La expresión “etsi Deus non daretur” no es tanto una afirmación atribuida a Hugo Grocio como un lugar común del pensamiento moderno que han ido suscribiendo filósofos y teólogos, como si la hipótesis de Dios fuera una rémora para el ejercicio de la razón. En este sentido, si por algo se caracterizaron las enseñanzas de Benedicto XVI, fue por sugerir que la fe era como un engranaje terapéutico que, además de inspirar la cultura, podía muy bien servir para ampliar y dilatar la racionalidad esquilmada –y herida– de los últimos siglos.
Por eso parece muy atinado el título de esta sustanciosa antología de textos de Ratzinger/Benedicto XVI editados, con esmero, por Ricardo Calleja, autor también de un estudio introductorio que contextualiza las aportaciones de aquel en el marco de la discusión cultural contemporánea. Los trabajos –de origen dispar, desde encíclicas hasta discursos o artículos teológicos– cuestionan muchos de los dogmas de hoy y no han perdido nada de actualidad. Por ejemplo, Benedicto desmontó la idea de que el respeto a la autonomía individual o la democracia exigían tanto renunciar a la verdad como disipar el horizonte ético de cariz universalista.
Ratzintger dio mucha importancia a la confluencia entre cristianismo y filosofía, frente a la tradición protestante que denunciaba la excesiva helenización del Evangelio. Sabía, a este respecto, que una de las peculiaridades del mensaje cristiano es su pulida razonabilidad; por ello está destinado a judíos y paganos. A todos. No sería exagerado afirmar que Ratzinger fue el principal soporte de la verdad de la fe durante tiempos especialmente críticos: había penetrado con tanta inteligencia en el resplandor de la revelación, que sabía diferenciar las amenazas realmente importantes de fenómenos pasajeros. Hoy, pues, no se puede pensar sobre el catolicismo sin tener en cuenta lo que él dijo.
En efecto, las capacidades intelectuales de Benedicto XVI, su acrisolada profundidad, le convierten en una referencia inexcusable para todo aquel que desee obtener un diagnóstico atinado de lo que sucede en la actualidad, desde el relativismo a la deriva woke. Su obra ha servido no solo para dar relevancia a la teología, sino también para dársela al creyente. Su interés por resaltar el necesario papel público de la religión, las diferencias entre la fe en Cristo y otras formas de espiritualidad o el vínculo entre la conciencia y el bien moral objetivo son algunas de sus principales aportaciones, como se refleja en los textos seleccionados para este libro.
A la luz de esta antología, cabe hacer tres consideraciones importantes. Por un lado, como se dice en la introducción, esta selección está hecha para pensar, lo que significa que se proponen textos claros –la claridad constituye una de las principales marcas del autor–, pero de insospechada hondura, lo que exige releerlos. Por otro, el destinatario de este libro no es el creyente –o no solo–, sino toda persona con inquietudes intelectuales que busque algo más que titulares de prensa.
En tercer y último lugar, es importante darse cuenta de que, en muchos de sus textos, Ratzinger animaba al creyente a asumir un mayor compromiso con la fe, sabiendo que el futuro de la Iglesia dependía del vigor espiritual de minorías creativas.
El recorrido de la obra es suficientemente completo, así que también sirve de introducción al pensamiento de un Papa que ha marcado, desde el punto de vista de la teología, un antes y un después. Se sabe que, siendo prefecto, muchas veces intentó retirarse y dedicarse al estudio, su principal pasión, quizá, junto con el piano. Si como pensador fue honesto y certero, como Pontífice llevó sobre sus cansados hombros la barca de Pedro en tiempo de zozobras. Aunque los medios no siempre fueron justos con él y se encargaron en repetidas ocasiones de zaherirle, en sus actitudes y, especialmente en sus escritos, se revela lo que siempre fue: un humilde buscador y defensor de la verdad.