El ateniense de 50 años Yorgos Lanthimos adapta una novela homónima de Alasdair Gray publicada en 1992. Bella es una joven que vive en la mansión de Godwin Baxter, un científico con el rostro terriblemente desfigurado, que es su padre adoptivo. En la casa hay un siniestro laboratorio donde Baxter realiza sus experimentos. Muy pronto se entenderá el comportamiento de Bella, que habla y se mueve de forma extraña.
La película se inscribe en el subgénero de fábulas oscuras y sórdidas que se vienen repitiendo en los últimos años en el cine internacional. El manierismo barroco del diseño de producción (70 millones de presupuesto) y la estética expresionista en la realización y las interpretaciones potencian el malsano y tóxico relato de perversiones que hacen de Bella una nueva salvaje que se empodera como mujer libertaria en un viaje enloquecido por el furor sexual, con una encendida y postiza pseudoapología del feminismo reactivo frente al varón depredador.
Con un sarcasmo cruel donde no cabe la piedad, Lanthimos repite el mismo tipo de historias supuestamente metafóricas: todas, y especialmente esta última, pasan por un filtro brutal, destilando una visión fatalista del ser humano, siempre personaje grotesco que no deja ver la persona que normalmente hay debajo. Habrá quien pretenda que en esta historia hay una moraleja y que, en el fondo, se trata de hacer un cine social adulto y desinhibido que denuncia los defectos de una sociedad enferma, en este caso, la victoriana.
La película podría haber sido valiosa si el director y su equipo –incluyendo a una Emma Stone entregada en cuerpo y alma, por ese orden, a semejante engendro–, partiendo de esa premisa y respetando incluso la sórdida trama, hubiesen renunciado a una representación reiteradamente pornográfica que se hace agotadora por la recurrencia morbosa y malsana. Una vez más, se puede recurrir al lugar común: no es inteligente caer en lo que quieres criticar con una obra de arte, hasta el punto de convertirlo en esencial y mandar a paseo cualquier pretensión crítica.
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