¿Qué hemos aprendido de la pandemia del coronavirus de Wuhan? Cinco años después, salvo los afectados por covid persistente, el mundo le ha dado la espalda, como si quisiera olvidar cuanto antes aquella pesadilla. Sin embargo, el SARS-CoV-2 continúa circulando, aunque muy atemperado, por ahora. Científicos y epidemiólogos siguen analizando sus enigmas y preparándose para nuevas pandemias.
Las pandemias y epidemias han surcado el curso de la humanidad como un inexorable jinete del Apocalipsis. La peste negra (1346-1353) acabó con la mitad de la población europea: unos 50 millones de personas en solo seis años. La viruela fue más mortífera que las balas en la recién descubierta América durante el siglo XVI. Entre 1865 y 1947, al menos 23 millones murieron en la India por brotes de cólera. La mal llamada “gripe española” (1918-1920) se cobró la vida de otros 50 millones de personas. Y desde 1981, el VIH ha provocado casi 35 millones de víctimas.
Los progresos del siglo XX en el mundo desarrollado concibieron el espejismo de que, salvo el indomable virus de la gripe –y las letales tuberculosis y malaria en zonas subdesarrolladas–, podríamos contener los amenazadores e invisibles patógenos. La súbita aparición del covid-19 hace cinco años congeló el optimismo de científicos y políticos. Un lustro que ha servido a la Organización Mundial de la Salud (OMS) para publicar un completo análisis de la pandemia.
La epidemia no ha terminado, pero se informa menos
Eso no significa que la amenaza haya concluido: las cifras de octubre de 2024 mostraban que al menos un millar de personas morían de covid-19 cada semana. Entre el 14 de octubre y el 10 de noviembre, 77 países notificaron casos a la OMS y 27 informaron de muertes por covid-19. Muchas naciones han dejado de enviar sus informes o han cambiado la frecuencia de notificación: el declive de casos y fallecidos en los últimos dos años ha reducido tanto las pruebas de detección y la vigilancia como las notificaciones. En la actualidad, varios países han pasado de notificar los casos a integrarlos en el capítulo de las enfermedades respiratorias e infecciosas, en una rutina similar a la de la gripe.
Según los análisis de aguas residuales, actualmente tendría que haber un número de casos entre 2 y 19 veces superior al notificado
El mes pasado, en una reunión de cuatro días celebrada en Awaji (Japón) sobre la prevención de futuras pandemias, la epidemióloga de la OMS Maria Van Kerkhove enumeró esas cifras con cierta exasperación, según se informaba en la revista Science. “Nadie quiere ahora hablar del covid-19”, dijo. “Todo el mundo actúa como si esta pandemia no hubiera sucedido”. Sin embargo, a juzgar por los datos de circulación del SARS-CoV-2 en las aguas residuales, tendría que haber un número de casos entre 2 y 19 veces superior al de los notificados, según las redes de vigilancia de 30 países.
Desde el inicio de la pandemia hasta el 15 de diciembre de 2024, se han comunicado a la OMS 777,07 millones de casos confirmados y 7,08 millones de defunciones confirmadas en 234 países, zonas y territorios. El promedio semanal de casos notificados disminuyó a partir de mediados de 2022, gracias a las vacunas y a la inmunización por contagio, pero también por la reducción significativa de las pruebas diagnósticas y del número de países que informaban. Aun así, a principios de 2023, los casos semanales notificados a la OMS eran de unos 1,3 millones y de 70.000 a principios de 2024.
La mayoría (95%) de las muertes se registraron en 2020, 2021 y 2022. La expansión de la inmunidad por infección o vacunación dio lugar a una disminución notable de las muertes a partir de la segunda mitad de 2022. La media semanal de muertes notificadas pasó de 21.000 a principios de 2020 a un máximo de 99.000 en enero de 2021. A finales de 2021, el número acumulado de muertes confirmadas era de 5,49 millones.
Frente a esos 7 millones de muertes “oficiales”, los epidemiólogos de la OMS reconocen que el exceso de mortalidad mundial por covid-19 sería de casi 15 millones para el bienio 2020-2021. Y otras fuentes fidedignas, como The Economist o el Institute for Health Metrics and Evaluation de la Universidad de Washington, apuntan a una mortalidad total de unos 20 millones. El subregistro de casos en países con sistemas de salud precarios, la falta de pruebas diagnósticas, la saturación hospitalaria, con el consiguiente perjuicio para pacientes de otro tipo, y la dificultad para certificar la causa de muerte son algunas de las razones que explican una mortalidad “real” que triplica la “oficial”.
De enero de 2020 a abril de 2022, la tasa de mortalidad por covid-19 entre los mayores de 65 años fluctuó entre el 54% y el 85%; a partir de abril de 2022, alrededor del 88% de las muertes se producen en este grupo de edad. Los menores de 15 años representan el 0,2% de las muertes notificadas en todo el mundo; entre ellos, el 60% son menores de 5 años.
Inmunidad social, el cortafuegos contra un virus mutante
Después de los galimatías iniciales con la nomenclatura del virus, y la sucesión de las variantes Alpha, Beta, Gamma, Delta y Omicron, con características únicas que afectan a la transmisibilidad, la gravedad y la eficacia de la vacuna, Omicron se diversificó en otras subvariantes, como BA.1, BA.2 y BA.5, dando lugar a sucesivas olas de infección en todo el mundo. En 2023 aparecieron subvariantes recombinantes como XBB y XBB.1.5. A finales de 2023, BA.2.86 dio lugar a JN.1, sobre la que se han elaborado las actuales vacunas. En diciembre de 2024, KP.3.1.1 es la descendiente más común de JN.1, seguida de XEC, la última variante designada bajo vigilancia, cuya prevalencia está aumentando, aunque su riesgo se considera bajo.
La inmunidad de grupo, conseguida por la vacunación y el contagio mundial, ha disminuido notablemente la alta transmisibilidad del virus
El rápido desarrollo y despliegue de las vacunas, junto con la progresiva inmunización mundial por puro contagio, fue el principal cortafuegos que detuvo el incendio vírico. A finales de 2023, el 67% de la población mundial tenía una serie primaria completa de vacunas y el 32% había recibido al menos una dosis de refuerzo. Sólo el 5% de los habitantes de países de ingresos bajos recibieron una dosis de refuerzo, frente al 49% de las personas en países desarrollados. Entre los mayores de 65, el 83% recibió una serie primaria completa y el 61% una dosis de refuerzo. Entre los trabajadores sanitarios, la tasa de vacunación con serie primaria fue muy alta, del 89%, pero la vacunación con dosis de refuerzo bajó al 31%.
La falta de estacionalidad del SARS-CoV-2 –a diferencia de la predilección de la gripe por los inviernos– y sus frecuentes recombinaciones –propias de los virus– siguen atormentando a los virólogos. Al igual que su enigmático origen. A pesar de que varios informes –los dos más recientes en las revistas Nature y Cell– han dado por seguro que el virus surgió en el mercado de animales de Wuhan, en China, a través quizá de civetas o mapaches, el hermetismo de las autoridades y científicos chinos no deja de alimentar sospechas sobre un “escape de laboratorio”.
La citada reunión de Awaji congregó a 140 investigadores y epidemiólogos de 17 países para discutir desde el origen de la pandemia hasta los patrones mutacionales del SARS-CoV-2, nuevos tratamientos y estrategias creativas de vacunas. Asistieron unos 20 científicos de China, pero dos de los más destacados en covid-19 brillaron por su ausencia. Shi Zhengli, experta en coronavirus de murciélago en el Instituto de Virología de Wuhan y foco de intensas críticas, solo dio una charla en vídeo (sobre la secuenciación genómica de otros coronavirus), a pesar de ser coorganizadora del evento. Lo mismo hizo el virólogo de la Academia China de Ciencias, George Gao, exdirector del Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades de China. Algunos organizadores comentaron que el gobierno chino no permitió que asistieran. “Creo que hay muchos más datos disponibles a los que no tenemos acceso”, se quejó Van Kerkhove, de la OMS. Y citó una base de datos china que contiene unas 500 secuencias virales de enero y febrero de 2020 a las que la OMS no puede acceder.
Prepararse para pandemias futuras
El inmunólogo Yunlong Cao, de la Universidad de Pekín, señaló que la “extraordinaria velocidad evolutiva” del SARS-CoV-2 no solo significa que las nuevas variantes “provocan continuamente reinfecciones”, sino que los tratamientos con anticuerpos y vacunas pueden perder rápidamente su eficacia. Ninguno de los primeros anticuerpos monoclonales y vacunas funciona ahora contra las cepas circulantes. Cao añadió que solo dos de los 140 anticuerpos que su laboratorio aisló a principios de 2020 como capaces de neutralizar la primera variante del SARS-CoV-2 protegían contra el virus circulante dos años después. Su grupo identificó recientemente un anticuerpo, denominado SA55, que aseguran que funcionará contra cualquier variante del SARS-CoV-2 que evolucione durante al menos dos años más. Sinovac Biotech, uno de los gigantes farmacéuticos de China, ha probado un aerosol nasal que contiene SA55. En ensayos clínicos tuvo una eficacia del 80% para evitar infecciones.
Se presentaron igualmente trabajos con inteligencia artificial para desentrañar los genomas víricos y proyectos de vacunas para coronavirus encontrados en visones, cerdos, vacas, perros, camellos y murciélagos. “Son los que tienen un alto riesgo de contagio y, si llegaran a los humanos, tendríamos un gran problema”, dijo Gurpreet Brar, de la Coalition for Epidemic Preparedness Innovations. La meta, al igual que se intenta con el virus de la gripe, es desarrollar vacunas contra el pancoronavirus, es decir, que funcionen contra todas las variantes del SARS-CoV-2, así como contra parientes desconocidos de la misma familia viral.
Cinco años después continúan los debates, ya muy apagados, sobre la eficacia de los confinamientos y las mascarillas, sobre si es preferible la “inmunidad de rebaño” o sobre la limitada efectividad de los antivirales y otros remedios. Entre los rescoldos de la pandemia, sobreviven algunos miles de personas con secuelas de mayor o menor gravedad, los llamados long covid o con covid persistente –entre el 6% y el 10 % de contagios severos–, para quienes la infección es un recuerdo permanente y lacerante.
3 Comentarios
Este artículo recoge 99% de la narrativa hegemónica. Nada de los estragos que causaron las bakunas. El remedio fue peor que la enfermedad. SMH
Muy interesante… Pero, lo del “enigmático origen del Covid” parece una broma. Que, de todo el mundo, el virus naciera en un mercado, justo al lado de un laboratorio que se dedicaba a investigar con este tipo de coronavirus, es de risa. Hasta el New York Times publicó hace un par de días un artículo al respecto titulado: “Fuimos vilmente engañados”, reconociendo que el “bulo” no fue tal.
Espero que con Robert Kennedy, abogado especializado en fraudes y daños de químicas y farmacéuticas, futuro Secretario de Sanidad de EE.UU., se haga justicia y la verdad brille, si antes no se lo limpian…
Aunque siempre habrá periodistas dispuestos a ocultar la verdad y personas que mirarán para otro lado avergonzadas por participar en aquella sinrazón que partió en dos sociedad y familias.