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No sólo la violencia

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Las sesiones de una comisión del Congreso norteamericano que estudia medidas legales para poner coto a la violencia televisiva reflejan la indignación popular ante los excesos de las cadenas. Por su parte, las televisiones hacen propósito de enmienda, prometiendo moderarse voluntariamente para que no les impongan una regulación por ley, que pondría en peligro -dicen- la libertad de expresión. Pero ya no se admite fácilmente este argumento para justificar los desmanes de los medios. La libertad de expresión está para amparar la difusión de ideas y creencias, no la exhibición de la crueldad.

Tampoco la pornografía. En un editorial en que sostenía que «la regulación será aún peor», el Washington Post se preguntaba: «Si se la emprende con la violencia, ¿por qué no con el sexo?». La cuestión, planteada por el diario para prevenir contra las restricciones, merece tomarse en serio. En efecto, ¿por qué se piensa sólo en la violencia cuando se habla de los efectos nocivos de la televisión? Se reconoce que la inundación de violencia televisiva tiene consecuencias en la calle. No es lógico suponer que el aumento de violaciones y otros desafueros no tiene nada que ver con la intoxicación sexual en las pantallas.

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