Una lectora poco común

Anagrama. Barcelona (2008). 119 págs. 20 €. Traducción: Jaime Zulaika.

TÍTULO ORIGINALThe Uncommon Reader

GÉNERO

Una bonita historia sobre los efectos saludables de la lectura. Si hay una persona que no puede permitirse tener hobbies, que no puede tener preferencias (por definición, excluyentes), que vive consagrada a hacer cosas, esa es la Reina de Inglaterra. Y sin embargo entra casualmente en una biblioteca ambulante y conoce a un lavaplatos de palacio con un libro en la mano. Él no se siente intimidado e inician una relación donde prima la sencillez y en la que el camarero la va conduciendo hacia el mundo de los libros. Cuando ya tiene cerca de los ochenta años descubre un nuevo placer y empieza a desarrollar un músculo del que hasta entonces había prescindido. Ha estado en todas partes y conocido a cuantos merece la pena conocer, y se afana en buscar justificación a ese reciente interés hacia lo que no son más que reflejos de la realidad.

Su nueva afición no es bien vista por su entorno, y menos sus preguntas sobre libros y sus intentos de que los demás también lean. Lo consideran una actividad egoísta, imposible de calificar como deber público. Ella lee y lee, consciente de que el tiempo se acaba, y nota cómo la lectura la va transformando en algo muy parecido a un ser humano, un ser de carne y hueso sustituye a la entelequia. Ahora se fija más en los otros y es capaz de prestar atención a los sentimientos de los que la rodean. De la lectura pasará a la escritura y esto llevará a un sorprendente final lleno de coherencia.

Bennett se aleja de la línea de sus dos anteriores novelas, caricaturas soeces de un humor zafio, con personajes egoístas e inmorales. En esta entretenida miniatura no aporta apenas ideas nuevas sobre la lectura, pero las muestra bien, con claridad y realismo. Es capaz en pocas páginas de definir bien a un personaje, su entorno y su evolución, y de elaborar una pieza didáctica sin menosprecio de la ficción, por muy apoyada que esté en un personaje bien real y conocido. El estilo es muy directo y hay pinceladas de humor fino por todas partes, algo tan proverbial en los buenos escritores ingleses como su ignorancia de cuanto ocurre fuera de su isla: con la excepción de Proust, sólo se habla de escritores en lengua inglesa.

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