Kenia está al borde de la hambruna

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Nairobi. En África oriental estamos acostumbrados a largos periodos de tiempo seco, pero el clima no parece haber recuperado la normalidad desde las inundaciones causadas por la corriente de El Niño en 1998. Las últimas lluvias apreciables cayeron en mayo de 2005, y fueron muy escasas. En más de las tres cuartas partes de Kenia -la costa, el este y el noreste- no se espera nuevas lluvias hasta noviembre próximo, y ya hay carestía de alimentos.

En Kenia (33 millones de habitantes), se estima que la falta de comida afecta al 10% de la población. Unos 2,5 millones de personas dependen de la ayuda alimentaria para sobrevivir, situación en que se encuentran también otros 2 millones en Etiopía y 1,5 millones en Yibuti (sin contar los 5 millones de etíopes y somalíes que ya recibían ayuda a raíz de crisis anteriores).

El gobierno keniano, que ha declarado una catástrofe nacional, dice que necesita 140 millones de dólares para satisfacer las necesidades inmediatas. Alegando que solo puede reunir 28 millones, ha hecho un llamamiento urgente para que los donantes aporten el resto. Es fuerte el contraste con lo que ocurrió hace veinte años, cuando en el África oriental hubo una sequía peor que la de ahora y Etiopía sufrió una espantosa hambruna, mientras Kenia logró alimentar a su población aun en las zonas más remotas y más afectadas. ¿Cómo Kenia ha podido caer desprevenida esta vez, sin poner remedio hasta que ha sido, quizá, demasiado tarde?

En los años setenta y ochenta, Kenia exportaba muy diversos productos agrícolas: maíz, trigo, azúcar, arroz, leche… sin contar hojas de té y granos de café sin elaborar. Hoy el principal sector exportador es la horticultura. Pero el cultivo de flores para el mercado europeo exige unas inversiones que están al alcance de muy pocos, y por lo demás, los beneficios que reporta van, en gran parte, al extranjero.

Factores que deprimen la agriculura

Además, varios factores han deprimido la producción agrícola. Primero, se siguen empleando los métodos de cultivo tradicionales, que dan poco rendimiento; la mayoría de los agricultores no tienen recursos para adquirir abonos ni maquinaria. A esto se añade la continua división de las tierras familiares entre los hijos, hasta llegar a parcelas tan pequeñas que apenas dan para vivir. Esto ocurre en el interior del país; en la costa abundan los latifundios desatendidos por dueños ausentes, mientras la gente de la zona no tiene tierra que cultivar. Además, los agricultores están desmotivados por la baja rentabilidad que obtienen, en parte por el exceso de intermediarios entre ellos y los mercados, y en los últimos años por la importación de alimentos baratos, negocio que suele estar controlado por políticos.

Si la agricultura keniana no atraviesa un buen momento, a la vez resulta claro que las autoridades no reaccionaron a tiempo, cuando el servicio meteorológico dio la primera señal de alarma, y tampoco cuando, al faltar casi por completo las lluvias de noviembre de 2004, se pudieron prever malas cosechas al año siguiente. En junio de 2005, el Regional Centre for Mapping of Resources for Development, organismo internacional creado por la Comisión Económica de la ONU para África, dio otro aviso, y ni siquiera entonces el gobierno hizo aprovisionamiento de reservas de alimentos ni tomó otras medidas preventivas.

Declarada la crisis, la distribución de la ayuda alimentaria ha sido deficiente. Según un cálculo, entre septiembre de 2004 y el mismo mes del año siguiente, el gobierno solo consiguió entregar un poco menos de la mitad de los alimentos que necesitaba la población afectada.

Las consecuencias de la sequía se harán notar durante mucho tiempo, por los efectos en la salud y en la educación, y por tanto en la productividad. La actual emergencia está consumiendo recursos que se habrían de destinar a infraestructuras y otras inversiones necesarias para el desarrollo del país. La movilización de donantes, nacionales y extranjeros, y otras medidas extraordinarias prometidas por el gobierno, por ejemplo para asegurar la alimentación de los escolares, podrán aliviar el daño a corto plazo.

Pero recuperar la seguridad alimentaria exige revitalizar la agricultura. Entre otras cosas, es necesario facilitar el acceso al agua de riego. En las regiones secas se podrían perforar más pozos. Habría que anular el Tratado del Nilo, una reliquia de la época colonial que, a fin de garantizar a Egipto el caudal del río, impide a Kenia extraer agua del lago Victoria.

Los agricultores, por su parte, tienen que cambiar de actitud, y no quedarse esperando a que les llegue ayuda del gobierno o de las ONG. Deberían imitar la capacidad de iniciativa de algunos misioneros, que en partes muy secas del país han sabido aprovechar la poca agua disponible para cultivar frutas tropicales. Pero hasta ahora pocos campesinos han seguido este ejemplo.

Martyn Drakard

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