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Un país de clase media descubre la desigualdad

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Japón: las crecientes diferencias económicas amenazan la cohesión interna de la sociedad
Ashiya. En Japón, como en cualquier país, siempre ha habido ricos. Pero por muchos años lo universalmente aceptado era que la sociedad japonesa estaba compuesta en su inmensa mayoría por gente de clase media. Este era el mundo ideal, donde el ser todos iguales constituía la fuerza y el orgullo nacional. Pero la implacable recesión económica está socavando este ideal, poniendo al descubierto una multitud de tensiones sociales que amenazan con remover la preciada -aunque más bien mítica- capa de igualdad.

Antes los pobres eran más bien aquellos pocos -generalmente vagabundos- que no querían trabajar. Ahora el creciente número de despidos, desempleo y quiebras se ve salpicado, por contraste, con el aumento vertiginoso de las fortunas de algunos, que han sabido adaptarse al nuevo mundo de los negocios y han logrado enriquecerse en poco tiempo. Otros, desprovistos de su fuente de ingresos, tienen que subsistir con la ya bastante menguada fortuna familiar, o bien recurrir a la beneficencia.

Hoy día es raro el lugar -y no solo en las grandes ciudades- donde no haya un grupo de homeless con carpas de hule como techo en parques y jardines, o habitando en cajas de cartón bajo los puentes. Otros, en cambio, compran apartamentos de lujo de varios millones de dólares en rascacielos, incluso antes de ser construidos, o pagan un millón de yenes por el último bolso de Hermes; y las marcas europeas de alta costura y accesorios de moda están continuamente abriendo nuevas tiendas en los mejores barrios de Tokio.

Los sociólogos dicen que la clase media se está reduciendo al compás de los fracasos económicos. La disparidad de los ingresos ha crecido en un 50% desde 1995 a 2000, después de una década de cambios mínimos. De modo que les preocupa las repercusiones que podrá traer esta desigualdad económica, que pone en peligro la cohesión interna de la sociedad

Una generación sin trabajo

Según datos oficiales hechos públicos el pasado 26 de abril, el desempleo durante el año fiscal 2001 alcanzó la cifra récord del 5,2%, con un total de 3,79 millones de trabajadores en paro. Pero, si se cuenta a los que ya no buscan empleo porque han abandonado la esperanza de encontrarlo y los trabajadores a tiempo parcial que pierden su empleo, la tasa alcanza fácilmente el 8,5%.

Los titulares de los periódicos lamentan a menudo las reducciones de personal cuando las grandes empresas despiden a empleados de 50 años de edad -con generosas indemnizaciones por cese-, pero prestan poca atención al reducido número de jóvenes que logran encontrar trabajo. El congelamiento de contratación de los jóvenes -especialmente de los graduados de enseñanza secundaria- está dejando sin trabajo a toda una generación.

«Los jóvenes pagan el precio de la recesión -dice Haruo Shimada, profesor de economía y asesor del gobierno en política social-. Hace veinte años los graduados de escuela secundaria podían encontrar trabajos estables a tiempo completo, bien remunerados». Hoy día, a la mayoría, no les queda más remedio que optar por trabajos temporales a tiempo parcial, con sueldos que no llegan a los 200.000 yenes mensuales (1.735 euros), y sin subsidio de paro.

Hace solo diez años, los recién graduados que buscaban trabajo podían elegir entre cuatro empleos. Desde entonces su número se ha reducido en cerca de 400.000, debido a la caída de la natalidad. Pero, a pesar de este descenso, ahora hay apenas un puesto por cada joven que desea trabajar. Este año el número de colocaciones se ha reducido al 75%. Las cifras oficiales dicen que el porcentaje más alto de desempleo (el 10,7%) afecta a los jóvenes, principalmente a los recién graduados. Y una encuesta llevada a cabo por una asociación de empresarios de Tokio entre 550 empresas miembros de la asociación, muestra que la mitad ha dejado de contratar a graduados de enseñanza secundaria. Es frecuente que esos trabajos, que suelen ser manuales, los ocupen ahora los universitarios.

A todo esto, añade el economista Shimada, «cuando la economía estaba en pleno auge, hace diez años, la industria japonesa tenía dificultades para conseguir empleados jóvenes, por lo que buscó solucionar el problema contratando a obreros extranjeros. Ahora la sociedad japonesa está pagando las consecuencias de no haber puesto los medios para preparar debidamente a la juventud obrera».

Crecerá la brecha entre ricos y pobres

Bastantes de esos jóvenes, rebelándose contra el asfixiante conformismo de sus mayores, adoptaron el estilo de vida del freeter, como se denomina a los que prefieren elegir libremente un trabajo a tiempo parcial, en vez de someterse a las exigencias de tiempo completo en las empresas (ver servicios 161/00 y 123/01). Pero cada vez más los miembros de este fenomenal ejército de freeters -que los expertos estiman ya en más de dos millones- se van dando cuenta de que el freeterism no es más que una trampa azucarada que sirve para reducir salarios y cortar beneficios a las nuevas generaciones.

El gobierno ha empezado a poner en práctica en algunos municipios y gobiernos locales un cierto reparto del trabajo, reduciendo las horas extra de los funcionarios, para financiar así puestos de trabajo para los parados. Se trata de una medida interesante para evitar resentimientos generacionales, pero de difícil realización a gran escala.

A pesar de estos esfuerzos, la brecha de la riqueza generacional está destinada a crecer cada vez más. Dos tercios de los ahorros de la nación (lo que equivale a unos 870 billones de yenes) están en manos de los mayores de 60 años, mientras que muchos jóvenes no pueden casarse o no quieren tener hijos, porque no pueden afrontar los gastos que esto representaría.

Por otra parte, dentro de 20 años los jóvenes de hoy tendrán que soportar una pesada carga demográfica, cuando la proporción entre activos y retirados sea aproximadamente de 2 a 1. Desde el punto de vista económico todo esto supondrá un problema importante para las nuevas generaciones, en lo que se refiere a la financiación del sistema médico y de pensiones para los viejos, a través de impuestos y primas de seguros. Actualmente cuatro trabajadores sostienen a una persona de edad avanzada.

Incongruencias del sistema social

Hoy en día los asalariados contribuyen con el 17,5% de su sueldo para estos menesteres, pero la proyección del Instituto señala que en su momento álgido esa contribución subirá a más del 30% de los ingresos mensuales.

Ahora el total anual de gastos médicos para los mayores de 70 años asciende a 11 billones de yenes anuales, pero según el Ministerio de Trabajo, si continúa el presente sistema, los gastos para este grupo de edad alcanzarán los 45 billones en el año fiscal 2025. «Si no se hace una provisión de fondos para el futuro, el sistema no podrá sobrevivir -dice Yasuhiko Yamasaki, especialista en seguridad social, de Sophia University (Tokio)-. Sería mejor aumentar cuanto antes el nivel de cotizaciones, para asegurar cierto nivel de reserva de capital para el sistema de pensión público, en vez de dejar estos aumentos para la siguiente generación».

Por otra parte, Nobuko Nagase, experta en economía laboral, hace notar que en el futuro habrá cada vez más gente sin hijos que al jubilarse recibirá pensiones como «regalo» de la generación siguiente. «Además, al ser más fácil seguir trabajando cuando no hay hijos, su salario aumentará más que el de los que deban interrumpir el trabajo para dedicar tiempo al cuidado de los hijos y, por lo tanto, las pensiones que estos recibirán en su vejez serán también más bajas. Esto le lleva a uno a pensar en la incongruencia del sistema, que penaliza a aquellos que nutren a la nueva generación. El sistema de seguridad social es demasiado parcial a favor de los viejos».

El lujo de casarse

Según el último censo nacional, realizado en el año 2000, la población productiva (entre los 15 y 64 años de edad) es de casi 86 millones: un millón menos que en el censo anterior de 1995. Se trata del primer descenso registrado desde que se empezó a tomar estos datos.

La cifra de 2000 representa el 68% de la población, pero según las proyecciones del Instituto Nacional de Estudios de Población, en 2050 esa proporción bajará al 54%. Por otra parte, con el continuado descenso de la natalidad, el país necesitará enfrentarse con el problema de falta de mano de obra y, como indica Fukumitsu Kimura, director del Mitsubishi Research Institute Inc., la escasez de trabajadores significará una disminución del número de consumidores, por lo que existe también la posibilidad de que esto, a su vez, provoque un mayor desempleo. «Al crecer la productividad, crecen también los ingresos, se mantiene el empleo y aumenta el consumo. El problema está en buscar la forma de promover esto de forma inteligente en la práctica, y ver si es posible pasar de una sociedad de producción masiva a una de producción más reducida, pero a precios más altos».

En relación con el rápido descenso del índice de fecundidad en la segunda mitad de la década de los 90, el ministerio dice que ha coincidido con la recesión después de reventar la burbuja económica. Por lo tanto es necesario estudiar si se trata de algo coyuntural, debido a las circunstancias adversas de la economía, o de un declive duradero.

Nobuko Nagase subraya las dificultades de los jóvenes matrimonios para conciliar trabajo y familia. «Las guarderías infantiles, jardines de infancia, etc., son totalmente inadecuados y no se adaptan a los horarios de trabajo de las madres».

Los solteros (ellas y ellos) de treinta y tantos años refuerzan esta opinión. Una empleada de 34 años dice que las mujeres tendrían hijos si los hombres cambiaran. «Entre los hombres que conozco no hay ninguno a quien podría pedir ayuda para la crianza de los hijos, o para las tareas del hogar». Por otra parte, un ejecutivo de 30 años, expresando el sentir de muchos, dice: «No puedo pensar en casarme por ahora, porque mi trabajo no me deja ningún tiempo libre. Con los hijos vienen nuevas responsabilidades, por lo que en mi opinión sería muy duro tenerlos, a no ser que dispusiera de suficiente tiempo y dinero».

La reforma es incómoda

El pasado 26 de abril se cumplió un año del nuevo gobierno del primer ministro Junichiro Koizumi, que llegó al poder con la promesa de reformar la economía del país, cortar los despilfarros, liberalizar los monopolios estatales, racionalizar instituciones públicas ineficientes, etc. Cuando el 21 de junio de 2001 su gabinete dio a conocer su programa de reforma, la aprobación popular alcanzó el 88%.

Justo un año después, y aunque Koizumi sigue afirmando con fuerza su resolución de cambiar las estructuras existentes, la aprobación popular de su política -después de varios escándalos dentro y fuera del partido y de la ausencia de resultados- ha bajado al 44,8%.

El subsecretario del gabinete Shinzo Abe, uno de los principales asesores de Koizumi, defiende la política del gobierno: «Solo ha pasado un año desde que empezó el esfuerzo de reforma, por lo que no se ha llegado todavía a la etapa en que se pueden ver los resultados. Ahora estamos en el período más difícil».

Mientras tanto, los laboriosos intentos de resucitar la economía tienen perplejos a muchos observadores. Los fallos son evidentes: el índice de crecimiento más bajo del mundo industrializado, el creciente desempleo, el aumento de créditos incobrables y el históricamente alto nivel de quiebras. Sin embargo, el cambio es prácticamente inapreciable. ¿Cómo puede un país tolerar esta situación? La explicación es compleja, pero la respuesta más convincente es la que da Edward J. Lincoln en su reciente libro Arthritic Japan: The Slow Pace of Economic Reform. Su conclusión, llamativamente simple, dice en resumen: Japón es demasiado rico para sentir el dolor. Sus ciudadanos, o se sienten demasiado cómodos o tienen miedo a lo desconocido, para abrazar la reforma.

Intereses creados

Lincoln es un experto en economía japonesa, que hace sus juicios desde la atalaya del prestigioso think tank Brookings Institute, de Washington. Ha publicado varios libros sobre la economía de Japón y el papel que desempeña el país en el mundo. En su estudio dice que «Japón no volverá al crecimiento económico sostenido mientras la liberalización no dé vía libre a la inversión en industrias que se sienten constreñidas por la reglamentación gubernamental». Señala también como uno de los obstáculos principales a la reforma, la variedad de intereses creados, que equivalen a más de la mitad de la economía. «La mayoría de los japoneses adultos pertenecen a uno o varios grupos en la sociedad, que corren el riesgo de perder con una reforma importante del sistema. Esa amplitud de intereses creados representa un factor poderoso de freno a una reforma real».

Otro factor, quizás más importante todavía, es la falta general de percepción de la necesidad de cambio: «Para la gran mayoría de los japoneses la vida sigue siendo bastante cómoda, y los problemas son algo que leen en la prensa o ven en la televisión». Conclusión: no se siente la necesidad de impulsar a fondo la reforma, especialmente cuando muchos creen todavía en el valor del sistema existente. Los japoneses están orgullosos de los éxitos alcanzados y del sistema que los ha producido.

Lo nuevo hoy día no son las diferencias de clases, sino la actitud ante esas diferencias. Toshiki Sato, profesor de universidad y autor de un popular libro sobre las crecientes desigualdades en la vida de los japoneses, dice que en el pasado las diferencias económicas estaban más subsumidas en el mito de la igualdad. Las desigualdades entre ricos y pobres, que siempre ha habido, eran relativizadas pensando que todos se beneficiaban de alguna manera con una economía floreciente. Últimamente la gente muestra sus éxitos económicos más abiertamente, aunque se consideren como de clase media elevada. Todo esto representa realmente un cambio. Pero muchos economistas están de acuerdo en que simplemente Japón se está convirtiendo en un país normal y como afirma Jesper Koll, economista jefe de Merrill Lynch Japan Securities Co., «la ironía es que en la historia de Japón el período anormal fue de 1964 a 2000».

«De luxe» a toda costa

Apesar de la depresión económica, los consumidores japoneses siguen con su pasión por los artículos de lujo, especialmente si proceden de firmas europeas prestigiosas. En respuesta a la continuada demanda, estas empresas están abriendo tiendas bandera con un surtido de productos más abundante del que se puede encontrar en los grandes almacenes japoneses y -esto es importante- donde los clientes pueden disfrutar de la atmósfera y de los servicios de las tiendas de productos de marca europeos.

En junio del año pasado Hermes abrió una nueva tienda de 6.040 metros cuadrados en el centro de Ginza, unos de los barrios comerciales más selectos de Tokio. Entre abril y diciembre de 2001 Armani, Gucci y Cartier también abrieron o ampliaron tiendas en Tokio y otras ciudades. Este año les ha tocado el turno a Bulgari, Louis Vuitton, Christian Dior y Prada; y en 2003 tienen planes de abrir o ampliar otras Ferragamo y el conglomerado LVMH Moet Hennessy Louis Vuitton.

Matthieu Rosset, analista de Crédit Lyonnais Securities Europe, estima que más del 50% de las ventas de Louis Vuitton y más del 40% de las de Hermes y Gucci se hacen a clientes japoneses tanto en Japón como en otros países, y predice que el agresivo marketing de los productos de lujo europeos en Tokio obtendrá beneficios.

El mercado más prometedor de última hora en Japón está dirigido a niñas de 9 a 15 años de edad, con una serie de promociones de ropas de marca, desfiles de modas, cosméticos y clases de maquillaje en todo el país.

Publicistas y firmas de ropa que tratan de satisfacer a las chicas jóvenes dicen que escuchar a esta clientela es la clave del éxito. «Las adolescentes simplemente quieren ser elegantes y monas con un poco de apariencia de mujer, pero hasta ahora eran tratadas como niñas y había pocos tipos de ropa y otros artículos dirigidos a esta edad», dice Kazuhide Miyamoto, editor jefe de Nicola, una revista de moda que ha ayudado sensiblemente a promover este nuevo boom. Por otra parte, las adolescentes tienden a cambios rápidos tanto mentales como físicos, lo que hace difícil a los fabricantes ofrecer algo que se adapte a sus gustos. «Esta es la razón por la que pensé que teníamos que acercarnos a esas chicas y comprender lo que quieren», dice Yuzo Narumiya, presidente de la firma de moda Narumiya International Ltd. La estrategia ha dado buenos resultados y sus marcas atraen una gran clientela.

Por supuesto las chicas de esas edades no pueden hacer mucho sin la ayuda de sus madres, que tienen entre 35 y 40 años, y que no se lo piensan dos veces para ir de compras con sus hijas. Estas madres quieren que sus hijas disfruten como ellas lo hicieron en los años 80, sin reparar demasiado en los precios con tal que sus hijas estén contentas. Naoko Odaka, investigadora del Dentsu Institute for Human Studies, opina que «los padres de otras generaciones mostraban su autoridad influyendo sobre la manera en que sus hijos gastaban el dinero, pero esta generación no tiene tal autoridad sobre sus hijos y ni siquiera desean tenerla».

Antonio Mélich

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