Todo es silencio

Alfaguara. Madrid (2010). 245 págs. 18,50 €.

GÉNERO

Tras un brillante comienzo, donde destacan obras como Un millón de vacas (1990) y la colección de relatos ¿Qué me quieres, amor? (1996), la trayectoria literaria de Rivas se ha empantanado por su obsesión por utilizar la literatura con fines políticos. Esta desmedida politización ha rebajado la calidad estética de obras bien trabajadas, interesantes pero que caen en la fácil demagogia, como El lápiz del carpintero (1998) y Los libros arden mal (2006).

Todo es silencio está ambientada en la Galicia contemporánea y quiere mostrar el peso del contrabando en la vida de pequeñas localidades, donde ha creado una nueva escala social y hasta nuevos valores éticos. Tiene el acierto Rivas de no convertir el libro en un reportaje periodístico sobre un tema que se presta al cliché; para ello, carga la mano en el esmero por el lenguaje simbólico y poético y, a la vez, se esfuerza por construir unos personajes que partiendo de la realidad superen el estereotipo mediático del mundo del contrabando. Los riesgos de una novela de estas características eran evidentes y Rivas, consciente de ellos, los ha sorteado como ha podido.

La novela transcurre en Brétema -territorio mental y lugar psicogeográfico lo ha llamado el autor-, lugar inventado pero que reúne todos los ingredientes para que el contrabando se instale en la vida cotidiana de sus habitantes. Todos conocen lo que pasa, quiénes son los beneficiarios y quiénes son los que mandan, y, a la vez, nadie sabe nada de nada.

El patrón es un personaje al que todos llaman Mariscal, el que mueve el negocio, antiguo seminarista y dotado de una cierta cultura que lo distingue del resto de los habitantes, aunque determinados rasgos de su físico y de su personalidad hacen de él alguien extravagante y extraño en ese mundo rural, por lo general primario. La novela abarca diferentes momentos de la vida de Brétema y se centra especialmente en la joven Leda y los amigos Fins y Rumbo. Años después, Fins se ha convertido en policía, y Leda y Rumbo colaboran con el Mariscal en el contrabando, aunque esto ha provocado serias diferencias entre ellos. Fins es uno de los policías destinados a aquella zona para acabar con las mafias gallegas.

La novela se resuelve como un thriller policial cuando hasta ese momento el autor había esquivado esa senda. En su retrato de los excesos del poder, la corrupción y el crimen, Rivas se queda, pues, a mitad de camino entre el reportaje y la novela, podíamos llamar, alegórica. Y ese quedarse en terreno de nadie es, quizás, lo peor que le ha podido pasar a una novela de estas características y con estos ingredientes.

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