El final del espíritu

Director: Jim Hanon. Guión: Bill Ewing, Bart Gavigan y Jim Hanon. Intérpretes: Louie Leonardo, Chad Allen, Jack Guzman, Christina Souza, Chase Ellison. 108 min. Jóvenes. (VS)

TÍTULO ORIGINAL End of the Spear

DIRECCIÓN

GÉNEROS

Aprovechando el éxito reciente de otras películas de tema religioso -como Lutero o El gran silencio, Karma Films estrena El final del espíritu, una producción de 2005, financiada por Every Tribe Entertainment, una iniciativa cristiana de carácter indigenista y evangelizador. La película se inspira en el libro End of the Spear, de Steve Saint, y en el documental de 2002 Beyond the Gates of Splendor, dirigido también por Jim Hanon, basados a su vez en trágicos hechos reales, que dieron la vuelta al mundo.

La acción se inicia en la época actual, con el viaje en canoa por el Amazonas de un estadounidense, Steve Saint, y un indígena, Mincayani. La razón de la singladura se remonta a enero de 1956, cuando Steve era un niño que vivía felizmente con sus padres y otras familias evangélicas en la selva amazónica de Ecuador. Aquellos misioneros pretendían llevar el Evangelio a una tribu especialmente violenta, compuesta por cazadores y guerreros que nunca había tenido contacto con la civilización. Eran llamados despectivamente los auca -“bárbaros” en quechua-, y ellos se daban el nombre de waodani, “la gente”, en oposición a cowode, “la no-gente”, que eran todos los demás. Cuando por fin contactaron con los waodani, estos, liderados por el joven Mincayani, asesinaron brutalmente a cinco misioneros, incluido el padre de Steve, poniendo así a prueba la caridad heroica de sus mujeres e hijos, que debieron optar entre la venganza y la reconciliación, como paso necesario para evangelizar y civilizar a los waodani.

Lo primero que sorprende de esta película es su durísimo retrato de la vida cotidiana de los waodani, muy similar a la descrita por Mel Gibson en Apocalypto respecto a los mayas, y dominada por la violencia más brutal, el desprecio a la vida de las personas de las demás familias o tribus, y una ruda religiosidad de carácter animista. A diferencia de Gibson, Jim Hanon emplea un realismo nada enfático, muy prosaico y directo, aunque igual de impactante y verosímil al describir la brutalidad de los waodani. Y, frente a esta muestra de la posibilidad de animalizarse que tiene ser humano -en las antípodas del ingenuo mito del buen salvaje-, exalta con firmeza el poder redentor del sacrificio, el perdón, la caridad y la oración, presentados como puntales de la evangelización cristiana.

Todo este sólido planteamiento de fondo aporta emotividad dramática y hondura moral a la puesta en escena de Hanon, sin demasiada personalidad, pero clara, fluida y muy bella en su resolución fotográfica, que aprovecha al máximo los parajes naturales panameños donde se ha rodado la película. Tampoco las interpretaciones son antológicas, pero todas ellas responden muy bien a los diversos caracteres de los personajes. Queda así una producción muy interesante, profunda en sus fundamentos antropológicos, atrayente en su sincera religiosidad y poderosa en su resolución visual y musical.

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