Por qué atraen los “realities”: no solo es “chismorreo”

publicado
DURACIÓN LECTURA: 8min.
Por qué atraen los “realities”: no solo es “chismorreo” / reality tv

No es un secreto que, desde la pandemia, nos hemos vuelto más solitarios. Y que cada vez estamos más desesperados por conectar con otros. Tampoco es un secreto que las redes sociales han creado un apetito por detalles de las vidas ajenas que muy pocas veces es posible saciar. Este es el contexto perfecto para que triunfen programas que nos invitan a ver la vida de los demás desde la distancia: los realities.

Donald Trump no hubiese llegado a la Casa Blanca sin antes haber construido su ethos en el show The Apprentice; Kim Kardashian no hubiese asegurado una fortuna de 1.800 millones de dólares sin habernos contado su vida familiar en Keeping Up with the Kardashians; y nadie sabría quién es Andrew Tate (no nos habríamos perdido gran cosa), si este no hubiese participado en la edición británica de Gran Hermano. A menos que se viva completamente fuera del radar, no hay forma de negar la influencia que la telerrealidad tiene en nuestra sociedad. La pregunta es: ¿Por qué gustan tanto estos programas?

Podría pensarse que, a fin de cuentas, solo alguien que esté muy aburrido con su propia vida se sentaría los jueves por la noche, con palomitas y una manta, a ver una versión editada del día a día de la mujer de Cristiano Ronaldo, o de Tamara Falcó, o a un grupo de jóvenes “poner a prueba” su relación en La isla de las tentaciones. O no. Aproximadamente 4 de cada 10 personas dicen consumir realities de alguna forma u otra. Puede ser que ese 40% de la población viva vidas vacías, por qué no, pero podría ser que detrás de ese deseo de conocer cómo viven los demás no esté solo el aburrimiento, sino también esa pregunta tan humana de cómo se debe vivir la propia vida.

El arte de observar vidas ajenas

Es lo que cree la crítica literaria Phyllis Rose. En su libro Vidas paralelas, un estudio de cinco parejas casadas en la era victoriana, escribió que “todos queremos desesperadamente información sobre cómo los otros viven su vida, porque deseamos saber cómo vivir la nuestra. Sin embargo, nos han enseñado que este deseo no es más que curiosidad ilegítima”.

Tal vez el cotilleo sea el primer peldaño en la escalera de la indagación moral, que lleva hasta el conocimiento de nosotros mismos

Esto último lo muestran, en efecto, algunas encuestas. Según una reciente realizada por la asesoría Gitnux, un 56% de quienes ven televisión piensan que los realities son una mala influencia para la sociedad.

Sin embargo, según Rose, “tal vez el cotilleo sea el principio de la indagación moral, el primer nivel de la escalera platónica que lleva hasta el conocimiento de nosotros mismos”. Por eso alega que una discusión sobre la salud de un matrimonio debe ser tomada tan en serio como otra sobre las elecciones presidenciales. La primera muchas veces se tilda de vil chismorreo, pero ambas apuntan a aspectos esenciales de la sociedad y a la forma de ser humano en un tiempo concreto.

La idea de que el cine y la literatura pueden provocar un efecto catártico (explorar nuestras emociones y señalarnos con sus personajes un camino hacia la virtud) no es nueva. Se remonta hasta Aristóteles, quien señaló la capacidad que tenían las tragedias griegas para la purga emocional del público, a medida que este se identificaba con los personajes.

La psicóloga María Cartagena, del centro de psicólogos Serendipia Psicología, explicó en declaraciones a Aceprensa que esta es también la razón más clara por la que la gente disfruta tanto de los realities: “Puede que el motivo principal por el que vemos este tipo de programas sea el de identificarnos, interesarnos, posicionarnos o empatizar con algunos de esos personajes que nos presentan”. Cuando el reality muestra el día a día de alguien, señalaba la psicóloga, el espectador puede ponerse en la situación que ve en televisión y evaluar qué haría, cuál sería la mejor forma de actuar en ese escenario.

Quienes disfrutan viendo las peleas de las Kourtney y Kim Kardashian quizás también tienen hermanas con las que pelean, por lo que ver a dos personas en la misma dinámica familiar que ellas, o al menos una parecida, puede hacer que se sientan comprendidas, o incluso ayudarles a navegar, ya con desapego, sus relaciones de sororidad. Y, aunque no se tenga nada en común con Georgina Rodríguez, protagonista de Soy Georgina, es probable que observar su día a día enseñe a los televidentes algo de la experiencia humana, les ponga en la piel de otra persona y les invite a conectar con ella.

Esto es, mutatis mutandis, lo mismo que nos sucede al leer buenas novelas. No obstante, la comparación entre estas (o las tragedias griegas citadas anteriormente) y los realities tiene, ciertamente, sus límites. Por un lado, la complejidad psicológica de los personajes que caracteriza a casi todas las grandes narraciones (y a la mayoría de las personas “reales”) no suele darse en la “telerrealidad”, lo que limita su valor como radiografía social. Por otro, la función catártica de las tragedias a la que se refiere Aristóteles se explica porque las tramas ponen énfasis en la moralidad de los actos representados, de modo que el espectador necesariamente se sienta interpelado personalmente; esto tampoco es frecuente en los realities, donde el tono que predomina es más bien frívolo.

Usar a otros como entretenimiento

Hay otra diferencia obvia entre leer una novela de Jane Austen y ver “Tamara Falcó: la marquesa”. ¿Cuál? Que Tamara es una persona real, y que está viviendo al mismo tiempo que está siendo vista. Esto hace que los realities inviten a una mayor conexión con el público, pero a la vez supone un peligro: esas vidas reales son editadas posteriormente para crear una narrativa cuyo principal fin es ganar el máximo de dinero posible, con frecuencia a base de distorsionar, mercantilizar y cosificar a una persona. Dice María Cartagena que, como las imágenes que vemos serán determinantes para que nos enganchemos al programa (y que se renueve por otra temporada), muchas veces se falsifica “el comportamiento y las reacciones originales” que tendría el protagonista si no estuviera siendo grabado.

Los “realities” pueden provocar que el espectador cosifique a los protagonistas, convertidos en objetos de consumo

Por otro lado, con frecuencia estos shows ponen a sus protagonistas en situaciones extremas, emocionalmente devastadoras, para conseguir ese “giro de guion” perfecto, el mejor cliffhanger posible o la llorada más realista.

De hecho, muchos programas, como Love is Blind o The Bachelor, han sido demandados por sus anteriores estrellas, debido a las injustas condiciones laborales en que fueron filmados, o incluso por supuestos casos de racismo o abusos sexuales. Nick Thompson, que participó en la segunda temporada de Love is Blind (un “experimento social” en el que varios solteros se conocen a través de una pared y se comprometen antes de verse), denunció haber sido víctima de “tortura psicológica y manipulación” por parte de los productores del show.

Además, dice, su vida profesional se ha visto arruinada: tras aparecer en el programa fue despedido de la compañía de software en la que trabajaba, y ahora nadie le ofrece empleo porque no le consideran alguien serio. Su vida fue puesta en bandeja de plata para que todo el mundo pudiese analizarla o emularla, y por ello fue marcado con una letra escarlata. Eso sí, sabía perfectamente a lo que se apuntaba, a diferencia del protagonista de la distopía El show de Truman. Pero al igual que este, sus emociones y experiencias fueron convertidas en un objeto de consumo para el público.

Radicalmente distinta fue la experiencia de Donald Trump. El anterior presidente estadounidense se dio a conocer al gran público a través del reality The Apprentice (2004-2011), donde varias personas competían por un puesto a tiempo completo como empleado del magnate norteamericano. El editor jefe de las primeras seis temporadas explicó en una entrevista que el principal objetivo era “hacer que Trump se viera bien: que se percibiera como alguien adinerado, con legitimidad”. Lo cierto es que los rasgos que lo caracterizaban en el show –su tendencia a humillar a otros, a generar caos y conflictos, y también su “franqueza”– fueron los que llevaron a muchos norteamericanos a votarle para las elecciones de 2016, y los que marcaron su estancia en la Casa Blanca durante cuatro años.

Los realities reflejan la sociedad… y le dan forma

La telerrealidad funciona, en parte, como un espejo de la sociedad, pero también como un molde. No se sabe si el éxito de The Apprentice se debió a que la sociedad americana valoraba ya antes esos rasgos de personalidad que luego vieron reflejados en Trump, o si más bien fue el programa lo que les hizo apreciarlos. Lo que sí se sabe es que los protagonistas de estos shows muchas veces se convierten en arquetipos de cómo se supone que debe ser un ser humano en el siglo XXI, y acaban redefiniendo, para toda una generación, conceptos como el amor, la familia o la ambición.

Otras veces la influencia afecta a cuestiones más del “día a día”. Por ejemplo, en el momento en que Kim Kardashian empezó a perder peso hace un año y medio, se prendieron las alarmas de que por ello la sociedad volviera a glorificar la extrema delgadez. Y, como ya se comentó en Aceprensa, no fue una exageración: poco tiempo después se empezó a hablar del Ozempic.

Como decíamos al principio, no es un secreto que desde la pandemia todos nos hemos vuelto más solitarios. Ni que las redes sociales nos han creado un apetito por conocer los detalles de la vida de los demás. Y, aunque casos como los de la Kardashian, Trump o Nick Thompson muestran que poner vidas ajenas en el prime time tiene su utilidad (nos enseñan qué valoramos como sociedad, e, incluso, pueden guiarnos en el camino hacia el conocimiento propio), sería importante que la desesperación por conectar con los otros no nos impida ver la humanidad de quien está en la pantalla.

Contenido exclusivo para suscriptores de Aceprensa

Estás intentando acceder a una funcionalidad premium.

Si ya eres suscriptor conéctate a tu cuenta. Si aún no lo eres, disfruta de esta y otras ventajas suscribiéndote a Aceprensa.

Funcionalidad exclusiva para suscriptores de Aceprensa

Estás intentando acceder a una funcionalidad premium.

Si ya eres suscriptor conéctate a tu cuenta para poder comentar. Si aún no lo eres, disfruta de esta y otras ventajas suscribiéndote a Aceprensa.