Steve Jobs: un liderazgo ambivalente

STEVE JOBS

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Autor: Walter Isaacson

Debate.
Barcelona (2011).
736 págs.
23,90 €.
Traducción: David González-Iglesias.

¿Se puede ser un jefe tiránico y mordaz y, a pesar de todo, ser admirado y seguido? ¿Un perfeccionista del diseño y de las cosas bien hechas, un seguidor del lema “pensar diferente” puede despreciar por completo las formas y la amabilidad en las relaciones humanas? Si se trata de Steve Jobs, parece que sí. Esta ambivalencia resulta muy clara en la monumental biografía de Jobs escrita por Walter Isaacson (1), después de mantener largas conversaciones con él.

Superdotado, creativo y emprendedor, de sensibilidad extrema y capaz de manipular a los demás… carismático, entusiasta, apasionado y dedicado a sus objetivos. Un revolucionario en el mundo de la informática con Apple, de la música con iTunes y del cine con Pixar; un empresario que supo aprender de sus errores, y renacer de sus fracasos y que hizo en esas tres grandes empresas un gran negocio y unos productos innovadores de gran calidad.

Amante de la belleza y de la tecnología, de la caligrafía, de los Beatles y de Dylan, Jobs fue una persona que perseguía la excelencia y no admitía más que la perfección. De su padre adoptivo –un carpintero– aprendió a hacer bien las partes del objeto que no se veían y eso consiguió con todos sus productos. Siempre exigió lo imposible: en plazos de consecución de resultados, en calidad, en sencillez, en los mejores materiales. Y lo obtuvo. Logró que muchas personas consiguieran hacer lo que pensaban que era imposible. Y que por ello se sintieran orgullosas de haber trabajado para él.

En su modo de conducirse con los demás nunca se planteó conjugar la amabilidad y la eficacia

Se dejó influenciar por lo que observaba en sus viajes a Japón: el espíritu de trabajo en equipo y la disciplina. Quería perfección y elegancia, buen funcionamiento y sencillez de uso; quería obtener productos que mostrasen la conjunción de lo artístico con lo técnico.

Entusiasmar y herir

En su modo de conducirse con los demás nunca se planteó conjugar la amabilidad y la eficacia, sino que perseguía sus objetivos si era preciso zahiriendo. También negociando en muchos casos. Con una fuerte personalidad, estaba seguro de sí mismo y de lo que quería desde muy joven. Tenía obsesión por el control y un carácter difícil, irritante y cruel: Jobs nunca intentó caer simpático a nadie, ni tan siquiera ser educado en muchas ocasiones.

“Se hizo cada vez más tiránico y cortante en sus críticas”, dice Mike Markkula, el empresario que proporcionó la financiación para fundar Apple. Este es el aspecto de la personalidad de Jobs más desagradable y llamativo: como tantas personas con una inteligencia excepcional y, a la vez, seguro de sí mismo, rechazaba ciertas normas de convivencia y dejaba rienda suelta a su impaciencia o ira con aquellos que no respondían a sus necesidades.

Jobs tenía una personalidad carismática y una sensibilidad que utilizaba para manipular a los demás

Sin embargo, muchos de sus colaboradores, a pesar de recibir sus reprimendas injustas o de ver que se apropiaba de una idea de ellos, seguían trabajando con él y para él. Quizá porque les hacía ser artistas, les animaba a mejorar lo que hacían, a crear productos de vanguardia, a mejorar el mundo con su trabajo. De hecho, Isaacson señala que Apple tiene una inusual tasa de retención de sus trabajadores.

Steve Jobs creía que su misión era formar el sentido estético de los demás y se dirigía a aquellos locos que piensan diferente, uno de sus lemas publicitarios en 1977. En los años 80 los trabajadores del equipo de Apple encargaron camisetas con el mensaje: “¡Noventa horas a la semana, y encantados!”

Jobs supo rodearse de los mejores. “La experiencia con el Macintosh me enseñó que a los jugadores de primera les gusta jugar únicamente con otros de su misma división, lo que significa que no puedes tolerar a los de segunda”.

Jobs sabía entusiasmar y sabía herir: tenía una personalidad carismática y una sensibilidad que utilizaba para manipular a los demás. Pero se mostraba encantado cuando alguien sabía plantarle cara y replicarle. En su equipo estaban acostumbrados a sobrellevar sus cambios de humor y su campo de distorsión de la realidad, como lo denomina Isaacson.

Contracultura y budismo

La contracultura de los 70 le influyó especialmente: en sus ideales, actitudes y comportamiento. En su charla con estudiantes en Stanford, cuando acababa de ser portada del Time y de ganar mucho dinero, seguía sintiéndose parte de la contracultura, de los aires idealistas de los sesenta, y cultivaba su espíritu trasgresor: les preguntó si habían probado el LSD y si seguían siendo vírgenes. El espíritu rebelde y el lema “piensa diferente” fue algo de esta época que permaneció a lo largo de su vida, así como sus gustos musicales que se plasmaron en iTunes.

Estuvo en la India durante siete meses, en 1974, para encontrar un guía espiritual y allí aprendió que en el monasterio de Eiheji-ji, donde quería ingresar, no había nada que no hubiera en su ciudad. Y de hecho encontró a su maestro Shunryu Suzuki –autor de Mente zen, mente de principiante– en su propio barrio de Los Altos. La búsqueda del budismo zen fue una constante en su vida, empezó a los 19 años y al principio le ocupó mucho tiempo. Dedicó doce semanas a un curso de terapia que costaba mil dólares.

Jobs se hizo vegetariano el primer año de universidad, hacía ayunos, y siguió toda su vida una estricta dieta vegana. Además tenía unos hábitos alimentarios extraños: podía pasar semanas enteras comiendo lo mismo –ensalada de zanahoria con limón, o manzanas– y dejarlo de pronto. Sólo abandonaba su dieta en Japón, cuya comida le gustaba tanto como su modo de trabajar.

Más adelante, quizá la búsqueda de la sencillez y la facilidad en el uso de los objetos fue lo que más huella dejó en él del budismo, junto con su dieta, su capacidad de concentración en sus objetivos y su forma austera de vivir. No tuvo más lujos que un avión que le regaló el consejo de administración. No quiso vivir en una casa ostentosa rodeado de seguridad y lujos, como hicieron algunos de los trabajadores de Apple que se enriquecieron en los mejores años de la empresa.

Visto por sus hijos

Jobs repitió el error de sus padres con él: abandonó a su primera hija, Lisa. “No quería ser padre, así que no lo fui”, afirmó después. No quería casarse con aquella mujer –Chrissann Brennan– a la que dejó embarazada y con la que convivía en 1977. Y, al igual que en otras ocasiones, Jobs se desconectó de aquella realidad que no le interesaba.

Ya casado con Laurenne Powell y con tres hijos, sorprende lo que la menor, Erin, de diecisiete años, dijo a Isaacson, pidiéndole que la entrevistara para su biografía. Comprendía por qué su padre no siempre le prestaba atención, y lo aceptaba. “Se esfuerza al máximo para ser a la vez un padre y el consejero delegado de Apple, y combina ambas responsabilidades bastante bien –aseguró. A veces me gustaría recibir más atención por su parte, pero sé que el trabajo que está haciendo es muy importante y me parece extraordinario, así que no me importa. En realidad no necesito más atención”. ¿Quiere esto decir que Jobs también transmitió a sus hijos adolescentes el sentido de misión que tenía con su empresa? En el viaje que les prometía cuando cumplieran trece años, Reed eligió Kioto, en parte porque a su padre le atraía. Erin hizo lo mismo.

La ambivalencia es uno de los rasgos característicos del liderazgo de Jobs, buscador de la excelencia en el trabajo y desinteresado en muchas ocasiones de la sensibilidad de las personas. Algunos “dan permiso” a los genios como Jobs para saltarse la amabilidad y la cortesía. Otros los rechazan por tratar de modo cruel a sus trabajadores. Hay muchos aspectos de la vida Steve Jobs de los que se puede aprender y otros que son rechazables. Pero no caigamos en el mismo error que él tratándole mal con nuestros juicios.

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(1) Walter Isaacson. Steve Jobs. Debate. Barcelona (2011) 736 págs. 23,90 €. Traducción: David González-Iglesias.

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