Una noche de marcha. Chico encuentra chica. Los dos son jóvenes y atractivos. Él le da las llaves de su casa: “quiero que vengas esta noche”. Ella se resiste al principio… pero termina cediendo.
En la vida real, y en la gran pantalla, esta escena se repite con muchísima frecuencia. Con tanta que, la mayoría de las veces, en el cine y también en la vida, es una simple escena de paso. Una anécdota. El gran mérito del joven cineasta Rodrigo Sorogoyen y de la coguionista de la película, Isabel Peña, es que, a partir de esta “anécdota”, han tejido una interesante historia sobre las relaciones de pareja, especialmente entre la gente joven. Resultaría pedante decir que la película es una reflexión, porque aquí hay sobre todo una historia de amor, pero lo cierto es que es una historia que hace pensar y que tiene el mérito de quedar impresa en la mente del espectador durante días (también ayuda a este efecto su sorprendente –o no– final).
Articulada alrededor de dos únicos personajes, rodada con un mínimo presupuesto y muy pocos escenarios, el peso de la película recae sobre un notable libreto y un intenso trabajo actoral. No es una película convencional en la forma –planos secuencia, esmerada puesta en escena, juego de claroscuros, inteligente manejo de la elipsis– y mucho menos en el fondo. Dice Sorogoyen que hacer una película a contracorriente era un objetivo primordial. En una sociedad que frivoliza demasiado con el amor y con el sexo, Stockholm recuerda que el amor no es un juego… aunque se juegue… y que hay situaciones que no son una anécdota: marcan demasiado para serlo.
