Visión. La historia de Hildegard Von Bingen

GÉNEROS

PÚBLICOJóvenes

CLASIFICACIÓNViolencia

ESTRENO24/09/2009

Comienzos del siglo XII. Siendo niña, Hildegard von Bingen ingresa en un monasterio benedictino, bajo la tutela de la magistra Jutta. Ya desde entonces tiene visiones, experiencias místicas de especial unión con Dios. Pasan los años, y muere su mentora. Toca elegir nueva magistra; y contra su parecer, es señalada por el abad Kuno para el puesto, y escogida por sus hermanas. Entonces pide permiso para recoger por escrito sus visiones. Le ayudan su confesor Volmar y la joven hermana Ricarda, que le profesa una verdadera devoción.

Interesante biopic de santa Hildegarda de Bingen, mujer de carácter, que trató a papas, obispos y al emperador Barbarroja, menos conocida que otras santas como Teresa de Jesús y Catalina de Siena. Otra mujer de fuerte carácter, la directora y guionista también alemana Margarethe von Trotta (La Calle de las Rosas), acierta en su esfuerzo de rigor histórico, de no ofrecer visiones -nunca mejor dicho- de la Edad Media sesgadas por prejuicios contemporáneos: la idea es la objetividad de lo acontecido, y ahí están mostradas las tremendas prácticas penitenciales -tan alejadas de la actual sensibilidad- y las miserias de hombres y mujeres de Iglesia, pero también la alegría de la vida conventual, el deseo de agradar a Dios, y yendo al caso de Hildegarda, el empuje de esta mujer que, convertida en abadesa, funda un convento contrariando la egoísta opinión de Kuno, y escribe sus visiones, tratados de teología, medicina y música, obras poéticas y de teatro de contenido moralizante, e incluso aborda la moral sexual sin pelos en la lengua.

Von Trotta muestra las preferencias de Hildegard por trabajar el alma, antes que castigar al cuerpo, y lo hace con trazos delicados, sin caricaturas que descalifican sin más a los que piensan diferente. Por otro lado, sorprende la humanidad de los personajes: son creíbles porque arrastran virtudes y defectos. A tal respecto son muy efectivas las discusiones entre Hildegard y Volmar, e Hildegard y Ricarda, cuando a ésta le proponen ser abadesa de otro convento. Quizá esta decisión de no suavizar los conflictos -véase el caso de la monja que ha tenido un “desliz”- es la que hace que sobresalga aún más la figura fuerte de la protagonista, aunque el precio que se paga es cierta frialdad, la distancia.

Hay escenas de gran belleza, en que tiene gran importancia la música, por ese talento de la polifacética Hildegard. Hay acierto en la paleta de colores, en los pasajes luminosos y tenebrosos. Y el reparto funciona a la perfección, con Barbara Sukowa a la cabeza, en su difícil papel.

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