Dos culturas, y dos prácticas degradantes para la mujer

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El National Post de Canadá publicaba recientemente un artículo en el que una egipcia, Mona Eltahawy, escribía sobre la difundida práctica de la mutilación genital femenina (MGF) en su país. En el mismo número, Jen Gerson escribía un artículo en que lamentaba los obstáculos al acceso al aborto en Canadá y la necesidad de incrementar los abortos químicos. Curiosamente, una práctica cultural alcanza una dimensión horrorosa porque lo que más importa es la “pureza” femenina, mientras que otra práctica cultural adquiere una dimensión espantosa porque lo más importante es la liberación sexual.


Una versión de este artículo se publicó en el servicio impreso 12/15

De un modo u otro, los verdaderos intereses de la mujer quedan subordinados a la cultura dominante…

Un acuerdo tácito

Para perpetuar estas prácticas se precisa un acuerdo tácito que no tenga en cuenta las consecuencias, no solo para la mujer, sino para el hijo que pudiera engendrar, y no digamos para el ya concebido… En unos casos, es la deliberada tergiversación de las estadísticas o de las investigaciones. En otros, son los casos conocidos lo que la aldea prefiere ignorar. En cualquier aldea, cerrar los ojos tiene su “recompensa”.

En países en los que se practica la MGF, esta se aplica para asegurar la pureza de la chica hasta que llega a la edad en que puede contraer matrimonio. Un criterio que es fuertemente respaldado por las madres, los padres, los hermanos y las hermanas, así como por los futuros esposos. UNICEF estima que unos 130 millones de mujeres en todo el mundo se han visto sometidas a este procedimiento médicamente innecesario, pero culturalmente requerido. Son las madres quienes acompañan a sus hijas a estas cámaras de tortura. No falta el apoyo para acompañar a la chica cuando es el momento. ¿De qué otro modo podría la aldea mantener la pureza de sus hijas?

Para perpetuar estas prácticas se precisa un acuerdo tácito que no tenga en cuenta las consecuencias, no solo para la mujer, sino para el hijo que pudiera concebir o ya concebido

En los países donde se practica el aborto, se aplica para asegurar que la libertad sexual de la chica, tan esencial para los hombres de la aldea, tenga las mínimas consecuencias. (…) Como la MGF, el aborto es médicamente innecesario, pero necesario en términos culturales, si los adultos no quieren ver limitada su vida. A menudo hay un abrumador apoyo al procedimiento dentro de la familia: el padre, la madre, así como el novio o el esposo. ¿De qué otra manera puede la aldea garantizar la igualdad sexual de sus hijas?

Efectos secundarios

La MGF haría que cualquier mujer occidental se horrorizara, pero los efectos secundarios son igualmente terribles. Hay claras pruebas de que aumenta la probabilidad de tener complicados y peligrosos partos. Según un estudio de la OMS publicado en The Lancet en 2006, se trata de: “Graves complicaciones durante el parto que implican la necesidad de practicar una cesárea, con un sangrado peligroso tras el nacimiento del bebé, y con una prolongada hospitalización tras el procedimiento. El estudio mostró que el grado de las complicaciones aumentaba según la extensión y la gravedad de la MGF”. (…)

Nótese que el énfasis se sigue poniendo en la madre, en las mujeres. También se descubrió que sus bebés tenían más probabilidad de morir, pero eso no le preocupa a la aldea. La preocupación es sobre la pureza sexual de la mujer.

El aborto como práctica frecuente y común escandaliza a muchas mujeres en África y Oriente Medio. Las consecuencias son también muy arriesgadas. Un estudio patrocinado por el Colegio de Médicos y Cirujanos de Ontario concluyó que las mujeres que se habían sometido a abortos presentaban (…) una frecuencia de hospitalización por problemas psiquiátricos cuatro veces mayor. El estudio de Ontario comparaba a mujeres que habían recurrido al aborto con otras que nunca lo habían hecho. (…)

Bajo el pretexto de proteger la pureza sexual de las mujeres o su libertad sexual, la mujer tiene que conformarse a los valores del entorno social

En 2011, el British Journal of Psychiatry publicó un metaanálisis sobre los riesgos del aborto para la salud mental: en el 81% de las mujeres que habían abortado se hallaba un incremento del riesgo de padecer problemas mentales, mientras que el riesgo de intento de suicidio se disparaba en ellas un 155%. Un 10% de la incidencia de enfermedades mentales podía ser directamente atribuible al aborto.

Del niño no se habla

En Canadá, los defensores de la libertad sexual están propugnando un acceso más fácil al aborto a través de métodos químicos como la píldora RU 486. Los graves riesgos asociados a este fármaco no disuaden a los cruzados de la igualdad, aunque algunas feministas están pidiendo a estos zelotes que piensen en las mujeres. Renata Klein, Janice G. Raymond y Lynette J. Dumble, todas pro-abortistas, han publicado una dura advertencia sobre la RU 486, y en Misconceptions, Myths and Morals repasan los devastadores resultados de tomar ese coctel químico.

Las autoras desaconsejan fuertemente que las mujeres tomen ese combinado de fármacos en la privacidad de sus hogares, precisamente por la probabilidad de una hemorragia o una infección. Tales riesgos se amplifican en comunidades aisladas. La mujer a la que se le ofrece el producto porque le es difícil acceder a un médico, estará en peligro si le sobrevienen complicaciones, por la misma falta de acceso a un médico. (…)

Es triste, pero ni los custodios de la pureza femenina ni los abogados de la autonomía sexual de las mujeres sienten la necesidad de hablar del hijo: del hijo que la mujer desea, o del hijo que aparentemente la mujer no desea.

Así pues, la aldea corre un velo sobre los horrores, porque la cultura es lo que cuenta, no la dignidad individual de la mujer ni su bienestar. Bajo el pretexto de proteger la pureza sexual de las mujeres o su libertad sexual, el hombre halla vía libre para el sexo. Es la mujer la que tiene que conformarse a los valores de la aldea o arriesgarse a ser desvalorizada. Ningún tipo de aldea se preocupa mucho por ella, y aún menos por ningún niño que pueda ser sacrificado.

Johanne Brownrigg es canadiense,
activa en el movimiento pro vida.

Este artículo se publicó originalmente en

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