Ambiciones y realidades de la Agenda 2030

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Que todos tengan servicios de agua potable y saneamiento es uno de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (CC PichaZaPompy)

Que todos tengan servicios de agua potable y saneamiento es uno de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (CC PichaZaPompy)

“Un plan común para la paz y la prosperidad de las personas y del planeta, ahora y en el futuro”. Así se definen los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) propuestos por la ONU para el periodo 2015-2030. La iniciativa, conocida como Agenda 2030, es un programa muy ambicioso y no exento de controversias. Transcurrida ya la mitad del plazo fijado, se puede intentar un primer balance, para ver si el programa lleva camino de cumplirse.

La ONU ya tuvo un plan para los anteriores quince años (2000-2015): los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM). Los actuales ODS son sus sucesores, aprobados por la Asamblea General en septiembre de 2015, con el asentimiento de los 193 países representados. También se definieron metas específicas para cada ODS e indicadores que permitan medir el progreso.

No es que los ODM hubiesen quedado superados. De 17 metas cuantificables, se alcanzaron solamente 5: reducir a la mitad la pobreza extrema (bajó del 47% de la población al 14%), eliminar la disparidad de sexos en todos los niveles educativos (se llegó a 98-103 alumnas por 100 alumnos), que los casos de malaria dejasen de aumentar, y lo mismo los de tuberculosis, y dejar en la mitad la proporción de personas sin acceso a agua potable (la disminución fue del 25% al 9%).

No se alcanzaron las otras metas, pero hubo mejoras importantes en reducción del hambre, de la mortalidad materna y de la mortalidad infantil; en escolarización en primaria; en disminución de nuevos casos de sida y tratamiento de los seropositivos; en atención a las madres gestantes y en uso de anticonceptivos, cosa que en los documentos de la ONU también forma parte de la salud reproductiva; en acceso a saneamiento.

Ya antes de que se supiera si los ODM se alcanzarían o no, en la Conferencia de Desarrollo Sostenible (Río de Janeiro, 2012) –conocida como Río +20 en referencia a la Cumbre de la Tierra celebrada en la misma ciudad en 1992–, la ONU decidió fijar nuevas metas para el periodo siguiente. En la lista aprobada luego, en 2015, se optó por el “más difícil todavía” y se ampliaron los objetivos: de 8 ODM se pasó a 17 ODS, con 169 metas específicas en total. A cada meta corresponden uno o más indicadores para medir los avances, hasta casi 250.

Los ODS y las metas específicas abarcan gran número de aspectos del progreso material y social, desde necesidades humanas básicas –no pobreza (ODS 1), alimentación (ODS 2), salud (ODS 3), educación (ODS 4)– hasta elevadas aspiraciones de concordia y justicia, como “promover sociedades pacíficas e inclusivas” (ODS 16). La sostenibilidad está presente sobre todo en los seis objetivos más directamente relacionados con la ecología (ODS 6-7 y 12-15): protección de la naturaleza, gestión de los recursos, energía, cambio climático, consumo…

 

Ambición

La Agenda 2030 marca resultados ambiciosos, incluidos ODM no alcanzados, como reducir la mortalidad materna. Se vuelve a proponer que todos los niños del mundo completen la enseñanza primaria (un ODM que no se logró por poco, pues se ha superado el 90%), pero se añade lo mismo para la secundaria (meta 4.1), cosa que queda muy lejos aún.

Algunos objetivos son no ya ambiciosos, sino absolutos. Por ejemplo, se insta a erradicar la pobreza (ODS 1); la malnutrición (meta 2.2); las epidemias de sida, tuberculosis y malaria (meta 3.3.); toda forma de violencia contra la mujer (meta 5.2)… y también a asegurar el pleno empleo y un trabajo digno para todos (meta 8.5).

Otras metas son genéricas, como la 12.7, sobre los contratos de suministros para las administraciones públicas: “Promover prácticas de adquisición pública que sean sostenibles, de conformidad con las políticas y prioridades nacionales”. Las hay que parecen un brindis al sol: “Asegurar que todos los estudiantes adquieren los conocimientos y aptitudes necesarias para promover el desarrollo sostenible, a través de medios como una educación para el desarrollo sostenible y para estilos de vida sostenibles, así como para los derechos humanos, la igualdad de género, la promoción de una cultura de paz y no violencia, la ciudadanía global y el aprecio por la diversidad cultural y por la contribución de la cultura al desarrollo sostenible” (4.7).

Demasiadas metas

A las metas de la Agenda 2030 se han dirigido distintas críticas. La primera es que son demasiadas. Un número tan grande dificulta la coordinación y favorece la dispersión de las energías.

Entre las 169 metas de desarrollo propuestas para 2030 se dan sinergias, pero también conflictos

Contra esa objeción se aduce que los ODS están interrelacionados, de suerte que los distintos esfuerzos que se emplean en alcanzarlos crean sinergias, y así, impulsar uno contribuye al avance en los demás. Por ejemplo, la acción para paliar el cambio climático y sus consecuencias (ODS 13) favorece la salud (ODS 3) y se entrelaza con la promoción de fuentes de energía sostenible (ODS 7) y con la adopción de pautas sostenibles de producción y consumo (ODS 12).

En la práctica, señalan los críticos, se cumple el refrán: quien mucho abarca, poco aprieta. Como los recursos son limitados, hay que concentrarlos en lo más urgente, básico o productivo; pero la Agenda 2030 no establece una jerarquía clara de objetivos.

Además, la intención original era más bien otra. El documento final de Río +20, titulado El futuro que queremos, dispuso que los ODS debían “ser concisos y fáciles de comunicar, limitados en su número y ambiciosos” (§ 247). Que el resultado, en cambio, haya sido tan prolijo se explica, en buena parte, por el procedimiento con que se seleccionaron los ODS. Río +20 ordenó que se constituyera un grupo de trabajo compuesto por representantes de los Estados miembros: 70 en total, de los cinco continentes, escogidos entre países en desarrollo (PED) y países desarrollados. El grupo debía oír a las ONG con estatuto consultivo en la ONU y las opiniones de particulares recogidas a través de una encuesta online.

El método de trabajo elegido no podía sino hacer de las sesiones del grupo, en expresión de The Economist, “un masivo rifirrafe diplomático” en el que cada cual intentaba colocar sus metas. Y como el grupo adoptaba las decisiones por consenso, se acababan aceptando prácticamente todas. Al final, en 2014, el grupo de trabajo presentó su propuesta: los 17 objetivos y 169 metas que la Asamblea General aprobó el año siguiente.

Conflictos entre metas

La abundancia y diversidad de metas hace que entre ellas se den, aparte de sinergias, conflictos. Los señala un trabajo de Fortunate Machingura y Steven Lally publicado en 2017 por el Overseas Development Institute (The Sustainable Development Goals and their trade-offs). Por ejemplo, ¿cómo compaginar en los PED la expansión de la agricultura, para eliminar el hambre y la malnutrición (ODS 2), con el fin de la deforestación y la conservación de los ecosistemas terrestres (ODS 15), y con el crecimiento económico sostenido (ODS 8)? Las talas de los últimos años en la selva amazónica son una muestra de la dificultad. Los autores ven también problemas para conciliar crecimiento económico y reducción de la desigualdad (ODS 10) –como revela la experiencia de los últimos años–; promover la industrialización y la construcción de infraestructuras (ODS 9) con disminuir las emisiones de carbono (ODS 13) y la protección del medio ambiente (ODS 14 y 15); y en general, entre los objetivos económicos y los sociales.

Otro tema es quiénes han de impulsar los ODS. La Agenda 2030 pretende ir “más allá de la ayuda” y movilizar principalmente las energías de cada país. Así, define cuatro tipos de agentes a los que corresponde la iniciativa: los Estados, las administraciones públicas de niveles inferiores, las empresas y la sociedad civil. Esta descentralización, que en el diseño de la Agenda 2030 se presenta como una virtud, supone a la vez limitaciones que algunos han subrayado. En concreto, el punto débil es la coordinación, más aún puesto que la aplicación es voluntaria, y así los agentes la hacen según sus particulares intereses.

De todas formas, es dudoso que un programa tan amplio como los ODS se pueda ejecutar con planes decididos desde el vértice por medio de organismos internacionales.

Difíciles de medir

Una desventaja más de los ODS, en comparación con los ODM, es la mayor dificultad para medirlos. Hay, desde luego, bastantes con indicadores precisos: prevalencia de sida, tuberculosis y otras enfermedades (3.3.1-4); índices de pérdida y desperdicio de alimentos (12.3.1); tasas de paro (8.5.2); emisiones de gases de efecto invernadero (13.2.2)…

En otros casos, solo caben encuestas: proporción de mujeres que tienen satisfecha la demanda de anticonceptivos (indicador 3.7.1); tiempo empleado en trabajos domésticos (5.4.1); proporción de personas que dicen haber sufrido discriminación (10.3.1)…

Pero hay también metas indeterminadas. Más de 30 marcan reducciones o subidas “sustanciales” o “significativas”: del comercio ilícito de armas (16.4), de la contaminación de los mares (14.1), de la eficiencia en el uso de agua (6.4)… En otros casos, no está bien definida la magnitud que habría que medir para hallar el número o la proporción. ¿Cómo se identifican los “países que elaboran, adoptan o aplican políticas dirigidas a apoyar la transición al consumo y a la producción sostenible” (indicador 12.2.1)?

Y aunque todo se pudiera contar y pesar, otro problema es que faltan datos, sobre todo de los PED. Hay seria carestía de números con respecto a metas como disponibilidad de agua corriente y saneamiento (6.1-3), productividad y renta de los productores de alimentos a pequeña escala (2.3), etc. En el sitio SDG Tracker, que evalúa el progreso en los ODS a partir de la base de datos Our World in Data, de la Universidad de Oxford, hay un mapamundi para cada indicador, con los países coloreados según el grado de cumplimiento. Abundan los mapas con la mayor parte de la superficie rayada, para indicar que no hay datos.

¿Un nuevo orden mundial?

Además, la Agenda 2030 ha recibido críticas por sus planteamientos de fondo.

Desde el lado ecologista se le reprocha que los ODS no ponen el acento en la sostenibilidad, porque no dan prioridad al medio ambiente y proponen una visión economicista y materialista del desarrollo. En la obra colectiva The Political Impact of the Sustainable Development Goals (Cambridge University Press, 2022) se objeta que los ODS se basan en “la idea fija de que el crecimiento económico [ODS 8] es condición para plantar las bases del desarrollo sostenible”. En cambio, según los autores, frenar la degradación ambiental exige “limitar el crecimiento económico”. Además, dicen, los ODS pecan de individualismo, con su insistencia en los derechos antes que en los deberes; a lo que se podría añadir la atención prácticamente nula que conceden a la familia.

Otros críticos consideran la Agenda 2030 un plan de las élites progresistas occidentales para instaurar un nuevo orden mundial. En especial, señalan dos proyectos encubiertos que, según ellos, se quiere implantar mediante los ODS: la ideología de género y el control de la natalidad.

Los temas típicos de la ideología de género no aparecen en los ODS. No se menciona el género fluido o la transexualidad, y ni siquiera la orientación sexual. El término “género” se emplea para referirse a la igualdad entre mujeres y hombres, y en ese contexto equivale a “sexo”, que es la palabra que se usa la mayor parte de las veces. De ahí que, cuando se presentó el plan, una profesora británica que sigue estos temas afirmara: “Las metas de la ONU ignoran una vez más los derechos LGTB”.

Los Objetivos de Desarrollo Sostenible son una especie de cajón de sastre que se puede invocar en favor de fines muy diversos

En cambio, otros ven ahí un plan encubierto. Mateo Requesens, en su libro El gran secreto de la Agenda 2030 (2021), subraya “la insistencia de la ONU en utilizar el concepto igualdad de género y no el de ideología de género, con el único fin de camuflar las verdaderas intenciones de ingeniería social que pretende en su programa”. Concretamente, “en el nuevo orden mundial que pretende la Agenda 2030, hay que construir una sociedad en la que quede superado el concepto hombre/mujer”.

Control de la natalidad

Los recelos tienen más base en relación con el control de la natalidad y el aborto, aunque los ODS tampoco los mentan. Hablan de salud reproductiva y derechos reproductivos (metas 3.7 y 5.6), y al respecto remiten al Programa de Acción de la Conferencia sobre Población en El Cairo (1994): “En ningún caso se debe promover el aborto como método de planificación familiar” (§ 8.25).

Sin embargo, es sabido que, desde entonces, los términos “salud reproductiva” y “derechos reproductivos” han servido de justificación para campañas de difusión de anticonceptivos y de control de la natalidad, y para presionar por la legalización del aborto en países que no lo admiten. El Fondo de la ONU para Población, aunque oficialmente declara que no promueve la legalización del aborto en ningún país, de hecho defiende el acceso al aborto en sus publicaciones y programas de asistencia, con el pretexto que, diga lo que diga la ley, se practica, y hay que garantizar que se haga en condiciones seguras. También la Organización Mundial de la Salud reclama expresamente que se pueda abortar sin trabas, y para eso, incluso pide que se restrinja la objeción de conciencia.

Cajón de sastre

La cuestión es hasta qué punto la Agenda 2030 fomenta todo eso. Por una parte, la promoción del control de la natalidad y del aborto es muy anterior, y la Agenda 2030 no introduce novedades ni necesariamente supone un impulso significativo.

Por otra parte, la aplicación de los ODS depende de los planes nacionales que elaboren los países, y estos, en general, no hablan de control de natalidad ni de aborto cuando mencionan la salud reproductiva y los derechos reproductivos. Pero hay alguna excepción. El “SGDs Implementation Plan 2020-2030” de Nigeria, elaborado por un comité asesor de la Presidencia de la República, tiene un tono claramente malthusiano. A propósito de la erradicación de la pobreza, elogia el caso de China, que tuvo éxito, en gran parte –dice–, por implantar la limitación de nacimientos; así que propone imitarla en Nigeria. La diferencia está en que no sería una política del hijo único –como la adoptada por China en 1979 y ya abandonada–, sino de cuatro hijos (también en caso de poligamia, precisa: el máximo sería de cuatro hijos por marido).

En 2019, un informe de la ONU advertía que el mundo no llevaba camino de cumplir los Objetivos, y luego la pandemia provocó un retroceso general

El año pasado, el Gobierno nigeriano aprobó una nueva política demográfica, dirigida a bajar la tasa de fecundidad de 5,25 a 4 hijos por mujer, pero sin límites obligatorios, mediante la difusión de anticonceptivos. Sin embargo, esta medida no trae su origen en la Agenda 2030: es la actualización de la política anterior, vigente desde 2004.

En suma, los ODS son una especie de cajón de sastre que se puede invocar en favor de fines muy diversos: para la contracepción y el aborto, o para la natalidad (generalizar la asistencia de personal cualificado en los partos: indicador 3.1.2); para el pleno empleo (meta 8.5) o para el reconocimiento del trabajo doméstico no retribuido (meta 5.4). Por eso se presta a debates y a distintas interpretaciones. Y el contraste entre la letra de los documentos oficiales de la ONU y la práctica de algunas de sus agencias invita a leer entre líneas. Es revelador que no pocos artículos y libros críticos a los ODS apunten, desde los mismos títulos, a “qué hay detrás” o “qué esconde” la Agenda 2030.

Pocos progresos

En todo caso, se puede intentar ver si se está avanzando hacia el cumplimiento de los ODS, en la medida en que lo permiten los datos disponibles. Se pueden encontrar, entre otras fuentes, en el citado SDG Tracker; en el Global Sustainable Development Report (GSDR), cuadrienal, elaborado por el Foro Político de Alto Nivel, el organismo de seguimiento constituido por la ONU; y en el Global SDG Index and Dashboard Report, anual, publicado por la Fundación Bertelsmann y la Sustainable Development Solutions Network.

El último GSDR (2019) no era optimista: “El mundo no lleva camino de alcanzar la mayoría de las 169 metas”, y en algunas ha habido retroceso: igualdad económica, lucha contra el cambio climático, reducción de residuos. Y poco después se declaró la pandemia de covid-19, que causó un retraso general.

Esta es la situación en algunas metas destacables:

  • Eliminar la pobreza extrema (1.1): la tasa iba bajando hasta 2019, pero tuvo un repunte a causa de la pandemia (71 millones de personas más). No se alcanzará la meta: en 2030 la tasa estará en torno al 6%.
  • Eliminar el hambre y la inseguridad alimentaria (2.1): la tasa, casi el 9% de la población, permanece estable desde 2014, lo que en términos absolutos supone unos 60 millones de personas más desde entonces. Y la malnutrición severa, que también se trata de reducir a cero (2.2), ha subido del 8,3% al 9,7% entre 2014 y 2019.
  • Reducir la mortalidad materna mundial a menos de 70 por 100.000 nacidos vivos (3.1): la tasa actual lleva años estancada en más de 200.
  • Bajar la mortalidad infantil a menos de 25 por mil nacidos vivos (3.2): se ha logrado en más de 120 países, y otros 20 lo lograrán; pero la media mundial solo ha bajado del 42 al 38 por mil. El problema está en una cincuentena de países, en su mayoría africanos, que registran tasas en torno al 70 por mil.
  • Cobertura sanitaria universal (3.8): al paso que lleva, en 2030 estará en torno al 50%.
  • Acceso universal a electricidad (7.1) es ya realidad o poco menos en la mayor parte de los países; solo en algunos de Asia y en el África subsahariana, el acceso no llega al 80%.

De muchas otras metas no hay datos suficientes, y probablemente en 2030 no sabremos si se habrán cumplido. De otras, las indeterminadas, no lo sabremos nunca.

En general, según el citado estudio The Political Impact…, la Agenda 2030 no está cambiando el mundo. No se ve que se hayan destinado los recursos necesarios para alcanzar los ODS; sobre todo, la mayoría de los países continúan con sus políticas de desarrollo que tenían antes, y la “sostenibilidad” es, de hecho, poco más que una etiqueta.

Quizá era demasiado esperar que los Estados dieran un viraje drástico a sus políticas en 169 campos a la vez. Pero si en 2030 se han logrado avances importantes en unas pocas metas básicas en pobreza, alimentación, salud, educación… podrá decirse que ha mejorado la vida de millones de personas.

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