Francesc Torralba es uno de los filósofos españoles más sugerentes y profundos de nuestro tiempo. Tiene una trayectoria consolidada, con aportaciones originales –como su noción de inteligencia espiritual–, siempre orientadas hacia la antropología y la filosofía de la religión. Quizá no sea tan mediático como otros, pero ha sido capaz de elaborar un pensamiento propio, con aportaciones muy interesantes y, sobre todo, mirando al largo plazo, no tanto al impacto inmediato.
Ahora aborda la experiencia humana del tiempo, lo que no es nada presuntuoso, sino más bien una vuelta a los temas más perennes de la filosofía. Para Torralba, la temporalidad sintetiza los grandes problemas de hoy, puesto que lo que denomina tecnocapitalismo altera la contingencia propia de lo humano. Así, nuestra experiencia del mundo se encuentra atravesada por el consumo y este da lugar, entre otras cosas, al activismo. El frenesí, la prisa, la sensación tan angustiosa de no contar con tiempo se han generalizado, mermando la naturaleza lúdica que poseemos.
Torralba escribe muy bien y salpica su texto de citas tan variadas como atinadas. Pone de manifiesto, además, las extensas repercusiones de esa mentalidad que, lo queramos o no, se adueña de todos: desde la precariedad e inseguridad en el ámbito laboral hasta la forma en que afecta a la fe la difusión de corrientes filosóficas, como el posthumanismo, o de actitudes nocivas, como el emotivismo o el narcisismo.
El acierto de estas reflexiones es doble: por un lado, reconducen muchos fenómenos aparentemente dispares a una misma fuente –la devastación de la experiencia humana de la temporalidad–; de otro, a medida que se desenreda la crítica, Torralba va abriendo caminos para salvarnos de la saturación de los cronómetros.
Siendo un libro de filosofía, su tempo, precisamente, es sosegado, tranquilizador; incluso podríamos decir que está pensado para paliar la ansiedad del lector. El filósofo catalán desea ubicar a este no en la dimensión de la perentoriedad y la urgencia, sino en ese horizonte en el que los segundos se adensan y poseen la solemnidad de lo eterno. Al final, Torralba resume su visión del tiempo en una serie de máximas, que parten de la idea de que la existencia es un don gratuito, que el ser humano es una criatura abierta a lo imprevisible y que la vida no tiene vuelta atrás. Un libro de mucha hondura e imprescindible para pensar con seriedad sobre nuestra condición humana.