El Drina es un río que nace en Montenegro, para fluir por Bosnia y desembocar en el Sava, afluente a su vez –en la misma capital de Serbia, Belgrado– del mítico Danubio. Es un río, pues, de vocación yugoslava. A no muchos kilómetros de Sarajevo y muy cerca de la frontera entre Bosnia-Herzegovina y Serbia, se alza la pequeña ciudad de Visegrad, de unos 4.000 habitantes, donde en el siglo XV se construyó un puente que es el orgullo de la región. El puente tiene una carga simbólica, pues unió el oriente con el occidente en aquella época en que los turcos dominaban gran parte de los Balcanes.
La elegancia y grandiosidad del puente ha quedado ya esculpida para siempre en esta novela del bosnio Ivo Andrić, premio Nobel de 1961. En ella se relata la construcción del puente y toda su agitada historia hasta el comienzo de la I Guerra Mundial, en que fue parcialmente destruido por el bombardeo serbio.
Cada capítulo está centrado en algún personaje representativo de tantos otros bosnios que asistieron como espectadores o tomaron parte activa en los combates, invasiones, cesiones territoriales pacíficas, que durante más de cuatro siglos se sucedieron en su relación, a menudo conflictiva, con los turcos, el imperio austro-húngaro, las incursiones serbias… Toda una encrucijada de idiomas, religiones, regímenes políticos, etnias que siguen todavía hoy muy lejos de encontrar una solución.
Andrić escribió esta novela, considerada como la más importante del autor, en 1945, y forma parte, con La señorita y Crónica de Travnik, de una trilogía que aborda la convivencia entre las diversas culturas y etnias. El puente adquiere para Andrić, y para el pueblo bosnio, el símbolo de unión, de lo que permanece y es orgullo de todos. Este argumento, emotivo y trascendente, está traspasado de sentido poético, de buenas descripciones, de personajes que convencen. El resultado es una magnífica novela llena de esperanza, que ayuda a entender esa tierra que acaba de ser escenario de una guerra cruel.
