Políticas de integración frente a los discursos antiinmigratorios que explotan el miedo

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Políticas de integración frente a los discursos antiinmigratorios que explotan el miedo
Ajdin Kamber/Shutterstock

La inmigración ha vuelto al centro de los discursos políticos y el sentimiento de rechazo a las personas migrantes crece. Los expertos señalan que es un discurso con rédito electoral, como demostró la campaña trumpista en Estados Unidos, pero que daña la convivencia social si no se toman las medidas adecuadas.

Durante las elecciones de 2016, Donald Trump popularizó el eslogan “Construye el muro”, en referencia al muro infranqueable entre México y Estados Unidos que el político prometía levantar en caso de llegar a ganar las elecciones para detener la migración.

La promesa fue una continua fuente de polémica y despertó duras críticas, pero los discursos políticos que han tenido lugar en procesos electorales recientes en Europa revelan que el endurecimiento de la postura contra la inmigración podría estar extendiéndose.

Giorgia Meloni, ganadora de las elecciones italianas de septiembre de 2022, aseguró durante su campaña electoral que quería “acabar con la inmigración descontrolada que ha alcanzado cifras increíbles en nuestras costas” y propuso un bloqueo naval para impedir la llegada de embarcaciones.

En Reino Unido, la ministra del Interior e hija de inmigrantes kenianos, Suella Braverman, también ha centrado todas sus propuestas en torno a un asunto: frenar la inmigración ilegal impidiendo la llegada de más barcos a través del Canal e incluso planteando la posibilidad de prohibir solicitar asilo a los migrantes irregulares.

Los discursos antiinmigración explotan los fracasos de las políticas de integración y crecen en tiempos de crisis económica

Más al norte, los Demócratas de Suecia, el segundo partido más votado en las últimas elecciones, con un 20%, empapeló el metro de Estocolmo con una campaña que relacionaba directamente a los migrantes con la delincuencia.

Estos discursos explotan las tensiones creadas por los fracasos de las políticas de integración, crecen en los contextos de crisis económica y podrían seguir aumentando en popularidad.

Los discursos raciales al Norte, los económicos y sociales al Sur

Dentro del marco europeo, hay que distinguir los discursos políticos sobre la migración que tienen lugar al Norte y al Sur, explica Juan Carlos Jiménez, catedrático de Historia del Pensamiento de la Universidad San Pablo CEU.

En Europa Central y del Norte, incluyendo Reino Unido, los discursos antiinmigración tienen mucho poder y “un fuerte componente racial”, señala Jiménez.

Por su parte, en Europa del Sur, el discurso no es racial, sino “económico y social”. Es decir, la retórica tiene más que ver con los puestos de trabajo o la posible carga económica que los inmigrantes pudieran suponer al Estado del bienestar.

El elemento transversal es el miedo

Sin embargo, sí que hay algo presente en todos estos discursos: el miedo. “En todos sobrevuela el deterioro de la convivencia y la asimilación de la delincuencia con la inmigración es el elemento común”, asegura Jiménez.

Es decir, el discurso no es abiertamente racista en muchos casos, sino que se apoya en la retórica de la seguridad, y esto cala.

“El elemento transversal es el miedo en sociedades cada vez más complejas y más multiétnicas y más difíciles de gestionar”, señala Jiménez.

Una cosa es el discurso, otra cosa son las políticas

¿Cala este discurso solo en los partidos conservadores? “Una cosa es el discurso y otra cosa son las políticas”, advierte Jiménez.

Aunque los partidos conservadores pueden ser más proclives durante campañas electorales a mantener un discurso abiertamente antiinmigratorio, las políticas reales difieren bastante poco entre unos y otros.

En el Norte de Europa, los discursos antiinmigratorios tienen un componente racial, mientras que en el Sur se apoyan más en la carga económica y social

“El mayor número de deportaciones ocurrieron con Barack Obama”, recuerda Jiménez, que señala que tampoco ningún gobierno progresista en España ha frenado las devoluciones en caliente o ha cambiado la valla de Melilla.

De hecho, cuando llega al poder, es más probable que la derecha tienda a suavizar sus posturas, porque tiene “más necesidad de sujetarse al discurso políticamente correcto”, asegura Jiménez.

En cambio, los gobiernos progresistas tienden a llevar su discurso a una línea más dura, semejante a la asociada con los conservadores.

En julio de 2022, el presidente español Pedro Sánchez calificó de “ataque violento a las fronteras” el salto de la valla de Melilla que terminó con 37 migrantes muertos. En Suecia, la primera ministra de centro-izquierda, Magdalena Anderson, declaró que Suecia no quería “barrios chinos” ni “barrios somalíes”. A su vez, su ministro de Inmigración afirmó que no debería haber más del 50% de personas “no nórdicas” en ninguna zona residencial.

“En el espacio político en el que se desarrolla esta conversación ahora, resulta muy difícil diferenciar entre derechas e izquierdas”, asegura Gonzalo Fanjul, director de Análisis del Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGlobal) y fundador de porCausa, una organización que busca promover el periodismo de datos y de investigación sobre la desigualdad y la migración.

Favorecer la integración sin desatender las demandas

La asociación entre criminalidad e inmigración no está del todo fundamentada, pero los discursos juegan con la percepción del electorado, que tiende a establecer ese vínculo.

Según una encuesta del International Social Survey Programme, el 50,3% de los españoles considera que “los inmigrantes hacen que aumente el índice de criminalidad”.

“No tiendes a asimilar la delincuencia con alguien como tú, sino con el otro, es un elemento etnocéntrico muy típico”, reflexiona Jiménez.

Sin embargo, en España, por ejemplo, entre 2005 y 2011 la tasa de inmigrantes pasó del 8,5 al 12,2%, y la criminalidad bajó de 50,6 delitos por cada 1.000 habitantes a 48,4.

A pesar de todo, sería caer en el buenismo no reconocer que hay un cierto vínculo entre la migración y la delincuencia. Los extranjeros suponen el 10% de la población española y cometen el 23% de los delitos.

Criminalidad e inmigración no están directamente relacionadas, pero desatender las necesidades de seguridad de la población nativa es perjudicial

En Suecia, las víctimas mortales por disparos son 47 solo en lo que va de año y actualmente tiene el mayor número per cápita de tiroteos mortales de los 22 países de Europa occidental. Entre los sospechosos de los tiroteos, el 85% son inmigrantes de primera o segunda generación.

Sin embargo, esos datos tampoco pueden ser analizados sin su contexto. En primer lugar, la población migrante suele estar en el rango de edad en el que se cometen más delitos, por lo que no es homogéneo cuando se compara con el global de la población, que incluye más niños y mayores. Por otro lado, los migrantes son un grupo social más proclive a encontrarse en situación de dificultad económica o de exclusión social, que siempre es un factor de riesgo para la delincuencia. Es decir, el motivo es la marginalidad, no la nacionalidad.

Favorecer las políticas de integración sería favorable para todos

Combinado eso con la necesidad de población migrante que tienen en realidad los países y los aspectos positivos que aporta, solo hay una solución verdaderamente eficaz: políticas de integración.

De hecho, un estudio de la Universidad Carlos III, señala que los rumanos que llegaron a España provocaron al principio tasas más altas de criminalidad, pero que se ha ido reduciendo con su integración hasta quedar por detrás de los españoles en el grupo de edad de 25 años.

Sin embargo, esto se debe realizar también consiguiendo que la población nativa no sienta que sus necesidades son desatendidas.

“Los poderes públicos tienen que favorecer discursos integradores, pero o introducen una preocupación real por la seguridad o vamos a tener partidos que aprovechen esta situación hasta llevar el discurso a elementos raciales”, advierte Juan Carlos Jiménez.

Los partidos con discursos antiinmigratorios abiertamente racistas se popularizan en unos contextos en los que los ciudadanos perciben que tienen unas demandas que no están siendo atendidas.

Los discursos antiinmigratorios conllevan una factura social

Jiménez señala que estos discursos tienen más propensión a calar entre las clases medias y bajas porque, mientras que para las clases altas es una cuestión ideológica, para estos ciudadanos la amenaza de que los migrantes copan el sistema de bienestar o se quedan con los puestos de trabajo es “una cuestión de vida”.

“Es un cambio de paradigma con efectos devastadores porque legitimamos el concepto de persona migrante como enemigo. No es un ciudadano neutro, sino un sospechoso”, lamenta la abogada Patuca Fernández.

“En materia de convivencia provoca un apartheid moderno”, asegura. La abogada resalta que la factura social en materia de convivencia también la van a pagar las clases medias y bajas, puesto que es donde se encuentran los migrantes.

La abogada subraya que la experiencia demuestra que la inmigración es necesaria e imprescindible. Algo que destaca también Juan Avilés en el Real Instituto Elcano: “Al margen de las consideraciones estrictamente demográficas, el movimiento de personas tiene el mismo efecto que el movimiento de ideas o el de mercancías: estimula la competencia, la innovación y la creatividad”.

La propia España, con sus luces y sombras, es un ejemplo en algún aspecto en materia de integración. Tal y como recoge este análisis del Real Instituto Elcano, en España “hasta ahora no se han formado guetos, barrios que la población autóctona haya abandonado por la llegada de los inmigrantes. No existen en España zonas equivalentes a las banlieues francesas que concentran migración árabe y subsahariana, o al barrio bruselense de Molenbeek, de población marroquí”. Esto favorece su integración social a través de las relaciones vecinales y suaviza la tendencia a la formación de guetos educativos.

Es fundamenta avanzar en esa dirección, porque lo contrario es fomentar la creación de la “cultura de la otredad, que genera una cultura de la atrocidad”, asegura Fernández. Por eso, favorecer políticas eficaces de integración mejoraría la convivencia social, contribuiría al desarrollo del país y frenaría los discursos antiinmigratorios violentos.

 

Primer artículo de la serie: Occidente militariza sus fronteras, pero no detiene la inmigración

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