El feminismo tradicional contra la ideología “queer”

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La manifestación del 8 de marzo de 2020 en Madrid pasará a la Historia. Y no solo por el debate político que aún suscita si tuvo relación –o no– con los contagios de coronavirus en la capital española. Antes de que los políticos y expertos sanitarios se pelearan por la marcha, se enfrentaron las propias feministas. Un enfrentamiento que tiene detrás un complejo debate ideológico.

El 8M en Madrid no es una protesta más. Hace dos años, el 8M de 2018, a la tradicional manifestación se unió una huelga feminista que caló de manera importante en una sociedad que estaba esos días bajo el impacto del juicio a La Manada (la primera sentencia se publicó mes y medio después, el 26 de abril). La participación y el seguimiento de la huelga sorprendieron al mundo y convirtieron a Madrid en un escaparate internacional del feminismo.

Pues bien, al margen de la amenaza del coronavirus, uno de los acontecimientos que marcó el pasado 8 de marzo fue la expulsión por parte de Izquierda Unida del histórico Partido Feminista de España, fundado en 1979 por la no menos histórica Lidia Falcón, una de las figuras más conocidas del feminismo español. Izquierda Unida, que tenía una alianza desde hacía cinco años con el Partido Feminista, acusaba a la formación de mantener posiciones contrarias a las aprobadas por sus órganos directivos, mientras que algunos diputados calificaban de tránsfobas las duras declaraciones de Lidia Falcón contra tres leyes que estaba preparando el Gobierno español: dos anteproyectos de ley de derechos trans y LGTBI, que lideraba Podemos, y el proyecto de Ley de Libertad Sexual, del Ministerio de Igualdad.

Los orígenes de un debate enconado

En el fondo de esta expulsión, latía la disputa entre el feminismo de la igualdad o tradicional –que muchos llaman radical porque conecta con las raíces del movimiento, y otros, por su radicalismo– y el movimiento queer. Una disputa que tiene ya su recorrido.

Aunque hay teóricos que discrepan del número de olas del feminismo, la mayoría están de acuerdo en señalar que son cuatro. Una primera, la más extensa temporalmente, comenzaría con la Ilustración a mediados del siglo XVIII y llegaría hasta los años 50. Son los tiempos en los que se reivindica para las mujeres derechos básicos como el acceso a la educación, a la propiedad y al voto.

La segunda ola, alrededor de los años 60, centró el debate en cuestiones relacionadas con la sexualidad, la familia, los derechos reproductivos, etc. El discurso marxista y su defensa de la lucha de clases aplicada a la lucha de sexos impregnó muchas de las consignas del feminismo de la época.

En los años 90 del siglo XX surge una tercera ola del feminismo como respuesta a la crítica por parte de muchas mujeres de que el debate feminista se había centrado en un tipo de mujer (occidental, blanca, heterosexual y acomodada), dejando fuera a las mujeres negras, marginadas, lesbianas y a las transexuales. Se apuesta por un feminismo inclusivo y empieza a coger fuerza la teoría queer que había defendido Judith Butler en El género en disputa: El feminismo y la subversión de la identidad (1990). Mientras algunas feministas, en su mayoría jóvenes, aceptaron la teoría queer sin problemas y no tenían reparo en incluir a las mujeres transexuales en sus reivindicaciones (es el llamado transfeminismo o feminismo trans), el feminismo clásico empezó a mostrar incomodidad, señalando que el sujeto político del feminismo es la mujer y si, siguiendo a Butler, no hay hombres y mujeres sino construcciones socioculturales y variables, el feminismo dejaba de tener sentido.

La cuarta ola: contra la violencia y por la paridad

Con una tercera ola poco formada, irrumpe con fuerza en la segunda década del siglo XXI una cuarta ola que, apoyándose en la capacidad movilizadora de las redes, reivindica especialmente dos cuestiones: el final de la violencia contra las mujeres y la paridad que, después de tantos años de lucha, está lejos de ser una realidad consolidada en la mayoría de los países.

“La fusión de sexo con identidad de género borra el principal factor de riesgo ante una violación: ser mujer” (Alianza contra el Borrado de las Mujeres)

Son dos cuestiones que han centrado gran parte del discurso feminista en la última década y que, en cierto modo, conectan con las aspiraciones de la primera ola. Dos cuestiones que suscitan un amplio consenso no solamente entre mujeres, sino también entre hombres, porque afectan a toda la población. Y son también dos de las cuestiones más “cuestionadas” por algunas feministas en relación con las mujeres transexuales y que explican que el debate iniciado en los 90 se haya avivado en los últimos años.

Al hablar de paridad, algunas feministas ponen el acento en lo que puede suponer de discriminación, por ejemplo, tener que enfrentarse con mujeres trans en competiciones deportivas. La tenista Martina Navratilova, conocida además de por sus trofeos por su activismo feminista y su defensa del movimiento gay, fue contundente en un artículo publicado en The Times (17-02-2019) con el provocador titular “Las reglas para los atletas trans recompensan a los tramposos y castigan a los inocentes”. Navratilova señalaba: “Es una locura y es un engaño. Me complace dirigirme a una mujer transgénero en la forma que prefiera, pero no me gustaría competir contra ella. No sería justo”.

Esta disparidad se reflejaría también a la hora de compartir cuotas en cargos directivos u otros puestos de responsabilidad donde el principal obstáculo que encuentran muchas mujeres viene originado por la maternidad y las cargas familiares, y su difícil encaje en una sociedad diseñada a la medida del hombre.

En cuanto a la violencia contra las mujeres, al margen de algunos sucesos puntuales y la defensa de espacios más seguros solo para mujeres, algunas feministas tradicionales han rechazado que, al tratar la violencia, se meta en el mismo saco a las mujeres y a las mujeres trans. No dudan de que estas últimas puedan sufrir agresiones, pero les parece que esta decisión puede tergiversar las estadísticas. “Nacer con sexo femenino o masculino determina la posición estructural en el mundo y no es un dato indiferente respecto a las agresiones sexuales”, señala la Alianza contra el Borrado de las Mujeres, una coalición de colectivos feministas que publicaron un manifiesto alternativo el 8M de 2020 y lo entregaron al presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez. Según el texto, “los datos desagregados por sexo son necesarios para un análisis de género eficaz. La fusión de sexo con identidad de género conduce a una recopilación de datos sobre violencia contra las mujeres inexacta y engañosa, además de borrar el principal factor de riesgo ante una violación: ser mujer”.

Feminismo y teoría “queer”

Esta lucha –que cada vez es más enconada, basta leer algunos de sus debates en Twitter– hace peligrar una alianza que parecía fuerte: la del feminismo con el movimiento LGTBI. “Hay movimientos que se quieren subir al carro del movimiento feminista, pero representan el 0,1% de la población. Lo LGTBI no implica necesariamente feminismo. No tenemos objetivos ni intereses comunes. Siempre hemos apoyado el movimiento trans y gay, pero no somos la misma cosa”, señala la filósofa Victoria Sendón, una de las voces más consolidadas del feminismo español.

Aunque son muchos los que consideran que el feminismo histórico se ha vuelto transfóbico, y de hecho a estas feministas se las denomina terf (Trans-Exclusionary Radical Feminism), la realidad es que ninguna de estas pensadoras se manifiesta en contra de los transexuales y ni siquiera piensan que no sean mujeres; simplemente defienden que sus luchas son distintas.

En lo que sí son tajantes es en atacar la teoría queer que, según otra conocida figura del feminismo español, Amelia Valcárcel, “está arrastrando la agenda feminista por el barro”.

Acusan a este movimiento de eliminar la categoría de sexo y sustituirla por identidad de género. Una sustitución que, siempre según sus afirmaciones, termina por borrar a las mujeres y hacer vana cualquier reivindicación feminista. “Han desaparecido las categorías de mujeres y hombre. Y si no hay mujeres, el movimiento feminista no es necesario”, sentencia Lidia Falcón.

En el extremo contrario se manifiesta el transfeminismo, que en uno de sus manifiestos señala que “el sujeto político del feminismo ‘mujeres’ se nos ha quedado pequeño, es excluyente por sí mismo”, y sostiene que el feminismo debe albergar no solo a las mujeres desde el punto de vista biológico sino a todas aquellas personas que se sienten mujer y unir sus causas a la causa del feminismo.

En un artículo publicado en “La tribuna feminista” de El Plural, Victoria Sendón acusa de cierta ingenuidad al transfeminismo. “Han acogido a todo el LGTBIQ+ como su hijo bienamado, cuando a ellos las feministas les importamos un bledo. El argumento, muy femenino y maternal, que me dio una de ellas era que ‘ellos han sufrido mucho’. Vale: incorporemos a todo el mundo sufriente. No íbamos a caber. Si algún o alguna ‘trans’ quiere pertenecer al movimiento feminista, estupendo, pero no porque su transexualidad sea un tema feminista en sí”. Y aprovecha para entonar un mea culpa: “El error original es que un feminismo oficialista y académico ha empleado la palabra ‘género’ para todo: violencia de género, perspectiva de género, leyes de género, experta en género, etc., convirtiendo a la mujer en un concepto vacío”.

La peligrosa negación del sexo

El debate del feminismo tradicional y el transfeminismo no es, por supuesto, exclusivamente español, aunque aquí haya adquirido mayor visibilidad por los recientes proyectos de ley. El pasado 13 de febrero, los biólogos Colin M. Wright y Emma N. Hilton publicaron un interesante y duro artículo en el Wall Street Journal titulado “La peligrosa negación del sexo”, en el que animaban a luchar contra la ideología de género por ser una teoría acientífica y falsa.

Después de argumentar, desde el punto de vista biológico, la ambigüedad sexual que puede darse en algunas personas, critican fuertemente la idea de que lo masculino y lo femenino sean simples construcciones sociales, al igual que niegan que exista un espectro sexual o sexos adicionales más allá del hombre y la mujer. “El sexo, sí, es binario”, sentencian.

“Una cosa es afirmar que un hombre puede ‘identificarse’ como mujer o viceversa, y otra es esa tendencia, peligrosa y anticientífica, que vemos cada vez con más frecuencia: la negación directa del sexo biológico (…) Negar la realidad del sexo biológico y suplantarlo por una ‘identidad de género’ subjetiva no es simplemente una teoría académica excéntrica. Suscita una seria preocupación por los derechos humanos de grupos vulnerables como las mujeres, los homosexuales y los niños”.

“Han desaparecido las categorías de mujer y hombre. Y si no hay mujeres, el movimiento feminista no es necesario” (Lidia Falcón)

Wright y Hilton, en la línea de las feministas tradicionales, señalan que “las mujeres han luchado mucho por las protecciones legales basadas en el sexo. La falsedad de que el sexo tiene sus raíces en una identidad subjetiva en lugar de en una biología objetiva hace que todos estos derechos basados en el sexo sean imposibles de hacer cumplir”.

En cuanto a los homosexuales, afirman que “la negación del sexo biológico también borra la homosexualidad, ya que la atracción hacia el mismo sexo no tiene sentido sin la distinción entre los sexos”. En este sentido, explican que no se puede acusar de transfobia (como a veces se hace) a aquellas lesbianas que expresan su renuencia a salir con hombres que se identifican como mujeres.

Proteger a los niños

Pero cuando más contundentes se muestran Wright y Hilton es al hablar de los niños. “Los más vulnerables al negacionismo sexual son los niños. Cuando se les enseña que el sexo se basa en la identidad en lugar de la biología, las categorías de sexo pueden confundirse fácilmente con estereotipos regresivos de masculinidad y feminidad. Las niñas masculinas y los niños femeninos pueden quedar confusos acerca de su propio sexo. Esta patologización del comportamiento atípico sexual es extremadamente preocupante y regresiva”.

El artículo termina dando un golpe de mano muy similar al de algunas feministas: “El margen de cortesía en este tema se ha acabado. Los biólogos y los profesionales de la medicina deben defender la realidad empírica del sexo biológico”, escriben Wright y Hilton.

Con otras palabras lo defiende Lidia Falcón: “Las consecuencias nefastas de que se vaya imponiendo esta ideología están siendo que el lobby gay se convierta en dominante en todos los campos de la difusión de la ideología feminista e imponga sus objetivos, como son la legalización de los vientres de alquiler, la legalización de la prostitución y convencer a la sociedad de que el deseo de cambiar de sexo expresado por menores es suficiente para que el niño se someta a tratamientos hormonales y quirúrgicos, sin necesitar ningún dictamen médico y psicológico”.

En definitiva, el movimiento queer mantiene una muy exitosa lucha por sus objetivos mientras el feminismo se desangra en una guerra fratricida. En una trinchera, el feminismo trans, convencido de que sumar aliados y causas le hará más fuerte; en la otra, el feminismo tradicional, que define la teoría queer como el auténtico caballo de Troya del feminismo. Un enemigo poderoso y con fuertes aliados que puede destrozarlo.

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