La recién estrenada Comisión Europea de Ursula von der Leyen se plantea coger al toro –al toro demográfico– por los cuernos, y para ello cuenta con una vicepresidencia específica: Demografía y Democracia, al frente de la cual ha colocado a la croata Dubravka Šuica.
La tesis sería que, si en la Europa del siglo XXI hay sitios a los que no llegan determinados servicios básicos, o si muchas familias tienen difícil la conciliación, o no cuentan con ayuda estatal para procrear, o los mayores están desatendidos, ello puede terminar inspirando desconfianza en el sistema democrático y dar al traste con todo el proyecto.
“Aquellos que sienten que el progreso (…) los ha dejado atrás, son los más propensos a la desafección. Para muchos, la causa principal de esta tiene que ver más con el cambio demográfico que con las estructuras democráticas”, apunta Von der Leyen en una carta a Dubravka sobre los asuntos que debe abordar en su puesto, y en la que recuerda que dicho cambio afecta desde la economía hasta la atención sanitaria, la migración y el medio ambiente, e impacta en la posición de la Unión Europea en el mundo.
Por ello ha encomendado a la vicepresidenta varias tareas, de las que debe rendir cuenta en informes semestrales. Una de ellas es organizar la Conferencia sobre el Futuro de Europa, que durará dos años y que se articulará a partir de consultas telemáticas y presenciales a los ciudadanos, con sus quejas, sus aspiraciones y sus propuestas.

Asimismo, deberá trabajar con los gobiernos nacionales y locales en las regiones más relegadas, para atraer a ellas inversiones que mejoren las infraestructuras y el acceso a los servicios. Tendrá que evaluar la incidencia real que tienen los programas de protección social en la vida de las personas mayores, coordinar con las autoridades de cada país las vías para favorecer la conciliación entre vida laboral y familiar, y supervisar los trabajos del Child Guarantee, un mecanismo creado por el Parlamento Europeo, que trabajará para que cada niño en situación de pobreza tenga una educación y una atención sanitaria de calidad, una vivienda decente y una nutrición adecuada.
En el oeste, mal; en el este, muy mal
El panorama demográfico al que se asoma la nueva vicepresidencia es el de un bloque de países en que el número de nacimientos ha descendido de casi 8 millones al año en 1961, a apenas 5 millones en 2017, y en el que la población en edad laboral va cayendo: si en ese último año había siete personas en edad laboral por cada dos mayores de 65 años, en 2050 habrá apenas dos trabajadores por cada jubilado.
Las migraciones y la natalidad tienen y tendrán un peso concreto en esto, según los territorios. Por norma, en Europa occidental la llegada de inmigrantes de antiguas colonias o de países del este, ha cooperado –aunque de modo insuficiente– para compensar los nacimientos a la baja, pero los países del centro y el este del bloque comunitario que no fueron metrópolis y que muestran menores niveles de desarrollo, no son polos de atracción migratoria y lo tienen bastante más difícil. Porque además de que tradicionalmente no llegan los de afuera, los de casa se marchan en caravana hacia otros sitios con mayores estándares de bienestar.
De casi 8 millones de nacimientos en 1961, se ha pasado en la UE a apenas 5 millones en 2017
En cuanto a nacimientos, tampoco a quienes se quedan les entusiasma tener descendencia. Las tasas de fertilidad de los antiguos países comunistas están todas por debajo de la de reemplazo poblacional (2,1 hijos), a semejanza del resto de Europa (la media actual es de 1,59).
Pero es notable cómo, quizás como huella sociológica de la antigua ideología gobernante, en varios de estos países el recurso al aborto es más frecuente que en el oeste. Así, si en España y en el Reino Unido se verifican respectivamente 239 y 272 abortos por cada mil nacidos vivos, en Bulgaria son 380, mientras que en Hungría y Rumanía se contabilizan 327 y 359, en ese orden.
Los vietnamitas, al rescate
Los últimos países mencionados son un buen ejemplo del hoyo demográfico. Sobre el caso rumano, un artículo publicado por la Balkan Investigative Reporting Network, red que promueve la libertad de expresión y los valores democráticos en Europa oriental, refiere que, desde el derrocamiento del dictador Nicolae Ceaucescu en 1989, el país ha perdido casi cuatro millones de habitantes.
La falta de perspectivas laborales que siguió a la caída del comunismo impulsó a muchísimos jóvenes a marcharse al exterior, proceso que se acentuó en los 2000 con la entrada del país en la Unión Europea y la libre circulación de personas y bienes (España e Italia recibieron más de un millón de inmigrantes rumanos cada una). Según estadísticas del Banco Mundial, un 20,6% de la población rumana en edad laboral estaba fuera del país en 2017.
Pero con la mejoría de la situación económica en el país, se precisan cerebros y brazos que ahora escasean. Para paliarlo, Bucarest está facilitando la afluencia de trabajadores extranjeros: en 2019 incrementó a 30.000 el número de permisos de trabajo para los no comunitarios (los de la UE no lo necesitan), por lo que han estado llegando fundamentalmente chinos, turcos, vietnamitas, indios, nepalíes…
Un 20,6% de la población rumana en edad laboral estaba fuera del país en 2017
¿Infertilidad? El Estado se ocupa
También desde una capital al oeste de la frontera rumana, Budapest, han venido a aceptar –aunque a regañadientes– el comodín de la inmigración. Hungría tiene a 600.000 de sus nacionales de edad laboral (el 9% de la población activa) viviendo y trabajando en Alemania, Austria, Reino Unido…, y las perspectivas demográficas son malas: según la Oficina Central de Estadísticas, los 9,7 millones de húngaros pueden quedarse en apenas 6 millones en 2070 (la tasa de fertilidad está en 1,5 hijos).
Por ello, el país ha entreabierto las puertas, y ya en 2018 emitió permisos de trabajo a 50.000 extranjeros no comunitarios, mayormente de países no musulmanes. Pero no pierde de vista el tema de la natalidad. En palabras del presidente del Parlamento, un buen húngaro no es el que habla el idioma, sino “el que tiene tres o cuatro hijos, y nueve o 16 nietos”, por lo que el gobierno ha comprado seis clínicas de fertilidad para atender gratuitamente a unas 150.000 parejas que no han podido concebir.
Si cada una de ellas tiene un hijo, la despoblación ya no será un problema, apunta la secretaria de Familia, Katalin Novák. Mientras lo sea, el área de la fertilidad seguirá clasificando como “de importancia estratégica nacional”, y exigiendo prisas: el programa comenzó ya el 1 de febrero, justo a tiempo para que la vicepresidenta de la CE lo incluya en su primer informe semestral.
Que entre unos húngaros que no procrean, unos rumanos que se marchan y no vuelven, y unas aldeas españolas en las que no se oyen más que los portazos que da el viento, habrá reportes para rato.