Ventanas de Manhattan

Seix Barral.
Barcelona (2004).
382 págs. 19 €.

GÉNERO

Recupera Muñoz Molina en este nuevo libro la vena memorialística, como ya hiciera en Ardor guerrero, basado en su servicio militar, y en Sefarad, libro que incluía diferentes materiales narrativos. En esta ocasión, Muñoz Molina ha escrito sobre Nueva York, ciudad con la que desde hace años mantiene una frecuente relación y en la que vive una «perpetua celebración», pues se trata de una ciudad que «nunca cede a la rutina o el cansancio». Ventanas de Manhattan ha sido escrito después de una estancia de dos años, tiempo más que suficiente para conocer una ciudad desde la familiaridad, dejando a un lado interpretaciones turísticas e impresiones basadas en un primer impacto.

Muñoz Molina intenta en este libro atrapar su visión de una ciudad que se escapa por todos los lados. Podíamos decir que existen tantas Nueva York como visitantes recibe, pues cada quien destaca de esta poliédrica urbe aquellos aspectos que más tienen que ver con uno mismo. Muñoz Molina posee una vasta erudición, lo que le lleva a contar con las miradas de otros escritores como Truman Capote, John Cheever, Salinger, Nabokov… También tiene una destacada influencia el mundo del cine, la música -en especial, el jazz, tema recurrente en este libro- y la variada oferta cultural de una ciudad en continua efervescencia.

Muñoz Molina se implica directamente en el texto, huyendo de las descripciones objetivas y trasladando a estas páginas su visión personal, salpicada de reflexiones culturalistas. En el fondo, y es lo que busca, él es más protagonista que la propia ciudad, pues caminando, descubriendo rincones, viendo sus gentes y paisajes, contemplando aspectos sórdidos e inéditos, Muñoz Molina reflexiona sobre su propia vida y lo que le rodea: «Viajar sirve sobre todo para aprender sobre el país del que nos hemos marchado». Como en el resto de sus libros, no abundan los detalles íntimos y sí las digresiones, a las que tanta pasión se entrega este novelista, con un tono pedagógico que a veces cansa, pues estas observaciones restan frescura a un texto escrito de manera impecable, con abundantes frases impactantes («En Nueva York el tránsito de la belleza a la desolación sucede siempre expeditivamente») y buenos momentos narrativos, como cuando describe el ambiente que se creó en la ciudad tras los atentados contra las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001, que Muñoz Molina vivió en directo.

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