moda, el amor y el sexo, adquiere ahora el formato de película sin mayor aliciente que saber si la protagonista se casa o no.