En su segunda película como directora, Meg Ryan se pone detrás y delante de la cámara para ofrecernos una decepcionante comedia romántica muy alejada de las que le hicieron famosa a finales de los noventa. El argumento (basado en la novela de Steven Dietz) no es muy original: una antigua –antiquísima– pareja sentimental se reencuentra décadas después en un entorno del que no pueden escapar. En este caso, Willa (Meg Ryan) y Bill (David Duchovny) se ven atrapados en un aeropuerto en el que se han atrasado todos los vuelos por una situación meteorológica. Así que no queda más remedio que ponerse mutuamente al día y desenterrar rencores, reproches, malentendidos, aunque también reconocer errores y avivar los rescoldos del fuego que ardió una vez.
Una película con mucho diálogo tópico y muy poco cine, con un duelo de actores que están muy por debajo de sus posibilidades, y con una Meg Ryan que no logra transmitir esa dulce empatía que tenían sus personajes clásicos.