La máquina de mensajes de Hollywood

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El éxito en los últimos Oscars de películas polémicas, como American Beauty, Las normas de la casa de la sidra (The Cider House Rules) o Boys Don’t Cry, ha vuelto a poner en el candelero la influencia del cine en la creación, consolidación o destrucción de valores y contravalores. Un viejo tema que siempre ha preocupado a la opinión pública norteamericana, hasta el punto de generar diversos códigos de censura y autocensura, y que ha llevado a muchos lobbies y grupos de presión, como la organización abortista Planned Parenthood, a utilizar el cine de contenido político para la promoción de sus propios fines.

Todos los lunes por la noche, American Movie Classics emite The Hollywood Fashion Machine, programa que trata de la influencia ejercida por Hollywood en el estilo de vida norteamericano. Impresiona comprobar cómo los jefes de MGM, Paramount y Warner Bros. utilizaban la moda para proyectar sus personales ideas sobre el país. Los trajes que llevaban las estrellas no eran casuales: cada uno era elegido después de pensar cuidadosamente qué mensaje iba a transmitir. Así, Louis B. Mayer, de MGM, presentaba imágenes evocadoras de riqueza y seguridad. Adolph Zukor, de Paramount, sugería en sus películas sofisticación y estilo. Por último, los hermanos Warner, Jack y Harry, optaron por una moda de líneas más sencillas, para proyectar una imagen del norteamericano en que la nota distintiva era la fortaleza de carácter. Todo estaba pensado para ejercer la máxima influencia en la cultura. El poder de esos productores era enorme.

Análogamente, los actuales magnates del cine manejan lo que podemos llamar la «máquina de mensajes de Hollywood», que ejerce gran poder e influencia en la cultura norteamericana. Sus modos de hacer, igualmente pensados para producir el máximo efecto, pregonan causas grandes y pequeñas. ¿Cuáles son esas causas y por qué las eligen? Es instructivo revisar la historia del «matrimonio entre cine y política» -según la expresión del estudioso Ernest Giglio (1)- para situar las actuales tendencias en su contexto.

Más que un puro entretenimiento

Desde su origen, Hollywood ha afirmado que su misión es el puro entretenimiento. Por eso, al productor Samuel Goldwyn le gustaba decir: «El que quiera enviar un mensaje, que use Western Union». Y Will Hays, censor general de Hollywood desde los años 30, se hacía eco del sentir de Goldwyn cuando señalaba: «El cine norteamericano sigue estando libre de todo condicionamiento, salvo de la finalidad de proporcionar el mayor entretenimiento posible».

Pero la realidad es que los productores y directores de Hollywood siempre han ejercido, a través de sus películas, gran influencia en las actitudes y opiniones del público. Ya desde D.W. Griffith, cuya película El nacimiento de una nación (The Birth of a Nation, 1915) denunciaba el mal trato infligido a los negros en el Sur, «los cineastas han considerado el cine como instrumento para expresar sus opiniones y creencias personales sobre el amor, la vida y la política», según señala el citado Prof. Giglio (2). Este autor estima que, de las 400 películas que Hollywood produce todos los años, entre el 5% y el 10% muestran «mensajes políticos explícitos o latentes» (3).

Hace falta un complejo análisis para determinar si una película es política o no, y los estudiosos se dividen en tres grupos, según su modo de afrontar la cuestión. Para el primer grupo, toda película tiene algún significado político. En el extremo opuesto se encuentra el grupo que considera absurda la noción de cine político como género, y no admite más casos de auténtico cine político que las películas propagandísticas. Pero ha surgido un tercer grupo, para el que el cine es un producto esencialmente artístico y comercial, y que a la vez reconoce una categoría limitada de films con resonancias políticas -aunque sean simplistas o implícitas- suficientes para que se los pueda clasificar dentro del género de cine político.

Intenciones y efectos políticos

El politólogo norteamericano Michael Genovese ha intentado definir las características del cine político (4). Según él, una película pertenece a esa categoría si cumple al menos una de las tres condiciones siguientes:

1) Es un «instrumento de propaganda internacional».

2) Su objetivo principal es provocar un cambio político.

3) Está pensada para apoyar el sistema económico, político y social vigente.

Según el Prof. Giglio, la «taxonomía de Genovese» se revela insuficiente cuando se la enfrenta a preguntas como estas: «¿Es absolutamente necesario que las películas apoyen el cambio político, tal como indica el segundo criterio? ¿Por qué una película que denuncie el sistema político, sin intención expresa de cambiarlo, tiene que quedar excluida del género político?».

Como ejemplo de lo anterior, Giglio menciona El síndrome de China (The China Syndrome, 1979), que no predica contra la energía nuclear pero alerta contra el peligro de accidentes, como el que casualmente ocurrió en Three Mile Island unas semanas después del estreno de la película. O pensemos en El hombre del traje gris (The Man in the Gray Flannel Suit, 1956), que apoya el statu quo, pero no «a costa de los grupos desfavorecidos y marginados». Por razón de ese matiz, Giglio clasifica dentro del género político Las uvas de la ira (The Grapes of Wrath, 1940), La sal de la tierra (Salt of the Earth, 1953) y La bahía del odio (Alamo Bay, 1985), pero no El hombre del traje gris.

Para definir más claramente el cine político, sostiene Gligio, hay que tener en cuenta «la intención y el efecto», factores que toma del profesor de Derecho constitucional Cass Sunstein. Este define el discurso político como aquel que «tanto en la intención del emisor como a juicio del receptor, es entendido como contribución al debate público en torno a algún tema»(5). En suma: tanto el punto de vista del director como el de la audiencia son esenciales para determinar si una película contiene algún mensaje político, bien sea explícito o encubierto.

Censuras y autocensuras

A principios del siglo XX, los cineastas ofrecían más sexo y violencia explícitos de lo que se cree. Esto provocó que se promulgaran ordenanzas municipales y leyes estatales de censura, así como que se crearan órganos censores, estatales y locales.

En los años 30, los jefes de las productoras contrataron a Will Hays en un intento de parar la censura oficial. La lista de «prohibiciones» y «cautelas» elaborada por Hays proscribía las imágenes y palabras socialmente inaceptables, como escenas de cama, lenguaje soez, desnudos, trata de blancas, cruces de razas o burlas contra el clero, y exigía que se trataran con respeto el matrimonio y la familia, la religión, la policía y los demás símbolos de autoridad.

Decepcionado por el escaso seguimiento de sus recomendaciones, Hays convenció a la industria de que adoptara un «código de principios morales» para la realización de películas. Esa guía, elaborada por un sacerdote y periodista católico, contó con el firme respaldo de la Iglesia, que apoyó su cumplimiento mediante los boicoteos de la Legión de Decencia. Conocidos como Código de producción o Código Hays, esos principios determinaron el contenido moral de las películas hasta 1968, cuando un Hollywood al borde de la quiebra y el cambio de las costumbres hicieron insostenible el sistema.

En 1968, tras intensas negociaciones, el flamante presidente de la Motion Picture Association of America, Jack Valenti, persuadió a los estudios de que adoptaran un sistema de calificación basado en la edad, que perdura hasta hoy. Fue un cambio de gran trascendencia. En palabras de David Puttnam, productor de varias películas galardonadas con Oscars, «la desaparición del viejo Código de producción dio alas a la revolución cultural, entonces ya en curso en Hollywood». El nuevo ambiente y las nuevas reglas prestaron «a un nuevo grupo de jóvenes cineastas valor y libertad para abordar temas que reflejaran su visión de la Norteamérica contemporánea» (6).

Alentados por el éxito de Easy Rider (1969), odisea contracultural protagonizada por Dennis Hopper y Peter Fonda, que costó menos de 1 millón de dólares y recaudó 19 millones solo en Norteamérica, «los mocosos del cine» -Francis Ford Coppola, Brian De Palma, George Lucas, Martin Scorsese y Steven Spielberg- salieron a escena. La mayoría de ellos procedían de las escuelas de cine de Los Ángeles y Nueva York, que en los años 60 habían comenzado a cambiar la creación cinematográfica con su entusiasmo por el cine europeo. Películas como El padrino (The Godfather, 1972), de Coppola, y sus continuaciones; Malas calles (Mean Streets, 1973), de Scorsese, o American Graffiti (1973), de Lucas, abandonaron los modos europeos e hicieron añicos el Código de producción.

Nuevos valores y patronos del cine

Sin duda, las películas siempre serán un medio poderoso para comunicar ideas. El año pasado, los norteamericanos gastaron más de 7.500 millones de dólares en entradas de cine, un 8% más que el año anterior. Y eso, sin contar la recaudación en el extranjero -que en muchos casos supera a la nacional-, ni los ingresos por venta y alquiler de vídeos, ni los derechos de emisión por TV.

El año pasado hubo un récord de películas que recaudaron más de 100 millones de dólares, entre ellas tres de las candidatas al Oscar a la mejor película: American Beauty, El sexto sentido (The Sixth Sense) y La milla verde (The Green Mile). Millones de espectadores se han tragado las palabras y las patológicas ideas de Lester Burnham, el personaje interpretado por Kevin Spacey en American Beauty.

Pero, quizás, el mejor ejemplo de combinación de arte y política en la cosecha de Hollywood del año pasado sea Las normas de la casa de la sidra (The Cider House Rules). Ganadora del Oscar al mejor actor secundario (Michael Caine, en el papel del médico abortista Dr. Larch) y del Oscar al mejor guión adaptado (John Irving), esta película transmite un mensaje potente.

De hecho, la organización abortista Planned Parenthood (PP) no tiene mejor aliado que Hollywood, como confirmó el novelista John Irving en su discurso al recibir el Oscar, dejando claro ante unos mil millones de espectadores que la película se hizo con la intención de apoyar los ideales de PP. No por casualidad, un amplio sector de la profesión del espectáculo comparte esos ideales, y muchos de sus miembros forman parte del Consejo de Patronos de PP. Presidido por Kathleen Turner, en 1998-99 el Consejo incluía a Candice Bergen, Hector Elizondo, Beverly Peel y Jessye Norman. En años anteriores, pertenecieron a dicho consejo Anne Archer, Kathy Baker, Kim Basinger, Matthew Broderick, Matt Damon, Jane Fonda, Whoopi Goldberg, Spike Lee, Madonna, Gwyneth Paltrow, Christopher Reeve…

¿Y cuáles son los ideales de PP? Según su Programa de Acción, PP sostiene «el ideal de que todo niño sea un niño deseado», para lo que propugna «difundir los métodos anticonceptivos» y «garantizar el acceso al aborto».

¿Y cuál es el ideal de Las normas de la casa de la sidra? El Dr. Larch afirma: «Aun en los tiempos más luminosos, siempre nacerán niños no deseados».

Otras listas negras

Sin embargo, pese a la intención del director y del guionista, Las normas de la casa de la sidra no puede considerarse como un respaldo absoluto del aborto. Así lo hacía notar Patricia Heaton, co-protagonista de Everyone Loves Raymond y presidenta honoraria de Feministas Pro-Vida (FPV), en una reciente entrevista con la autora de este artículo. Según ella, es significativo que todas las noches el Dr. Larch bendiga a los huérfanos de esta tierna manera: «¡Buenas noches, príncipes de Maine, reyes de Nueva Inglaterra!». Además, todos los personajes de la película que han abortado o han intervenido en un aborto mienten para ocultar la verdad.

Según Heaton, los «valores centrales de FPV» -«la dignidad de todo ser humano»- concuerdan con la ética de Hollywood. Con esto hacía referencia a la observación hecha por Hilary Swank al recibir el Oscar a la mejor actriz por su papel en Boys Don’t Cry, película que trata sobre la travestida Brandon Teena, asesinada cuando sus amigos descubrieron que no era un hombre. En su discurso, Swank dedicó el premio a Teena y abogó por una sociedad en la que «no solo toleremos nuestras diferencias, sino que las acojamos positivamente».

Las normas de la casa de la sidra se podría considerar desde diversos puntos de vista, que serían un buen tema de discusión para Hollywood. En cambio, subraya Heaton, Hollywood está extremadamente «polarizado» en este asunto, y los profesionales tienen verdadero miedo, muy fundado, de perder su trabajo y sufrir ostracismo si van a contracorriente. Lo cual, añadiría yo, recuerda el ambiente reinante en Hollywood en los tiempos del Comité sobre Actividades Anti-Americanas, cuando uno podía ser incluido en una lista negra por sostener opiniones políticamente inaceptables.

Tabúes de hoy

En la época en que se desarrolla la historia de Las normas de la casa de la sidra, el aborto era un tema tabú. Hoy, lo que se considera tabú -especialmente en Hollywood- es ser pro-vida, pues ser pro-choice significa, en palabras de PP, estar a favor de la «opción responsable», aparente eufemismo para referirse al aborto.

Por ejemplo, Heaton me comentó que las Feministas Pro-Vida quieren que las estudiantes universitarias que se quedan embarazadas contra su intención tengan «posibilidades reales de elegir». Para ello, les ofrece «la posibilidad de optar por la vida mediante ayudas como alojamiento y servicios de guardería en el propio campus, atención sanitaria a la maternidad, asistencia gratuita en centros de atención al embarazo, y también les ayuda a conseguir pruebas de paternidad». Sin embargo, PP considera este programa, que amplía las opciones de las mujeres, como «la muestra más reciente y más peligrosa de activismo anti-elección en la universidad», que «puede tener un profundo influjo» en los campus y perjudicar gravemente «los esfuerzos educativos de PP».

El fervor de los liberales por su causa -el aborto, en este caso- es innegable. El fin de semana de los Oscars, la actriz Blithe Danner acudió a una cena organizada por PP para recaudar fondos. Allí dijo: «Estoy muy emocionada por encontrarme aquí. Todos nosotros sentimos pasión por nuestra empresa». También estuvo presente la actriz Kathy Baker (Las normas de la casa de la sidra).

Pasar de las quejas a la acción

Los lectores podrían sacar la conclusión de que Hollywood apoya causas como el aborto porque los liberales son más apasionados con sus temas. Eso es lo que sugería la guionista Barbara Nicolosi en su artículo «Mea Hollywood Culpa» (National Catholic Register, 7-V-2000): «No hemos logrado tener una presencia significativa en las artes y en el mundo del espectáculo, y eso ha tenido consecuencias graves para nuestros contemporáneos. (…) Demasiado a menudo hemos optado por la vía fácil de quejarnos de los medios de comunicación y criticarlos, en vez de ofrecer ejemplos positivos».

La paradoja es que Hollywood, al prestar tan gran apoyo a PP y silenciar los puntos de vista contrarios, contradice la misma libertad de expresión que es el sello de todo ambiente favorable a la creatividad.

A la vista de las causas que apoya Hollywood, se podría concluir que Hollywood marcha al paso que le marcan las que se suelen llamar causas «liberales». Pero con una mirada más atenta a Hollywood y a las causas que apoya, cabe presagiar un futuro con mayor libertad de expresión y más espacio para otros puntos de vista… en conformidad con la tradición artística «liberal», que se distingue precisamente por fomentar la expresión sin restricciones. Una nueva moda, si se quiere.

Mary Claire Kendall, residente en Bethesda (Maryland), escribe sobre temas políticos, sociales y culturales. Es autora de dos guiones cinematográficos.

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(1) Ernest Giglio, Here’s Looking at You: Hollywood, Film and Politics, Peter Lang Publishing Inc., Nueva York (2000).
(2) Ibid, pág. 3.
(3) Ibid, pág. 4.
(4) Michael Genovese, Politics and Cinema, Ginn Press, Lexington (1986).
(5) Cass Sustein, «Free Speech Now», University of Chicago Law Review 59 (1992), pág. 304.
(6) David Puttnam y Neil Watson, Movies and Money, Vintage Books, Nueva York (1997), pág. 218.


El arzobispo y Hollywood se llevan bien

El obispo denuncia con energía los contenidos degradantes de las películas, la abundancia de violencia y sexo, los mensajes contrarios a la religión y a la familia. La industria del cine ve en eso como el retorno de la Liga de Decencia, y acusa al obispo de pretender reinstaurar la censura. Normal… Pero eso era antes. Desde hace nueve años, el Card. Roger Mahony, arzobispo de los Ángeles, y sus vecinos de Hollywood mantienen muy cordiales relaciones. Lo explica el periodista Larry B. Stammer en Los Angeles Times (10-VI-2000).

El cambio vino en 1992, a raíz de una carta pastoral del Card. Mahony que señalaba la industria del espectáculo no como el enemigo número uno, sino como una prioridad de la misión evangelizadora. A partir de entonces, la archidiócesis sigue otra estrategia: protesta menos contra lo malo y elogia calurosamente lo bueno. «La Iglesia ya no es el espantajo de los que piensan que los católicos están siempre mirando en busca del mal», sentencia la guionista Patt Shea, esposa del presidente de la Asociación de Directores, Jack Shea.

Ahora, Hollywood puede esperar felicitaciones de la Iglesia cuando hace películas positivas. Muestra señalada de ello es el Premio Humanitas, anual, que se concede a los guionistas que promueven los «valores humanos» y el «humanismo teocéntrico». Entre los ganadores de ediciones pasadas se encuentran los autores de los guiones de Pena de muerte (Dead Man Walking), Contact, El indomable Will Hunting (Good Will Hunting) y La lista de Schindler. Otra iniciativa similar es el festival de cine City of Angels, que se celebra todos los años desde 1994. Este festival es una ocasión de diálogo entre teólogos y cineastas en torno a películas que muestran «la aspiración humana a la trascendencia».

Esto no impide que la Iglesia proteste por films como Dogma. Pero en la archidiócesis se cree que Hollywood, en general, ha mejorado. «Hay muchísima basura, una cantidad atroz de lenguaje soez y de material deshumanizador, tanto en cine como en televisión -dice el sacerdote Elwood Kieser, fundador del Premio Humanitas-. Pero lo mejor nunca había sido tan bueno». Aceprensa.

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