Se ha anunciado este libro póstumo de André Glucksmann (1937-2015) como el testamento intelectual que recoge, a partir de una rica interpretación del Cándido de Voltaire, sus principales convicciones. La conclusión es que, para el filósofo francés, el hombre contemporáneo ha dejado de pensar en la frágil condición de sus libertades y está narcotizado por un optimismo superficial que le hace hipócrita e intolerante.
El compromiso existencial de Glucksmann con la disidencia, su defensa del individuo contingente, crítico y suspicaz con toda manifestación de poder, es un rasgo destacable en todas sus obras. En ellas reivindicó los valores ilustrados pero sostuvo que cualquier intento de fundamentación puede ser opresivo. Esa es la gran aportación de Voltaire, más que su militancia anticlerical, pues disparó a todo aquel que afirmara estar en posesión de la verdad.
Hay mucha simpatía por el inconformista autor de Cándido, pero este ensayo no debe leerse como una reivindicación de su figura. Voltaire es el apoyo argumentativo para sacudir el buenismo de uno u otro signo que socava los resortes morales de Europa. La política europea, dice Glucksmann, carece de compromiso político con los valores que explican su nacimiento y que con tanto esfuerzo conquistó.
Los inmigrantes, los refugiados y la integración del diferente son los principales problemas europeos. La identidad del continente se decide en la acogida al extraño, en la tolerancia con quien, a pesar de lo que nos separa, comparte nuestra misma condición. El contraataque de Voltaire se dirige, apuntan estas páginas, contra el fanatismo de la complacencia y la seguridad que renuncia a defender al individuo humillado que llega a su orilla en busca de una existencia más digna.
Glucksmann es agresivo, feroz, irónico, pero también salvajemente independiente. Su prosa subversiva no teme el disenso y tampoco es apta para el matiz. Este testamento es un escrito de combate y, a pesar de las paradojas, denuncia el estrechamiento de los ideales occidentales. Como siempre hizo, también Glucksmann nos avisa ahora: corremos el peligro de que un nuevo totalitarismo sorprenda nuestra indiferencia.