Subir la factura fiscal de los ricos

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Subir los impuestos a los ricos se ha convertido en una bandera de la izquierda en las confrontaciones electorales de EE.UU. y Reino Unido. El objetivo es reducir la desigualdad y financiar programas sociales más ambiciosos. También en España, el nuevo gobierno de coalición entre el Partido Socialista y Unidas Podemos aumentará los gravámenes sobre las rentas altas y las grandes empresas. Pero estas políticas no deben olvidar que una cosa es reducir la desigualdad y otra aumentar la recaudación de modo significativo.

Si hay algún economista que haya destacado por sus críticas al aumento de las desigualdades ese es el francés Thomas Piketty, del que se acaba de traducir el libro Capital e ideología (Deusto), continuación de El capital en el siglo XXI. Piketty reconoce el progreso que se ha dado en todo el mundo respecto al aumento de la esperanza de vida, la alfabetización y el poder adquisitivo, lo que ha sacado a muchos de la pobreza. Pero subraya que este progreso esconde inmensas desigualdades y, lo que es peor, que estas se han acentuado en los últimos tiempos.

Arriba y abajo

Según los datos de Piketty, la participación del decil superior (el 10% de la población con mayores ingresos) en la renta nacional en 2018 era del 34% en Europa, del 41% en China, el 46% en Rusia, el 48% en EE.UU., y alcanzaba el 55% en la India. Además, esta desigualdad ha ido ampliándose, ya que en 1980 el 10% superior acaparaba entre el 26-34% de la renta total en distintas regiones del mundo, mientras que en 2018 la media había subido al 37-56% en las mismas regiones.

Un indicador especialmente expresivo consiste en comparar la relación entre la renta media del 10% más rico y la del 50% con menos ingresos. Así, Piketty constata que la relación entre la renta media del 10% más rico y la del 50% más pobre es de 8 a 1 en Europa y de 19 a 1 en EE.UU., proporción similar a la de la India.

La desigualdad de rentas lleva consigo también la concentración de la riqueza en el percentil superior (el 1% más rico). Según Piketty, su parte en el total de propiedades privadas ha aumentado notablemente desde los años 1980-1990 en China, Rusia, la India y Estados Unidos, y en menor medida en Reino Unido y Francia.

Si la desigualdad se mide conforme a otros criterios, como la evolución de la clase media, también se observa un estancamiento o incluso un retroceso. Según un informe publicado este año por la OCDE, en los países de la organización las personas pertenecientes a la clase media han pasado del 64% de la población en 1985 al 61,5% en 2015. Para la OCDE, entran en este segmento aquellos cuyos ingresos están entre el 75% y el 200% de la renta mediana nacional. La clase media vio aumentar sus ingresos de un modo sostenido hasta mediados de los años 2000. Pero entre 2007 y 2016 el progreso ha sido solo de un 0,3% anual. Globalmente, en el curso de los últimos treinta años, el aumento de las rentas intermedias ha sido menos de un tercio del que ha registrado la renta del 10% más rico.

Subir los impuestos a las rentas más altas sirve para reducir la desigualdad, pero aumentar significativamente la recaudación solo se logra subiendo también los impuestos a la clase media

Si la desigualdad se mide por el índice de Gini (siendo 0 la perfecta igualdad y 100 la máxima desigualdad), la media en la Unión Europea ha crecido de 30,6 en 2009 a 30,9 en 2018. La desigualdad en España estaría por encima de la media, con 33,2, lo que supone ser el séptimo país más desigual de la UE, por detrás del Reino Unido e Italia, y de cuatro de Europa del Este (Bulgaria, Letonia, Lituania, Rumania). En EE.UU. el índice estaba en 39.

Impuesto sobre el patrimonio

Como es en EE.UU. donde –se mida como se mida– hay mayores desigualdades en el mundo occidental, no es extraño que la idea de subir impuestos a los ricos se haya convertido en una idea recurrente entre los aspirantes demócratas a la presidencia. Mientras que las reformas fiscales de Trump han ido en la línea de la reducción de impuestos, candidatos demócratas como Bernie Sanders o Elizabeth Warren han enarbolado la bandera de cobrar más impuestos a los ricos.

Entre las diversas modalidades, la primera es un impuesto sobre el patrimonio. La propuesta de Warren es una tasa del 2% para patrimonios por encima de los 50 millones de dólares, lo que afectaría a unas 70.000 familias. A su vez, Sanders propone un impuesto sobre la riqueza aún más agresivo, que se escalonaría desde el 1% para fortunas de 32 millones hasta un 8% para aquellos cuya riqueza excediera los 10.000 millones.

Los que proponen el impuesto sobre el patrimonio suelen ser muy optimistas en cuanto a la recaudación que supondría. Un 1% del PIB, según piensan Warren y Sanders. Pero las estimaciones son discutidas. Los ricos tienen buenos abogados que minimizarían los efectos del impuesto. Y la riqueza también puede emigrar a países más acogedores.

La experiencia indica que los países europeos no han tenido mucho éxito con el impuesto sobre el patrimonio, que ha sido eliminado en Austria, Alemania, Dinamarca, Luxemburgo y Suecia. El modelo clásico de impuesto sobre el patrimonio subsiste en Noruega y Suiza, con una tasa del 0,85% y del 0,30%, respectivamente. En Francia, desde 2018, el antiguo Impuesto sobre las Grandes Fortunas se cambió por un Impuesto sobre la Fortuna Inmobiliaria (para viviendas por valor superior a 1,3 millones de euros), lo que deja fuera los depósitos bancarios o las acciones. En Holanda forma parte del impuesto sobre la renta.

En España es un impuesto cedido a las comunidades autónomas, que fijan la base imponible y el tipo impositivo, con lo que hay grandes diferencias entre ellas. Incluso en Madrid hay una bonificación del 100%. En 2017, estuvieron obligadas a pagar el impuesto en España 171.460 personas, lo que produjo una recaudación de 1.040 millones de euros (apenas un 0,5% del total).

Exprimir a las rentas más altas

El modo más directo de recaudar sería aumentar la tasa marginal máxima del impuesto sobre la renta, aplicable a los que más ganan. En virtud del principio de progresividad fiscal, las rentas más altas pagan un porcentaje mayor de su renta, o, más exactamente, de la parte de la renta que sobrepasa cierto umbral.

La progresividad fiscal marcó un máximo desde mediados del siglo XX hasta los años 80. El tipo máximo del impuesto para el último tramo de las rentas más altas alcanzó una media del 80% en EE.UU. y en el Reino Unido, pero a partir de entonces ha ido bajando en todos los países desarrollados. En EE.UU. es actualmente un 37%. En Europa, Canadá y Australia el tipo máximo bajó de una media del 68% en los años 80 a un 43% hoy. En la época de la globalización, cuando los flujos de capitales atraviesan las fronteras, es muy difícil mantener un tipo máximo muy alto sin ahuyentar a los ricos.

La representante demócrata por Nueva York Alexandria Ocasio-Cortez ha propuesto un tipo marginal máximo del 70% para las rentas por encima de 10 millones de dólares, con el que asegura que se maximizaría la recaudación y la justicia fiscal. Otros piensan que aunque esto reduciría la desigualdad, no hay que olvidar sus posibles efectos negativos en la economía, ya que impuestos más altos pueden desincentivar el trabajo y la creación de empleo.

Para limitar las repercusiones negativas sobre la economía, hay quien propone aumentar los impuestos sobre las rentas de capital y las plusvalías. En EE.UU. estas rentas constituyen el 70% de los ingresos de los hogares más ricos, mientras que para el contribuyente medio, el 80% de sus ingresos proceden del salario. Mayores tasas sobre la propiedad inmobiliaria podrían captar parte de las infladas plusvalías que los propietarios están obteniendo en ciudades en expansión.

El impopular impuesto de sucesiones

Otro modo de reducir la desigualdad de la riqueza es limitar su transmisión mediante el impuesto de sucesiones. Pero el propio Piketty reconoce en su libro que el impuesto de sucesiones es “uno de los más impopulares, mientras que los impuestos sobre el patrimonio y la renta son relativamente bien aceptados”. La gente prefiere pagar un impuesto en torno al 1 o 2 por ciento anual sobre el valor de sus propiedades, en lugar de tener que pagar el 20 o 30 por ciento en el momento de la herencia. La hostilidad que el impuesto suscita también entre las clases medias y trabajadoras “refleja un temor comprensible por parte de quienes acceden por primera vez a la propiedad inmobiliaria, a menudo con recursos y activos financieros limitados, a que sus hijos tengan que pagar de una sola vez un impuesto tan alto que les obligue a vender la propiedad en cuestión para poder recaudar el dinero”, señala Piketty.

Teniendo en cuenta las exenciones al impuesto, parece justificado que el impuesto sobre el patrimonio tenga un papel más importante que el de sucesiones para reducir la desigualdad.

Si los ricos no invierten

La fiscalidad progresiva sobre la renta, la riqueza y las sucesiones contribuye a reducir la desigualdad, pero hay que ver también cuál es su efecto sobre el conjunto de la economía.

Frente a la idea de subir impuestos a los “creadores de riqueza”, se objeta que así se desanima la inversión productiva y la creación de empleo. No solo saldrían perdiendo los ricos, sino también los trabajadores que no son contratados porque no se expanden los negocios. Esto explica que las subidas de impuestos no siempre aumenten la recaudación.

Desde la parte opuesta, se responde que no hay ninguna evidencia de que la reducción de impuestos a las rentas de capital haya contribuido a intensificar la inversión productiva. Más bien la idea de “crear valor” se ha traducido en políticas para elevar la cotización de las acciones y, de paso, la retribución de los ejecutivos en función de este resultado. Según Carlos Sebastián, que ha sido catedrático de Teoría Económica en la Universidad Complutense, “la maximización de ese valor de mercado ha conducido al cortoplacismo, a priorizar la cotización y el beneficio inmediato por acción frente a la inversión productiva y la innovación, y a la explotación de los otros actores del esfuerzo colectivo que conduce a la generación de rentas”.

Un buen índice del dinamismo de una economía es el crecimiento de la productividad. Si esta crece a buen ritmo, la gente tendrá más dinero en el bolsillo y el gobierno también podrá gastar más. Pero en el conjunto de la OCDE el crecimiento de la productividad ha bajado del 1,9% en el periodo 1996-2000 al 0,9% en 2014-2018.  En el Reino Unido, la Royal Statistical Society, al elegir la que piensa que es la estadística más importante de la década en el país, se ha decantado por el escaso crecimiento de la productividad: solo un 0,3% anual en los últimos diez años, cuando en el periodo 1997-2007 el crecimiento fue del 2% anual.

El aumento de la productividad depende de la organización de la economía, de la innovación tecnológica y del capital humano. Pero está claro que el crecimiento de la desigualdad en los últimos tiempos no ha ido acompañado de un mayor empuje económico.

También hay economistas que se han preguntado si la reducción del impuesto de sociedades en EE.UU. del 35% al 21%, decidida por la Administración Trump en 2017, contribuyó a aumentar la inversión. En un blog del FMI, tres economistas de la institución concluyen que la mayor inversión se debe a que la demanda interna y las ventas están creciendo en EE.UU. La demanda ha aumentado porque la gente tiene más renta disponible por la rebaja de impuestos y también porque el gobierno está gastando más.

En cambio, piensan que la rebaja del impuesto de sociedades ha tenido poco efecto. Su análisis sugiere que a medida que aumenta el poder de mercado de las grandes sociedades y la concentración en sus respectivas industrias, sus beneficios adoptan cada vez más la forma de rentas de monopolio, es decir, por encima de lo que sería normal si hubiera más competencia. En este marco, una rebaja en el impuesto de sociedades incrementa los beneficios después de impuestos, pero influye menos en las decisiones de inversión y de producción.

Favorecer la difusión del capital

Esto relativiza también la idea de que al subir impuestos a los ricos se penaliza la creación de riqueza y el éxito debido al trabajo. Las rentas más altas, especialmente las ganancias astronómicas de los últimos tiempos, se han debido en gran parte a la hipertrofia del sector financiero y a veces a la explotación de ventajas monopolísticas.

Aunque no esté en contra de la recompensa para el éxito, The Economist reconocía que “a ambos lados del Atlántico demasiadas compañías obtienen beneficios récord en mercados concentrados. Algunos millonarios han prosperado donde la competencia ha decaído. Facebook y Google dominan la publicidad on line. A Warren Buffet le gusta invertir en compañías protegidas por barreras que dejan fuera a los rivales”. Pero reconoce que muchos otros operan en mercados abiertos a la competencia: “Por cada Mark Zuckerberg, el patrón de Facebook, hay varios empresarios tecnológicos con muchos rivales”.

Evitar una concentración excesiva del capital y favorecer su difusión es el objetivo que busca Piketty. Para esto propone que el sistema tributario se base en tres grandes impuestos progresivos: un impuesto anual sobre la propiedad o patrimonio, un impuesto sobre la renta y un impuesto sobre las herencias. Con el impuesto anual sobre la propiedad y el de sucesiones se financiaría una dotación de capital para cada joven de 25 años, y con el impuesto sobre la renta (que incluye las cotizaciones sociales y un impuesto al carbono) se financiarían los gastos del Estado social (educación, sanidad, pensiones, renta básica…). Para sus detractores, esto parece poco realista.

Thomas Piketty propone favorecer la difusión del capital reforzando la progresividad de los impuestos sobre el patrimonio, la renta y las sucesiones

Sin duda, si a cada contribuyente hay que exigirle según su capacidad, siempre habrá que cobrar proporcionalmente más impuestos a los ricos y hay margen para ello. Otra cosa es que esto baste para financiar un Estado providencia generoso como el europeo. La realidad es que los muy ricos son relativamente escasos. Por eso el sistema tributario europeo acaba por cobrar más impuestos no solo a los ricos sino también a la clase media, que constituye el grueso de los contribuyentes. Y, en buena parte, a través de impuestos indirectos, que no distinguen entre pobres y ricos. Así, en España, el IVA supuso el 33% de la recaudación en 2018, mientras que el impuesto sobre la renta aportó el 39% y el de sociedades el 12%.

Uno puede preferir más prestaciones a cambio de pagar más impuestos o esperar menos del Estado y pagar menos impuestos. Esto hace que Francia sea el país de la OCDE donde la relación entre impuestos y PIB es más alta (46,1% en 2018), mientras que EE.UU. tiene una de las más bajas (24,3%), si bien en Irlanda es todavía inferior (22,3%). La media de la OCDE es del 34,3%, nivel en el que se encuentra hoy España. Una subida de impuestos a las rentas más altas puede ser justa para reducir la desigualdad, pero sería demagógico presentarla como una solución a un déficit público enquistado.

Los números no hablan por sí solos

La idea de que en muchos países occidentales ha crecido la desigualdad, especialmente a raíz de la crisis de 2008, se da ya como un hecho indiscutible. Sin embargo, no es tan evidente la medida de la desigualdad, y las conclusiones pueden ser distintas según la metodología utilizada.

En un reciente número, The Economist analizaba algunas de las tesis repetidas sobre la desigualdad para concluir que las diferencias en renta y riqueza pueden ser menos acusadas de lo que se piensa. Comparando lo que dice Piketty con estudios de otros economistas, el semanario británico afirma que, tras tener en cuenta los impuestos pagados y las transferencias recibidas, en Europa la relación entre la renta después de impuestos del 10% más rico y del 50% con menos ingresos ha cambiado poco desde mitad de los años 90. En EE.UU. la diferencia sí habría crecido.

En cuanto al estancamiento de las rentas medias, The Economist encuentra que, según los estudios que se utilicen, en EE.UU. las estimaciones sobre la evolución de la renta media entre 1979 y 2014 varían entre una caída del 8% (Piketty) hasta una subida del 51% (Oficina Presupuestaria del Congreso).

Otro fenómeno mencionado es la caída de la participación de las rentas de trabajo en el PIB frente al aumento de las del capital. Los salarios apenas habrían crecido en términos reales, aunque ha aumentado la productividad, lo que implica que una parte creciente del PIB ha ido al capital (en forma de intereses, dividendos y plusvalías) en vez de a los trabajadores en forma de salarios. Pero algunos economistas matizan que los datos cambian según que las rentas de los trabajadores autónomos se consideren trabajo o capital, o señalan que parte de las rentas de capital se refieren al aumento de valor de propiedades inmobiliarias.

Por último, las denuncias de la desigualdad subrayan que la mayor renta de los más ricos les ha permitido acumular una creciente riqueza patrimonial. En el caso de EE.UU., pocos discuten que la riqueza estimada del 1% más rico ha ido creciendo. En otros países –como Francia, Dinamarca o Reino Unido– es difícil discernir una tendencia clara en la desigualdad de la riqueza.

Un comentario

  1. Parece que el autor está muy en la línea del PP. Pero me plantea algunas dudas:
    ¿Por qué no se declara la guerra de una vez por todas a los paraísos fiscales?
    ¿Por qué los ricos se enriquecen más en las épocas de crisis?
    ¿Por qué no se aumentan los impuestos sobre los artículos de lujo?
    Por último. ¿No es cierto que muchas riquezas provienen de la especulación y no de la inversión en empresas productoras de bienes y de puestos de trabajo?

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