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Un gobernador que sí impone sus convicciones

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El movimiento gay ha alcanzado un gran triunfo político con la aprobación del matrimonio entre personas del mismo sexo en el estado de Nueva York, por un margen de 33 a 29 votos en el Senado. No parecía el mejor momento para plantear la cuestión. El Senado del estado tiene mayoría republicana, que podría haberse opuesto a que el asunto se debatiera. En los distritos rurales fuera de la capital, que son cruciales para el apoyo al partido republicano, no había respaldo para esta redefinición del matrimonio. Y, con una población preocupada sobre todo por un desempleo del 9%, el asunto del matrimonio gay estaba muy abajo en la lista de prioridades. De hecho, la medida había sido rechazada por la cámara legislativa en 2009 (cfr. Aceprensa, 2-12-1009).

Pero aquí entra en juego el gobernador, demócrata, Andrew Cuomo, al frente del gobierno del estado desde enero de este año. Aunque esperó hasta 2006 para abrazar la causa del matrimonio gay, quizá para calibrar dónde podía encontrar más apoyos políticos para su carrera, luego la ha hecho suya con la entusiasta convicción del converso.

Andrew Cuomo, 54 años, es el hijo mayor de Mario Cuomo, que también fue gobernador de Nueva York entre 1983 y 1994. Mario Cuomo (1932) fue el típico caso de católico “progresista” que, en la vida política, cuando se planteó la legalización del aborto era de los que decían: “Estoy personalmente en contra, pero no puedo imponer mis personales convicciones”, “no todo lo que es idealmente deseable es siempre posible”, etc., con lo cual se consideraba justificado para dejar que se abriera paso al derecho al aborto.

Su hijo mayor, Andrew, también se declara católico, a la vez que apoya la financiación pública del aborto y el matrimonio entre personas del mismo sexo. Lo que ha cambiado es que ya ni tan siquiera necesita recurrir al “personalmente en contra, pero…”, ya que está personalmente a favor.

Y no solo personalmente, sino que ha puesto toda la carne en el asador para forzar la maquinaria política del Estado a favor del cambio de concepto del matrimonio.

La trastienda

La trastienda de la maniobra política la cuenta The New York Times (25-06-2011), con la sinceridad de quien se felicita por el cambio y la objetividad de un diario prestigioso.

De entrada, Cuomo, con una meticulosa coordinación, unifica a los cinco grupos que hacen campaña a favor del matrimonio gay, y reprende cualquier acción por libre. Después, identifica a los senadores que pueden vacilar entre el sí y el no, y se dedica a presionarles. Los hombres de Cuomo reúnen a un grupo de ricos donantes del partido republicano, que pueden resultar muy convincentes para ganarse el voto de los senadores republicanos que están en el filo de la navaja.

Los donantes son convencidos, y pocos días después cada uno de ellos aporta un cheque de seis cifras para el lobby que lleva adelante la campaña, estimada en un millón de dólares. Estos donantes, dice el NYT, “tienen la influencia y el dinero para proteger a los nerviosos senadores de la reacción conservadora a que puede dar lugar su apoyo al matrimonio gay”. Así, senadores que en su campaña electoral se habían manifestado en contra del matrimonio gay, acaban cambiando su voto.

A uno de ellos, el republicano James S. Alesi, “los donantes republicanos le invitaron a una reunión en Park Avenue, y le dijeron que le apoyarían con entusiasmo si respaldaba el matrimonio entre personas del mismo sexo”. ¿No huele esto a compra de votos?

Junto al poder del dinero, el reportaje refleja también cómo los lazos familiares condicionan una decisión que debería basarse en lo que es mejor para la sociedad. Sandra Lee, la mujer con la que vive Cuomo después de divorciarse de su mujer en 2003, “tiene un hermano abiertamente gay –dice el NYT– y a menudo recordaba al gobernador cuánto desearía que cambiase la ley”. Imaginemos qué se diría en el caso de un político católico cuya mujer tuviera un hermano cura, y que recordara a su marido cuánto le gustaría que se respetase el matrimonio de siempre.

Un senador demócrata, Carl Kruger, que hace dos años votó en contra del matrimonio gay, cambió de voto –siempre según el diario neoyorquino– porque un sobrino gay de la mujer con quien vive había dejado de hablarles, lo cual estaba creando tensiones en su casa. Este senador había tenido que sufrir la acción de piquetes gays que gritaban a la puerta de su casa, pues parece que los piquetes solo están prohibidos ante las clínicas abortistas.

Lo que se desprende del reportaje es que el resultado final es el fruto del dinero, de presiones, de simpatías familiares, de la acción –tenaz y eficaz– de un lobby, coordinado por el gobernador Cuomo. Que esto tenga algo que ver con las prioridades y la voluntad del electorado es mucho menos claro.

No vamos a extrañarnos de las maniobras, tan habituales, del juego político. Pero no cabe duda de que Andrew Cuomo es un hombre con convicciones, que no duda en luchar por imponerlas.

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