Charlotte Delbo (1913-1985), comunista francesa, fue miembro de la Resistencia. Ella y su marido, el también comunista Georges Dudach, fueron detenidos en 1942. Dudach fue fusilado poco después; ella fue deportada al campo de Auschwitz-Birkenau y en 1944, al de Ravensbrück, de donde fue liberada en 1945. En 27 meses de internamiento sufrió un sinfín de penalidades y fue testigo de horrores.
Comenzó a escribir estas memorias poco tiempo después de su liberación, pero no las publicó hasta 1970. El presente volumen reúne los dos primeros títulos de la trilogía que tituló Auschwitz y después. La obra, muy bien valorada por Primo Levi y Elie Wiesel, otros escritores que plasmaron sus experiencias de los campos nazis, por su mirada femenina recuerda a El vértigo, de Evgenia Ginzburg, el testimonio de otra militante comunista, pero en el Gulag.
Delbo quiere ser portavoz de las mujeres que compartieron prisión con ella. Y aunque escribe desde su perspectiva personal, da prioridad en su narración a la visión colectiva, sin centrar la atención solo en sus propios problemas. De hecho, apenas aporta datos biográficos ni cuenta nada del pasado, ni detalla las circunstancias de su detención; tampoco habla del desarrollo de la guerra, del que las presas tenían escasas noticias. Para ella, y para el resto de las prisioneras, “el pasado no suponía socorro alguno, recurso alguno. Se había vuelto irreal, increíble. Todo lo que había sido nuestra existencia de antes se desvanecía”.
Más que un relato convencional con orden cronológico, la autora compone una especie de tapiz a base de breves escenas que describen aspectos concretos de la vida en el campo: la obsesión por el agua y la comida, la lectura de poesías y obras de teatro, los trabajos que desempeñaban, las sucesivas muertes, la tiranía de las SS… Solo importan el presente, las ganas de vivir y de luchar, y también la constatación de la cercanía de la muerte, uno de los temas que más aparecen en estas memorias.
Delbo emplea en muchos momentos un estilo poético con el que quiere definir de manera distinta la vida íntima y descarnada en los campos. Hay capítulos muy conseguidos, como los que cuentan la muerte de Viva, una compañera (la autora no derramó ni una lágrima porque “hace mucho tiempo que no me quedan lágrimas”) y la historia dramática de la joven Lily, de apenas veinte años. Con estos testimonios y con la descripción íntima de esta deshumanizada existencia, la autora condensa el abatimiento y la desesperanza de las prisioneras.